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Los cuatro jinetes de la crisis e inseguridad

Estamos ante el acoso de, al menos, cuatro terribles Jinetes del Apocalipsis, cuatro crisis: De valores, económica, social y política. Cuatro fuerzas que cabalgan destruyendo a su paso todo lo que creíamos sólidos paradigmas. Todo ello, aderezado con altas cantidades de inseguridad y vulneración de derechos, entre ellos el derecho a la información y a la privacidad y, consecuentemente, una peligrosa reducción de las libertades.

Pero, ¿que se entiende por Crisis? (del latín crisis, a su vez del griego ??????) es una coyuntura de cambios en cualquier aspecto de una realidad organizada pero inestable, sujeta a evolución. Así, los cambios críticos, aunque previsibles, tienen siempre algún grado de incertidumbre en cuanto a su reversibilidad o grado de profundidad. Si los cambios son profundos, súbitos y violentos, y sobre todo traen consecuencias trascendentales, van más allá de una crisis y se puede denominar revolución.

Pues ahí estamos con nuestros Cuatro Jinetes de la Crisis, en forma de cuatro tenebrosos caballeros como se describen en la primera parte del capítulo sexto del Apocalipsis, convertidos en nuestra especial amenaza hoy.

Cuatro crisis-bestias, crisis bestiales, que montan en caballos “blanco”, “rojo”, “negro” y “pálido” y que según, la exégesis, representan y son figura de “la victoria”, “la guerra”, “el hambre” y “la muerte”, respectivamente.

Crisis de Valores
La crisis de valores bien podríamos pensar que la evoca, el caballo blanco, cabalgado por el jinete de la victoria, que llevaba un arco, y le fue dada una corona, y salió vencedor, como así nos gustaría.

Ciertamente, en la sociedad avanzada los individuos tienen hoy más que nunca la oportunidad de conocer y profundizar en los grandes valores éticos y morales que configuran nuestra civilización.

Sin duda, un sistema de valores debe ser previo al estudio de la metodología que lo implemente, para lograr una sociedad más solidaria, honesta, participativa y generosa.

Por otro lado, los valores tradicionales de: verdad, bien, belleza, justicia, bondad, espiritualidad, y otros nuevos valores como: la ciencia, el progreso, la solidaridad y humanismo chocan con otras corrientes que se acreditan así mismas tan solo por su número de seguidores como la tecnología convertida en fin, el hedonismo, el culto a la imagen y la modernidad como adoración del becerro de oro, provocando esta crisis de valores, que genera espanto, angustia e inseguridad.

Espanto, porque, cuando nuestra sociedad más necesita cimentar valores que aniden en la mente y en la conducta de todos, paradójicamente, se promueve corrientes de materialismo egoísta y hedonismo individualista que producen un ambiente altamente nocivo para el cultivo de valores humanos. Los casos de corrupción suscitados, principalmente, en el entorno político brindan un pésimo ejemplo de la perversión a la que puede llegar el servicio público cuando, al contrario de lo que sería su misión, lo único que hacen es “servirse del público”.

Por tanto, ¿existe una verdadera crisis de valores?. La mayoría de la gente entiende por “crisis de valores” la ausencia de éstos; pero en realidad no es así. La característica esencial que informa sobre lo que en la actualidad entendemos por crisis de valores radica en que no sabemos qué hacer con los valores que hemos atesorado a lo largo de la Historia de la Humanidad.

El hombre de nuestro tiempo ha perdido la voluntad de orientarse, es decir, de cultivar valores, de seguirlos, ajustándose a ellos. En este sentido, Koichiro Matsuura, director general de la UNESCO se pregunta ¿A dónde van a parar los valores? y con esta misma pregunta tituló un excelente artículo. La crisis de valores no consiste en una ausencia de éstos sino en una falta de orientación frente a qué rumbo seguir en nuestra vida y qué valores usar para lograrlo, tal como lo señala Matsuura: “la crisis por la que atravesamos no es una crisis de valores en sí, sino del sentido de éstos y de nuestra aptitud para gobernarnos y orientarnos”.

Angustia, porque la crisis de valores es también consecuencia de una sociedad en crisis dirigida hacia la desenfrenada búsqueda del tener, que somete al ser humano a un consumismo de lo superfluo y aún de lo perjudicial, materializando valor y virtud como si fueran nuevas mercancías de la oferta y la demanda.

Hay que tener en cuenta que el sentido y los valores se encuentran unidos en realidad; son la flecha y el arco que mueve la voluntad para producir la energía que se necesita para la acción. Por ello, es preciso tomar conciencia de que los pensamientos de ayer han producido las conductas que ahora nos consentimos, y las conductas de hoy provocarán los resultados del futuro. Los recursos son perecederos y sujetos al buen o mal uso que se haga de ellos, y la administración de ese patrimonio determinará el desarrollo, sustentable o no, que pueda alcanzar a las generaciones futuras.

Inseguridad, porque hasta el valor positivo de la creatividad tiene su aspecto negativo cuando resalta el materialismo o el individualismo sobre la solidaridad y las identidades nacionales.

La prudencia está hecha de la memoria del pasado, de la inteligencia y comprensión del presente y de la previsión del futuro. En la Edad Media, se consideraba sabio al prudente, al que obraba bien, aquél a quien las cosas le parecían tal como son. Decía Eckhart que “las personas no deben pensar tanto en lo que han de hacer como en lo que deben ser”.

La vida debe estar subordinada al bien común y -en la medida en que el hombre no pierde la conciencia, es decir en la medida en que la moral es, sobre todo, y ante todo, doctrina sobre su verdadero ser – se produce el cambio que asocia la moral a una doctrina del hacer, y sobre todo del no hacer: de lo mandado y de lo prohibido. Pero la moral no es social, es ontológica; y su gran aliada es la lucidez. Cuando se experimenta el sentido de algo valioso siempre se tiene la voluntad de realizarlo, ya que la percepción del mismo está envuelta en una vivencia valorable.

Crisis Económica
La crisis económica bien podría ser, modernamente, el caballo rojo, cabalgado por el jinete de la guerra. Este color, así como la posesión por parte del jinete de una gran espada, sugiere que la sangre se derrama en el campo de batalla. Este segundo jinete puede representar la guerra por doblegar o conquistar al primer jinete, el que promueve la victoria de los valores del hombre.

La crisis del sistema financiero internacional también produce espanto, angustia e inseguridad a casi todo el mundo: a la población en general, a los trabajadores y a los directivos de las empresas, a los empleados de la banca, a la mayoría de los banqueros, a los gobernantes y a la oposición, así como a gran parte de los propios economistas.

Espanto, angustia e inseguridad no son calificativos elegidos al azar. Corresponden a lo que hemos sentido todos cuando algunos de los mayores bancos del mundo comenzaron a reconocer que tenían enormes pérdidas. El desconcierto se produjo cuando a un banco le siguió otro, y otro, y otro. Y cuando los bancos españoles, que según nuestras autoridades son los más seguros del mundo, denegaron o recortaron la financiación a las familias o dejaron de descontar el papel comercial a las empresas sin ninguna explicación, porque los responsables de las oficinas bancarias modificaron su política crediticia siguiendo instrucciones de sus máximos directivos.

Espanto, porque es el elemento que creo que describe la actual situación. Casi nadie entiende por qué han quebrado tantos bancos, ni por qué han tenido que intervenir los gobiernos, a través de los bancos centrales de cada país y de los correspondientes Tesoros (es decir, las haciendas públicas) nacionales. Ni si esa intervención significa el final de su capital o del propio capitalismo. Y todavía más importante, cómo ha sido posible que hayamos pasado de una crisis económica internacional a una recesión mundial, es decir, a una situación en la que disminuye el conjunto de bienes y servicios reales que produce el mundo en un año determinado.

Angustia, porque, obviamente, una vez aceptados, asimilados o aparcados el desconcierto, la inseguridad y el espanto, lo que la mayoría de la población quiere es saber cuándo y cómo, a ser posible, se va a salir de la crisis. La tesis más común es que esta crisis económica no es diferente de otras muchas que han afligido al mundo desde mediados del siglo XIX. Aunque los economistas discuten todavía sobre el origen de los ciclos económicos; sobre si son provocados por fenómenos reales, como los avances sociales, científicos y tecnológicos, o por fenómenos puramente monetarios, como una política monetaria demasiado expansiva durante demasiado tiempo, o por una combinación de ambas causas.

Inseguridad, porque esta crisis se les presentó de golpe a los clientes de pasivo de las entidades financieras. Sufrieron un súbito y lógico temor a que si la entidad financiera (banco o caja) en las que tenían depositados sus ahorros, a la vista o a plazo, o sus fondos de inversión o de pensiones, quebrara o suspendiera pagos, ellos podrían perderlos.

Crisis Social
Por otra parte, la crisis social bien podría ser el caballo negro. Ese tercer jinete que se llama necesidad, miseria, carencia, indigencia, hambruna.

No es extraño que quien tiene hambre use de la violencia para sobrevivir. El propio planeta lo está haciendo, defendiéndose de agresiones tan graves como las que nuestra insensatez y avidez le causan. Los recursos, explotados y manipulados por grandes multinacionales de la agricultura o de la energía, no son ilimitados y nuestra ambición sí lo es. No puede seguir en manos del 20 por 100 de la humanidad el 80 por 100 de los bienes disponibles, máxime cuando éstos son de primera necesidad, es decir, un derecho inalienable para cualquier ser humano.

La tierra está sufriendo la peor crisis y se defiende, a base de llantos, gritos y sacudidas, de la contaminación que cambia su clima, derrite sus hielos y modifica y envenena sus corrientes de agua; la deforestación que desertiza sus espacios naturales, la extinción de las especies que antes los poblaban, y todas las enfermedades que le produce nuestro supuesto “progreso”, pero las consecuencias aquí tampoco las pagan quienes causan el mal.

La realidad es que, catástrofes aparte, ha aumentado el número de seres humanos que pasan hambre y, tal y como se difunde “Hay riesgo de una grave crisis social”. Con el virus de la crisis mutando desde las finanzas a la economía real, los máximos representantes de las instituciones multilaterales de lucha contra la pobreza advierten de los riesgos graves políticos y sociales si no se confirman los ‘brotes verdes’

Así, tras el incremento vertiginoso del desempleo y las protestas que han aparecido ya en muchos países puede vislumbrarse riesgos de una crisis social porque, entre todos, con especial ayuda del infalible sistema mediático educastrador hemos conseguido montar una sociedad en la que se han desactivados todos los mecanismos de alarma, crítica y defensa contra las injusticias, a base del antiguo oficio político de tensar la cuerda justo sólo hasta el punto en el que ésta peligra y puede producir fricciones o rotura.

De esta manera nos hemos convertido en borregos que acuden al grito del pastor y que nunca se plantean el cambio, porque toda posibilidad es percibida siempre, en teoría, como algo peor, quedándonos conformes con lo malo conocido por miedo a lo peor por conocer.

Nos sentimos mal, pero no tan mal como para pelear por un cambio, para defender las ideas propias o la construcción de un futuro mejor, porque nos han enseñado a que sólo se vive el beneficio propio en el presente.

Nos cuentan incluso que todos los poderes saben de nuestro sufrimiento, de nuestra crisis, pero nunca se plantean soluciones posibles, principalmente si con ellas viene aparejada la pérdida de algún tipo de prebenda o beneficio, sobre todo económico, por parte de los que controlan los hilos de este guiñol. Tenemos a la juventud entretenida con botellones y drogas, a los adultos con hipotecas y miedos, y a los jubilados con fútbol e incertidumbre por sus pensiones. Todo perfecto para tener una sociedad aborregada que mantiene esa mezcla paralizante de espanto, angustia e inseguridad.

Espanto, porque uno de los mensajes que se están extendiendo más ampliamente entre la mayoría de la población, no sólo en España sino también en la mayoría de países de Europa y de Norteamérica, es que las próximas generaciones van a tener unos estándares de vida más bajos que los actuales. Se dice que la causa de ello es que “desde hace tiempo estamos viviendo por encima de nuestras posibilidades”.

Este mensaje se ha ido repitiendo durante los últimos 20 años y ha alcanzado la categoría de dogma. Y como todo dogma se reproduce más a base de fe (la fe neoliberal) que a base de evidencia científica. En realidad, los datos muestran que la riqueza, medida por su PIB per cápita, ha aumentado en todos los países de la OCDE (el grupo de países más ricos del mundo, del cual España forma parte) desde la II Guerra Mundial. Y es inconcebible que, una vez que las economías se recuperen, la riqueza de estos países disminuya. ¿Cómo puede ser entonces que, siendo los países cada vez más ricos, se pronostique que la mayoría de la población será cada vez más pobre?

Para responder a esta pregunta hay que entender la evolución de la distribución de la renta y de la propiedad que se ha ido produciendo en estas sociedades. El crecimiento de la riqueza de un país depende primordialmente del tamaño de la población que trabaja y de su productividad y, ambos factores, han ido creciendo, salvo hecatombes más recientes.

Angustia, porque la riqueza producida por el mundo del trabajo no ha revertido proporcionalmente sobre los trabajadores. Así, en EE.UU., uno de los motores de la economía mundial, el crecimiento de la productividad por hora trabajada ha crecido mucho más rápidamente que el salario horario desde 1995. Y, desde 1999, el crecimiento de tal salario ha descendido notablemente, mientras que el crecimiento de la productividad ha continuado creciendo. Ello significa que las rentas generadas por el incremento del producto no han ido tanto a los salarios como a la clase empresarial y a la clase financiera, que guarda y especula con estas rentas y ello genera angustias.

Inseguridad, porque en nuestro mundo desarrollado esta concentración de la riqueza, que se realiza a costa del bienestar de la mayoría de la población, explica el relativo empobrecimiento de las clases populares y también, por cierto, las crisis que estamos viviendo, porque el enorme endeudamiento de estas clases populares se debe a la pérdida de su capacidad adquisitiva y las enormes crisis bancarias se deben a la desmesurada concentración de la riqueza y de las rentas y su utilización en actividades especulativas.

Las causas de esta polarización social son políticas y se reducen al inmenso poder que el capital financiero (la banca) y los grandes empresarios tienen sobre el Estado. Y la población lo sabe y le genera inseguridad. Según las últimas cifras del Centro de Investigaciones Sociológicas, la gran mayoría de la población indica que los bancos tienen más poder que los gobiernos, mientras que colocan a las grandes empresas casi en el mismo escalón.

Crisis Política
La crisis política bien podría ser el caballo pálido, cabalgado por el jinete de la muerte. Este cuarto y último jinete que igualmente representa la pestilencia o situación cadavérica.

La crisis de la democracia occidental aparece asociada, en primer lugar, a la “sobrecarga del Gobierno” y a la “crisis de legitimidad del Estado”: crisis de los partidos políticos y su liderazgo histórico; crisis ideológica (la pérdida de la identidad y la verdad); el desencanto y la poca credibilidad, el distanciamiento grotesco entre el ciudadano de a pie y el poder de las élites políticas, la falta de mecanismos de participación de la ciudadanía en la administración y gestión de los problemas propios de su localidad, el abstencionismo, etc.; todo esto acompañado de la crisis del Estado del Bienestar, asociada a la pérdida creciente de los tradicionales beneficios sociales, educación gratuita, crecimiento del desempleo, cada vez menos protección, incertidumbre para las jubilaciones y pensiones, etc.

Lamentablemente, la experiencia nos ha enseñado que la mayoría de los políticos sólo se acuerdan de los ciudadanos para satisfacer sus intereses electorales. Si no fuera por instituciones de la sociedad civil y del sector privado, nuestra sociedad no tendría siquiera la esperanza de ser mejorada. Sin embargo, todavía se puede recuperar el camino desandado. Para ello necesitamos que cada ciudadano, desde la función que ejerce en la sociedad, tome conciencia de los efectos que producen sus actitudes en la construcción de un país más justo donde se respete la dignidad del ser humano y se ejerza la participación y la solidaridad.

Durante mucho tiempo hemos visto a Gobiernos y responsables de las finanzas públicas abordar las consecuencias del pánico financiero de otoño de 2008 con medidas tenues y benevolentes, no fuera que la necesaria agresividad de la cirugía a aplicar espantara a los electores como, sin duda, está pasando por generar la estupefacción de la que ahora se duelen.

Espanto, como el que se produce por el agotamiento de ciertas fórmulas tradicionales, frente a un electorado que se identifica más con un discurso pragmático que pregone eficacia y firmeza para resolver sus problemas inmediatos y cotidianos, que con discursos ideológicos trasnochados, aburridos y repetitivos que encuentran rechazo unánime por parte de grandes colectivos desilusionados.

Angustia, porque tal y como se ha visto hasta ahora, asistimos a un momento histórico particular, en el que ya no sólo se observa el fracaso muy preocupante del capitalismo y neoliberalismo a ultranza, sino que está contaminando la democracia occidental seriamente cuestionada desde diversas perspectivas, bien como crisis de fragilidad, ingobernabilidad, déficit democrático o como sobrecarga del Estado y crisis de legitimidad. Son muchas las teorías y enfoques que refuerzan cada vez más esta realidad, pero son los casos concretos los que hablan con mayor dureza y claridad.

Inseguridad porque la desaparición de un mundo en el que durante todo el siglo XX y parte del XIX estaba polarizado en el antagonismo de dos sistemas que se excluían mutuamente –la economía de mercado y el comunismo totalitario–, provocó también la desaparición del debate ideológico en el sentido tradicional, pero no trajo con ello la confluencia de las diversidades sino el reforzamiento del poder mediático de unos pocos en detrimento de las libertades de los muchos.

Las manifestaciones son gigantescas contra las políticas “antisociales” y, especialmente, contra las que usan el fácil recurso del recorte de los salarios de los trabajadores para tratar de salir de las crisis creadas por las propias políticas antipopulares e ineficientes del capitalismo. No sólo protestan porque les deterioran sus condiciones de trabajo o bienestar social, sino porque ponen en jaque las prestaciones sociales y muchos de los otros beneficios que con tanto esfuerzo fueron conseguidos por generaciones precedentes a través de la lucha de clases.

Conclusiones
Ahora puede ser que, lo que empezó como crisis financiera y después se convirtió en una profunda crisis económica, culminada en crisis del empleo y el bienestar, , haya riesgo de que llegue a ser una grave crisis humana y social, con implicaciones políticas muy importantes, si sólo tomamos medidas de tipo cosmético.

Un simple ejemplo. El PIB sumado de China, Rusia, India y Brasil es un tercio del registrado por el G7. Sumados todos ellos, equivalen a EEUU, a Europa o son algo más que Japón. En conclusión: la crisis económica de los EEUU es la mayor desde la de 1929 y sus efectos se han mundializado; simultáneamente, el conflicto entre Rusia y la OTAN es el mayor en el campo estratégico desde la caída del muro a fines de los ochenta. Ambas situaciones tienen lugar cuando el liderazgo político del mundo occidental es el más débil desde la Segunda Guerra Mundial y el mundo emergente, representado por los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), muestra mayor solidez política, aunque no quede al margen de los efectos económicos de la crisis.

Lo cierto es que todo parece indicar que estamos inmersos en la tercera Gran Depresión. La crisis ha generado cambios estructurales en las relaciones internacionales y los modelos de crecimiento. Mientras Europa se desdibuja en el nuevo panorama, China empieza a practicar un neoimperialismo de corte planetario

Entonces, si no es sólo el mercado, ¿quién tuvo la culpa? La respuesta es sencilla: los reguladores que no regularon; los controladores que no controlaron; los bancos que se implicaron en aventuras financieras de alto riesgo para sus clientes mientras ellos se garantizaban sus comisiones; los especuladores que no encontraron freno de ningún género y… los gobernantes que lo permiten.

Las crisis sistémicas constituyen el efecto y no la causa de dichas circunstancias. Difícilmente puede hablarse sólo de un fallo del mercado allí donde el mercado mismo no existía o se comportaba de una forma opaca y secreta, pero lo cierto es que tanta incompetencia y tanta incongruencia genera espanto, angustia e inseguridad.

Esta situación y la cierta pereza que parece que conspira, junto con esa excedencia de los responsables del quehacer nacional, complica el camino a la equidad, al progreso y a la excelencia. Con recurrente asiduidad, y en todos los ordenes de la vida, una existencia ociosa, suele conducir a las conductas menos aconsejables, pero no es igual de grave en todos los casos, porque, cuando la omisión del interés y el esfuerzo necesario lo cometen los poderosos se convierte en crimen; cuando la avaricia, el egoísmo, la mentira, el afán de lucro y la corrupción lo protagonizan los políticos, abren la puerta a esos cuatro jinetes monstruosos que amenazan la paz y el bienestar de todos los pueblos.

Quizá hay que confiar en que estos mitológicos caballeros apocalípticos no sean exclusivamente mensajeros del mal sino que, a través de una crisis mundial de valores, económica, social y política como la que vivimos nos intenten brindar la oportunidad de que reflexionemos sobre el estercolero de buitres que hemos fabricado y el mundo que queremos construir a partir de ahora. Aunque sus flamígeras espadas nos sigan generando espanto, angustia e inseguridad, podemos usar ese fuego para encender la llama de nuestra voluntad de bien, ayudar al jinete blanco a restaurar valores y poner en marcha acciones eficaces y éticas que permitan trabajar con realismo e ilusión por un futuro mejor. Es tiempo de cambio, no de Apocalipsis.