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Argentina no necesita más consumo, sino más inversión

En un nuevo discurso por cadena nacional, el miércoles la presidenta anunció un aumento del 40% en la asignación universal por hijo, que pasará de 460 a 644 pesos mensuales para “los hijos de las personas desocupadas, que trabajan en el mercado informal o que ganan menos del salario mínimo, vital y móvil”.

Bien, es razonablemente que en un contexto inflacionario como el actual, las asistencias públicas a los que “la pasan peor” deban actualizarse, así que no era esperable un anuncio distinto.

El problema viene cuando el aumento de esta cuota de asistencia quiere difundirse como una herramienta para hacer crecer la economía. La presidenta lo explicaba en estos términos:

“… en nuestro modelo hemos desafiado esa Ley de Gravedad y hemos demostrado que poniendo dinero abajo, poniendo dinero a los humildes, mejorando los salarios de los trabajadores, mejorando la participación en el ingreso, finalmente termina subiendo para arriba. ¿Y por qué termina subiendo para arriba? Termina subiendo para arriba porque ese argentino, esa argentina que cobra la asignación universal por hijo, va al almacén del barrio a comprar los alimentos o zapatillas a sus hijos en un comercio minorista; ese minorista le compra al mayorista y el mayorista va al hiper o a la fábrica y compra.”

El ministro de economía complementó:

“[Los aumentos] impactarán en forma directa sobre ocho millones de argentinos… generará más compras, más producción, más empleo… 30 mil nuevos puestos de trabajo y más recaudación”

El razonamiento de Axel Kicillof y Cristina Fernández es este: “Si Juan consume más, Pedro querrá producir más e invertirá en contratar a José. Así, más consumo es más inversión, más producción y más empleo.”

A renglón seguido: “El rol del estado, obviamente, es estimular el consumo con políticas fiscales y monetarias expansivas.”

Ahora bien, este razonamiento, por más sencillo que parezca, es profundamente falaz.

El consumo no necesita ningún “estímulo”. Los seres humanos siempre estamos listos para consumir porque siempre tenemos necesidades insatisfechas. Ahora bien, para que ese consumo deseado se transforme en una realidad concreta, las personas deben ofrecer antes algún producto o servicio a cambio de aquello que demandan.

Así, no es difícil darse cuenta que para consumir, primero, se debe producir (y, para ello, invertir –tiempo, recursos, dinero-). Es por eso que el pensamiento de un famoso economista francés se resumió en la frase “la oferta crea su propia demanda”. Efectivamente, cuando yo produzco es, a fin de cuentas, porque estoy demandando algo que necesito. Se produce para consumir, no se consume para producir.

Son, entonces, la inversión y la producción las que generan un crecimiento económico sostenible (mayor cantidad de bienes y servicios) y permiten un mayor nivel de consumo. La “ley de gravedad”, en este sentido, se cumple. Si queremos consumir más, tendremos que producir más. El crecimiento viene antes de la distribución.

El problema es que este gobierno tomó durante los últimos diez años medidas contrarias al crecimiento sostenible por conspirar contra la inversión. En un estudio de la Fundación Libertad y Progreso estimamos que el dinero que se fugó del país en estos años, más el dinero que dejó de entrar en concepto de Inversión Extranjera Directa ascendió a US$ 260.000 millones. No extraña, entonces, que desde el 2007 el consumo haya crecido 41%, mientras que la inversión sólo lo hizo en 18%.

La crisis que vivimos hoy no es una crisis de “demanda agregada” como argumenta el keynesianismo autóctono, sino una crisis de exceso de consumo, con su característica inflación galopante y deteriorado stock de capital por falta de inversión.

Por consiguiente, decir que lo que necesita la economía hoy es más consumo para incrementar la producción y el empleo, es no querer ver la realidad y, en consecuencia, llevarnos a una crisis todavía peor.