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Cariló, relax de alto nivel en la Costa

El circuito empieza con un sauna finlandés o húmedo, sigue con ducha tibia, y después el sauna seco de unos 15 minutos”, explica Georgina, responsable del spa Acqua di Mare del resort Cariló Rumel, en Cariló, provincia de Buenos Aires.

La cosa no termina allí: sigue con masaje -a elegir entre varias opciones- de media hora, hidromasaje en agua a 37° de temperatura y una ducha escocesa que, me dicen, es muy buena para la circulación. Opto por los masajes con las manos de Sandra y luego, por si me vence el agotamiento, me recomiendan reposo, un tratamiento estético -limpieza de cutis, rejuvenecimiento- y natación. No cuesta mucho elegir el reposo, en una piscina cubierta desde la que, entre el verde, se ven las olas golpeando la playa.

Bosque y playa es una gran combinación. Si a ello se suman las bondades del spa, mucho mejor. Por eso, buena parte de los hoteles de Cariló -hay unos 50- tienen spa y piscina cubierta o al aire libre. Es que Cariló se ha tornado una especie de gran spa al aire libre y con sólo tomar el camino de ingreso desde la ruta 11 uno puede sumergirse en otro mundo, donde los ritmos son más tranquilos y el alma agitada de las ciudades se sosiega. Y eso que Cariló es una de las localidades turísticas del país que más creció en los últimos años, pero lo hizo de forma bastante prolija, preservando esa estrecha y curiosa relación entre el bosque y el mar, para posicionarse como un destino de relax por excelencia: spa, piscinas, tratamientos, médanos vírgenes, playas amplias y casi sin construcciones, muy buena gastronomía -hay unos 20 restaurantes en el centro comercial- y nada de vida nocturna. Para quien quiera seguir la juerga después de la medianoche, están los boliches de Villa Gesell o Pinamar. Aquí, en cambio, prima el silencio.

Este perfil tan definido transformó Cariló en uno de los pocos balnearios de la Costa Atlántica con actividad todo el año, al menos los fines de semana. Es normal que de viernes a domingos, en cualquier época, abran los restaurantes y muchos comercios ofrezcan sus actividades: canchas de golf de 18 hoyos, tenis, paddle, cabalgatas, excursiones en 4×4 o cuatriciclos y bicicletas en alquiler. Incluso el restaurante La Ronda del hotel Cariló Village -que acaba de cumplir 20 años- permanece siempre abierto.

Del descanso a la adrenalina
Ya que el relax se lleva muy bien con “toques” de aventura que despejan la mente, probemos entonces algo de acción. Mauricio Wenner y Roxana Fiorito nos guían una excursión de Wenner Adventure que combina sandboard -como el snowboard, pero más sencillo y sobre la arena- con arquería, tiro al blanco y una sabrosa merienda en el bosque. Siguiendo las indicaciones de los guías, grandes y chicos se animan a “surfear” las arenas en distintos estilos: desde la “pista” de principiantes para los más temerosos hasta un médano de buena pendiente y casi 80 m de bajada que convoca a los más audaces. Para quienes prefieren divertirse en pareja, lo mejor son los trineos para dos tripulantes. La salida sigue con reminiscencias de Robin Hood: un torneo de arquería en el bosque -sólo falta Guillermo Tell para acertar a una manzana sobre nuestras cabezas- y, tras una sabrosa merienda, otra competencia de disparos, esta vez con armas de aire comprimido. Los ganadores se llevan vales para comer o tomar helados.

Partimos hacia una travesía con los cuatriciclos de Motorrad, todo un clásico de esta parte de la costa, con el atractivo extra de unir tres paisajes en uno, gracias a la La Reserva, una amplia zona de bosque virgen. Arrancamos desde la playa, frente al balneario Divisadero, con las torres de Villa Gesell a lo lejos, hacia el Sur. En todos estos km no hay más que médanos y playa, ninguna construcción ni carpas. Siguiendo una ordenada fila india, doblamos a la derecha para acceder a un pequeño sahara: un mini valle de arena rodeado de altos médanos, que pronto subimos para llegar a La Reserva. En cuestión de segundos, el paisaje se transforma y lo que era un desierto ahora es un cerrado bosque por el que serpentea, sube y baja una huella que exige los motores. Luego de 20 minutos de serpenteo, volvemos al desierto, ahora por la cima de los médanos, desde donde se contempla un espléndido paisaje: el mar interminable al frente, el verdísimo bosque a un lado y los dorados médanos alrededor.

De Divisadero volvemos directo al spa. Al relax. Con el sonido del viento entre los árboles, acompañado por el suave rompimiento de las olas como fondo, imagino qué pensaría de este presente de Cariló el pionero Héctor Guerrero, aquel visionario creador de la magia de esta parte de la costa, cuando antes de 1920 comenzó a plantar los primeros pinos en lo que no era más que una interminable extensión de médanos. El hombre se tenía fe, sin dudas: bautizó al lugar con una voz indígena que significa “médano verde”, aunque entonces ese era el color más ausente. “Héctor está loco, sepultando su vida y su fortuna en toda esa arena”, decían entonces sus familiares tratando de alejarlo de su obsesión. No pudieron y aquellas 1.700 ha de viento, arena, liebres, hormigas y enormes silencios, se transformaron en un sitio único: un bellísimo bosque frente al mar, entre médanos y playas interminables.