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¿Cómo y por qué gastamos dinero?

Cuando se trata de ahorrar o gastar, nuestras conductas están bastante alejadas de los modelos matemáticos que encontramos en los libros de economía. El comportamiento de nuestras neuronas dista mucho del funcionamiento de un procesador de última generación más el software adecuado para tomar decisiones complejas y racionalmente puras. Todos los días convivimos con alegrías, miedos, celos, envidias, disgustos y muchos otros sentimientos que indudablemente condicionan nuestras decisiones y son los que finalmente influyen más que otra cosa en la conclusión final.

Simplemente basta con ver cómo se comportan las personas frente a casos concretos, problemas o pequeños experimentos, para conocer estas paradojas o anomalías recurrentes en nuestras decisiones económicas cotidianas.

Algunos de los errores que cometemos son la regla y no la excepción. Por ejemplo, tenemos tendencia a desarrollar un criterio distinto para el dinero según cómo ha entrado en nuestros bolsillos y cómo saldrá de ellos. Semejantes errores son como las ilusiones ópticas y nos llevan a creer como verdaderas las impresiones falsas. Tanto las ilusiones visuales como las cognitivas son inducidas por procesos automáticos y espontáneos, a través de los cuales decodificamos la realidad de manera rápida e intuitiva, pero también aproximada y engañosa.

Frente a un mismo problema podemos tomar decisiones diametralmente opuestas según cómo se nos presenta. De otro modo ¿por qué preferimos un yogur descremado al 95% en vez de uno con el 5% de grasa? Análogamente, reaccionamos de distinta manera al riesgo, según si éste se nos presenta con las ganancias o con las pérdidas.

Vivimos en la incertidumbre y en ese contexto debemos tomar decisiones, pero nuestra percepción del riesgo es voluble y el modo en que entendemos datos, proporciones, porcentajes y estadísticas es fácilmente influenciable. Los números no son en absoluto fríos y objetivos para nuestra mente, que muchas veces los tiñe de emociones con resultados tan irracionales como sorprendentes.

El proceso a través del cual maduran nuestras elecciones ha sido objeto de indagaciones sorprendentes y apasionantes por parte de psicólogos cognitivos, neurocientíficos y economistas experimentales. Sus investigaciones han puesto de manifiesto lo inadecuado de la teoría económica que hace depender cualquier decisión de la persecución de la máxima utilidad para quien la toma. También nos permite entender de qué manera tendemos a ser irracionales y, sobre todo, por qué razones. El Premio Nobel de Economía otorgado en 2002 a un psicólogo como Daniel Kahneman, fue el comienzo de esta ruta y sus puntos de vista son el fundamento de esta nueva visión del comportamiento humano.

Investigaciones sobre el cerebro y la neurobiología sugieren que nuestras decisiones son producto de una incesante negociación entre procesos automáticos y procesos controlados, entre afectos y conocimiento o, más vulgarmente, entre pasiones y razón, y del juego de sinapsis de las áreas cerebrales correspondientes. Queda demostrado que muchas veces empujados por nuestros impulsos viscerales sacrificamos un poco de nuestro futuro por un placer inmediato. Para tomar una decisión correcta no basta con saber qué se debería hacer, sino que también es preciso que el cuerpo nos lo haga “sentir”. Como si los instrumentos de la racionalidad necesitaran una asistencia especial para poner en práctica sus planes: ¡un poco de pasión que los ayude!

Si nuestra mente fuera gobernada exclusivamente por procesos de tipo reflexivo y deliberado, y nuestro cerebro estuviera constituido sólo por la corteza prefrontal, entonces la economía tradicional sería una buena teoría de nuestras elecciones reales, pero en este caso más que habitantes del planeta Tierra seríamos unos extraterrestres, vulcanianos con orejas puntiagudas por ejemplo, provistos de una notable mente matemática, y del todo incapaces de sentir emociones: como el Dr Spock de la serie Star Trek.

Por suerte nuestra economía emocional es mucho más rica, variada, caprichosa y divertida de la que se encuentra en los libros de texto.