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Con acuerdos de precios no se detiene la inflación

Los salarios pueden crecer por encima de la inflación en la medida que sean sustentados por aumentos en la productividad. El crecimiento de los niveles de vida con estabilidad de precios que caracteriza a los países desarrollados es el resultado de respetar esta regla. La inflación que sufre la Argentina es la consecuencia de creer que se puede ajustar salarios al 20% anual y evitar la inflación con subsidios y acuerdos de precios en un contexto de modesto crecimiento de la productividad.

La inflación se ha instalado como uno de los temas de máxima preocupación económica y social. No se trata de una exageración. El aumento sostenido de los precios perturba el funcionamiento de la economía y redistribuye ingresos en contra de las familias de más bajos ingresos. La manipulación de los índices de precios oficiales no evita estos impactos negativos y la sugerencia de que un “poco de inflación es bueno para el crecimiento” contradice la evidencia que brindan los países desarrollados que prosperan con estabilidad.

¿Por qué otros países crecen y mejoran los indicadores sociales sin sufrir problemas inflacionarios? Datos provenientes de la OECD para los países más desarrollados de Europa permiten aproximar una respuesta ilustrando la lógica que se da entre salarios, precios y productividad. Tomando tasas promedio de crecimiento anual para los últimos 15 años (1993 y 2007) se observa que:

• Los salarios nominales en los países desarrollados de Europa se incrementaron a una tasa promedio de 3,1% anual.

• La productividad laboral de esos países (la producción por cada trabajador) en el mismo período creció al 1,6% anual.

• La inflación promedio fue de 2,1% anual.

Los datos muestran que la tendencia es que los incrementos de salarios nominales por encima de la productividad laboral tienden a compensarse con aumentos en los precios. En otras palabras, el salario real, es decir, lo que suben las remuneraciones por encima del aumento de los precios, tiende a ser muy parecido a los que aumenta la productividad. Esta “regla de la productividad” , aunque no es estricta y se presenta con diferentes matices entre países, muestra que, en el mediano plazo, se produce cierta convergencia entre salarios, precios y productividad.

Lo que está ocurriendo en la Argentina encuadra en esta regla. El gobierno induce aumentos salariales del orden del 20% anual. Como el crecimiento de la productividad laboral es bastante inferior a dicho incremento, la diferencia es compensada con presión sobre los precios. En el diagnóstico oficial subyace la idea de que con acuerdos de precios y subsidios es factible desactivar estas presiones inflacionarias. La estrategia ha fracasado y por eso se está apelando, como últimos recursos, a la manipulación del sistema estadístico y a la argumentación de que la inflación no sería tan mala.

En el corto plazo, la inflación resulta políticamente muy seductora porque permite anunciar “buenas noticias”. Entre otras, aumentos salariales de dos dígitos, periódicos ajustes de jubilaciones, incremento de asignaciones familiares, actualizaciones de mínimos no imponibles de los impuestos a las ganancias y la riqueza. Sin embargo, como lo está demostrando el 2007, el impacto de estas medidas se diluye si las mejoras nominales de ingresos son licuadas por los aumentos de precios. Peor aun, cuando la inflación se retroalimenta los aumentos nominales no alcanza a compensar los incrementos de precios. Así, lo que comenzó siendo un atractivo mecanismo de promesas fáciles rápidamente se transforma en un perverso mecanismo de distribución regresiva del ingreso.

¿Hay que resignarse a que las mejoras sociales sean lentas y trabajosas o es posible inducir un “salto redistributivo” sin violentar la regla de que los salarios deben seguir la evolución de la productividad? La respuesta es que existen márgenes importantes para redistribuir de manera más acelerada ingresos siempre que se apele a un cuidadoso diseño de políticas públicas. En otras palabras, se requiere una estrategia mucho más imaginativa que inducir aumentos nominales de salarios y tratar de controlar los precios. En materia laboral, para mejorar los salarios de bolsillo sin producir presiones sobre los precios hay que eliminar la burocracia, bajar la presión impositiva sobre los salarios y cerrar las grietas por donde se filtra litigiosidad. En materia impositiva, hay que eliminar la irracionalidad de que las tres jurisdicciones (Nación, provincias y municipios) cobran de manera superpuesta similares impuestos a los mismos contribuyentes. También son claves, para inducir un “salto redistributivo”, la transformación del sistema educativo, de salud y de asistencia social.