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Consumo para llenar el vacío existencial

“La clave para la prosperidad económica es la creación organizada de insatisfacción”, afirmó el inventor Charles Kettering. Somos seres insatisfechos que corremos detrás de bienes materiales para llenarnos el vacío interior. El último celular, la pantalla más plana, el auto lujoso y confortable, o la casa por la que hipotecamos todo.  ¿Qué sucede cuando nada alcanza?

Los seres humanos solemos sentirnos poderosos con nuestros propios deseos. Si estos se convierten en motivación, nuestras metas pueden ser los motores que nos empujen a conseguir resultados efectivos. Es por eso que, muchas veces, desde la obligación, el tener que realizar determinada tarea o meta, nos resulta demasiado pesado.

Pero cuando se retira el efecto de la gratificación obtenida, y el vacío que se genera nos suele catapultar hacia una nueva conquista (una nueva pareja, un nuevo auto, joyas, etc.), y así sucesivamente, corremos el riesgo de que este tipo de actitudes sean juzgadas como patológicas.

Más allá de que una meta tras otra se concreten con éxito, parece ser que no completan el “agujero” que sentimos cuando se va el efecto de haber obtenido ese “trofeo”. Es decir que volvemos a nuestro antiguo estado de ánimo, algunas veces de tristeza, angustia e inclusive de depresión leve o crónica.

El costo del déficit
Existen muchos grados de insatisfacción, todos amparados en los juicios y expectativas que vamos generando con respecto a los resultados obtenidos, o que tengan los demás. Cuanto  más grandes son las expectativas, más corremos el riesgo de sentirnos insatisfechos con lo que pasa.

La insatisfacción puede deprimirnos o volvernos más controladores, dependiendo de si estamos interiorizando o exteriorizando lo que nos pasa. Las expectativas no son ni buenas ni malas, y solo se trata de que las distingamos y comprendamos. Tienen su parte positiva, y es que a veces se convierten en motores. El aspecto negativo es que a veces se nos vuelven en contra, convirtiéndonos en personas sumamente insatisfechas, sin posibilidad de conformarnos.

El exigente y el exigido
El juego del exigente y el exigido se convierte en una trampa cuando no distinguimos que, internamente, estos distintos aspectos internos no se están poniendo de acuerdo.

Por lo general, estando tomados por el aspecto exigente, que es el que nos empuja a nuevos proyectos y logros, no solemos consultarle al aspecto exigido, si cuenta o no, con los recursos necesarios para afrontar el reto.

¿Cuántas veces, a la mañana, nos preguntamos si estamos física o mentalmente listos para la tarea del día? Esto puede parecer ridículo, pero si prestáramos más atención a este detalle, no experimentaríamos estados emocionales y físicos como frustración, cansancio, desgano, etc.

Las ofertas como por ejemplo, cambios en nuestros trabajos, ya sea de ambiente o para instalarnos en lugares lejanos por una mejor renta, muchas veces, disparan en nosotros la aceptación, sin el más mínimo análisis de lo que repercutirá en nuestras vidas.

Si utilizamos el concepto de socio con el aspecto exigido, podremos escuchar si el separarnos de nuestras costumbres o afectos golpeará, en mayor o menor grado, nuestro ser volviéndose la solución de hoy, el problema de mañana.

Cuando distinguimos que ambos aspectos necesitan asistirse para lograr un mejor resultado en la toma de decisiones, es cuando analizamos equilibradamente lo que está por venir. El escucharnos a nosotros mismos posibilita determinar cuál es el aspecto dominante, que suele estar en transparencia, dado que somos los que estamos siendo de la mano del aspecto que nos tiene tomado, por ejemplo, el exigente.

Distinguiéndolo podremos darle un lugar y empezar a escuchar al aspecto relegado, es decir, el exigido. Este suele aparecer cuando estamos abatidos o enfermos, entonces nos vemos obligados a ceder en nuestras tareas o ambiciones, dejando de lado al exigente, que irá apareciendo a medida que nos repongamos.

El hecho de escuchar ambas campanas, no nos asegurará ser mejores personas, pero sí podremos elegir serlo. Es por eso que el coaching no facilita el camino de la búsqueda de la felicidad, sino que alienta la felicidad de la búsqueda.

Contar con la posibilidad de tener en cuenta a ambos aspectos, nos hará alcanzar nuestras metas con mayor fluidez. Y también nos permitirá pagar menores costos para llegar a ellas, beneficiando al entorno y a nosotros mismos.