Inicio Empresas y Negocios Decisiones empresariales y emociones: ¿un cóctel irracional?

Decisiones empresariales y emociones: ¿un cóctel irracional?

La teoría económica se construye sobre el supuesto de individuos perfectamente racionales y maximizadores de sus intereses egoístas. Sin embargo, cualquiera que alguna vez haya puesto un pie en una empresa sabe que la premisa no siempre se cumple.

Muchas decisiones empresariales se encuentran impregnadas de emociones que, aparentemente, debilitarían el buen juicio. En efecto, ¿cuántas decisiones se toman sobre datos anecdóticos, información psicológicamente sesgada y demás?

Así, las decisiones adoptadas sobre una base emocional suelen tildarse de irracionales e ingresar automáticamente en la categoría de “malas prácticas de gestión”.

Sin embargo, en un artículo de Columbia Business School, el profesor Michel Tuan Pham defiende la posición contraria: el involucramiento de emociones en los procesos decisorios es, en realidad, un elemento absolutamente positivo para la organización y no implica necesariamente irracionalidad.

Para comprender el argumento, es necesario distinguir entre tres tipos de racionalidad:

1) Racionalidad lógica

Desde esta perspectiva, un individuo es racional cuando decide sus acciones según reglas lógicas que conectan válidamente premisas y conclusiones.

2) Racionalidad material

Esta clase de racionalidad se refiere a la consistencia entre las acciones del individuo y su interés personal. Cuando las acciones son coherentes con los intereses de la persona que las ejecuta, se dice que dichas acciones son materialmente racionales.

3) Racionalidad ecológica

Esta clase de racionalidad se refiere a la habilidad de las personas a la hora de relacionarse con su medio ambiente social, cultural y natural. En este punto, es posible detectar un vínculo entre emociones y comportamiento racional que no se corresponde estrictamente con el beneficio individual de la racionalidad material.

Imagine una persona que presenció un delito. ¿Es racional para ella atestiguar ante la justicia? En principio, pareciera no existir ningún incentivo para someterse a las molestias de comparecer ante la corte.

Sin embargo, desde la perspectiva ecológica, existe un incentivo emocional de índole moral que induce al individuo presentarse a testificar.

Así, el sentimiento moral (como lo llamaba David Hume), actúa como un factor que derrota a la fría lógica del interés egoísta y genera resultados positivos para la sociedad. De esta forma, una decisión que pudiera parecer individualmente irracional acaba siendo perfectamente racional en la “big picture”.

El mismo patrón de comportamiento se registra, en el ámbito empresarial, cuando un empleado descubre un fraude y decide denunciarlo aunque nada tenga por ganar con ello.

Así, señala el investigador de Columbia, el involucramiento de emociones en los procesos de decisión tiene efectos positivos para las organizaciones porque promueve conductas morales en los casos en que el interés egoísta indica el curso contrario de acción.

De esta forma, la investigación de Columbia se encuentra en la base de un debate sobre la efectividad de muchas prácticas de gestión que hoy ya se han convertido en estándar.

Un ejemplo: los incentivos económicos por cumplimiento de objetivos, un instrumento que parecía la panacea para un perfecto alineamiento de los incentivos con el cumplimiento de los objetivos organizacionales.

No obstante, muchos se han encontrado con que, apelando exclusivamente a la racionalidad material del frío interés, este mismo instrumento puede acabar destruyendo valor de la organización.