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Jefes que se duermen en los laureles

Si algo distinguió a Roma en su apogeo fue la admiración de ciertas virtudes tales como la prudencia, el trabajo duro y el humor, que subrayaron como esenciales en la titánica tarea de conquistar al mundo. Marco Porcio Catón fue un romano exitoso en la guerra, la política y la literatura, y particularmente influyente en el período que enfrentó a Roma con Cartago en las dos primeras guerras. Los enfrentamientos entre estas dos antiguas potencias causaron mucho sufrimiento a su pueblo, pero según los historiadores y sus propios líderes también sirvieron para aprender inolvidables lecciones de valor, solidaridad, heroísmo y austeridad.

Cansado de la amenaza cartaginense, Catón promovía la destrucción definitiva de Cartago, y en aquella época terminaba todos sus discursos con la frase “Delenda est Carthago”, que en latín significa “Cartago debe ser destruida”. Pero Escipión Nasica, uno de los miembros de la numerosa familia de los Escipiones, temía que si los cartagineses desaparecían los romanos dejarían de practicar las virtudes que los hicieron grandes. Se oponía a Catón diciendo: “Mientras exista Cartago, no nos podremos dormir en los laureles, tendremos que estar unidos y bien preparados”.

Catón no era un mal ciudadano. Toda su vida había sido un gran luchador y, por ese esfuerzo y talento, alcanzó importantes puestos de gobierno. Pero ya no quería conservar en su mente la misma visión del mundo que agudizó sus sentidos, brindándole la capacidad de dar lo mejor de sí mismo y de su organización, el propio Imperio. Para cambiar esta visión, estaba dispuesto a destruir un pueblo entero. Había alcanzado una posición destacada, quería disfrutarla y se sentía en su derecho de hacerlo.

Todos los días cientos de ejecutivos son promovidos. Se les otorga esta posibilidad porque han demostrado buena trayectoria en su empresa actual o fuera de ella. Muchos de ellos se desempeñarán adecuadamente, pero otros, en cambio, simplemente dejarán de esforzarse y sus resultados serán mediocres, no por causa de incapacidad, sino por falta de interés.

Alcanzaron una posición de privilegio y piensan que merecen disfrutarla, aún si eso implica bajar la guardia. Sienten que han llegado y no desean demostrar nada más a nadie, ni siquiera a quienes pagan sus sueldos. Y, algunas veces, estarán dispuestos a sacrificar aún a aquellos que los incomoden con proyectos innovadores e inversiones que además de dinero les demanden mayor energía.

La labor de los ejecutivos es cuidar los intereses de los accionistas, expandir las fronteras de la organización, alcanzar las mayores posibilidades del negocio y cuidar el desarrollo de los colaboradores y el ambiente. Un ejecutivo que no esté dispuesto a esforzarse en esta tarea, solamente puede apartar a la compañía de su propósito. Por eso hay que prevenir el Síndrome de Catón. Quienes eligen dormirse en los laureles, no son capaces de impulsar un mayor crecimiento.