Inicio Empresas y Negocios Karl Popper, de la ciencia a la empresa

Karl Popper, de la ciencia a la empresa

Nacido en Viena en 1902, Karl Popper fue uno de los filósofos de la ciencia más importantes del siglo XX.

En 1934, escribió su primera y clásica obra, “La lógica de la investigación científica”.

En 1936, en medio de la persecución nazi, se exilió en Nueva Zelanda hasta 1945, cuando el economista Friedrich Hayek le consiguió la cátedra de Lógica y Filosofía de la ciencia en la prestigiosa London School of Economics. Allí escribió y enseñó hasta su muerte, en 1994.

Ahora bien, su propuesta filosófica para las ciencias naturales fue muy diferente de lo que habitualmente interpretamos como ciencias “exactas”.

Para Popper, es más importante lo que no sabemos que lo que sabemos. Hacer ciencia es dar pasos, no certeros, en la oscuridad de nuestra ignorancia.

Proyectamos, entonces, conjeturas sobre lo que el mundo físico puede llegar a ser. Y nuestras hipótesis pueden ser refutadas si de algún modo se enfrentan con dificultades.

De esta forma, la ciencia consiste en una serie de conjeturas y refutaciones. En la ciencia, nada es seguro. Todo es falible. Nuestras teorías deben corregirse continuamente para lanzarse nuevamente hacia lo desconocido.

En este marco, la aparente certeza científica actual no es más que la sedimentación de 26 siglos de los ensayos y errores de la filosofía y ciencia occidental, que pueden ser seguidos por más ensayos y más errores.

En las ciencias sociales, Popper también apela a las conjeturas y refutaciones. Pero además agrega un elemento fundamental para la economía: es lícito presuponer un principio de racionalidad en los agentes económicos para formular predicciones.

No obstante, las predicciones no son exactas, sino que deben realizarse a partir de la interpretación de los fenómenos históricos. Precisamente, en ciencias sociales, estos fenómenos equivalen a las condiciones iniciales de los experimentos “falsadores” de las ciencias naturales.

En filosofía política, Popper fue un gran defensor de una sociedad libre, que él llamó “sociedad abierta”, un “libre intercambio” de conjeturas y opiniones, precisamente por lo limitado de nuestro conocimiento.

Pero, ¿qué tiene todo esto que ver con el mundo de la empresa?

Al igual que las hipótesis científicas, los proyectos empresariales son conjeturas. Como el científico, el empresario intenta reducir la incertidumbre, pero siempre se maneja en un margen de ignorancia.

Si nuestros proyectos y expectativas eran correctos, obtendremos ganancias; si no, seremos refutados, perderemos dinero y deberemos corregirnos (o salir del mercado).

Y al igual que la ciencia tiende, por la mutua crítica, a la verdad sin alcanzarla nunca plenamente, la acción empresarial, si el mercado es libre, tiende a acercar la oferta con la demanda, sin igualarlas nunca.

Al igual que los fenómenos evolutivos del mundo físico, el mercado es un fenómeno complejo que se auto-genera en un margen de espontaneidad.

Y es verdad que podemos presuponer racionalidad en los agentes económicos. Pero esto, llevado a la vida empresarial, implica que esa racionalidad es limitada, falible, y que triunfa en el mercado el que menos se equivoca en conjeturar las necesidades del consumidor.

El gobierno, al estar constituido por seres humanos igual de falibles, se puede equivocar igual, pero peor, pues no tiene al sistema de precios como indicador de sus errores.

Por todo esto, no es difícil ver que, cuando los gobiernos, y no el debate científico, pretenden ser los árbitros de la verdad, la verdad es, precisamente, lo primero que se pierde.

En la vida económica no terminamos de ponernos de acuerdo. Tal vez, el traslado de Popper a la actividad empresarial nos convenza de que lo más parecido al orden es, precisamente, un libre intercambio de proyectos de inversión, con un gobierno que sólo garantice el cumplimiento de los contratos.

En esa libertad, los proyectos bancarios y monetarios no deben ser la excepción. Tal vez, los bancos centrales contemporáneos sean lo más parecido a la inquisición de antaño (dejando de lado, por ahora, a los ministerios de educación). Pensémoslo.