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La agreste belleza de Río Grande

Siempre opacada por el brillo de la magnífica Ushuaia, Río Grande carga con la condena de no ser tenida demasiado en cuenta por los viajeros que llegan hasta los confines de la América austral. Un gran error, un grandísimo error, ya que la ciudad ostenta una belleza cruda y esteparia, muy diferente a la de su glamorosa vecina, pero innegable desde cualquier punto de vista. Río Grande y sus alrededores conforman el “otro” gran escenario de Tierra del Fuego, marcado por la presencia de la estepa interminable, por la ferocidad del Atlántico sur, las leyendas de los buscadores de oro y los sacerdotes exploradores, y los ríos helados que atraen a los mejores pescadores del mundo.

Fundada de manera oficial el 11 de julio de 1921, Río Grande es una ciudad baja y de ritmo suave que desde finales del siglo XIX comenzó a recibir pobladores de origen europeo. Los primeros colonizadores fueron, en su mayoría, peones de estancia, misioneros salesianos y buscadores de oro, como el legendario y extravagante Julio Popper, quienes sentaron las bases de la identidad luchadora y aventurera que define a los habitantes de la ciudad. Antes de eso, esta región había sido el territorio ancestral del pueblo ona (selk’nam, en lengua nativa), cuya desaparición constituye una de las tantas historias negras de la colonización de América.

Hacia la misión salesiana
La avenida San Martín, la arteria principal de Río Grande, es el escenario de la vida social y cultural de la ciudad. En torno de ella se encuentran la mayor parte de los hoteles y también un buen número de restaurantes que se especializan en platos elaborados con productos típicos de la región, como cordero, centollas, pescados y mariscos.

Saliendo de la ciudad por la ruta nacional 3, rumbo al norte, a pocos kilómetros aparece la silueta del tristemente célebre Cabo Santo Domingo y las blancas edificaciones de la misión salesiana Nuestra Señora de la Candelaria. Según muchos historiadores, en el peñón del cabo tuvo lugar el llamado “Banquete de Santo Domingo”, en el que pistoleros a sueldo de los estancieros de la zona asesinaron a una gran cantidad de onas y los arrojaron al mar, con la excusa de que los indígenas robaban ovejas de las estancias. La misión salesiana constituye algo así como la contracara de ese trágico episodio histórico: en ella los monjes protegían a los indígenas, les enseñaban oficios y los alfabetizaban. Sede de innumerables anécdotas y leyendas, la misión fue establecida en 1893 y sus bellos edificios de madera, de típica estampa patagónica, han sido declarados Monumentos Históricos Nacionales. El museo salesiano conserva numerosos testimonios de la cultura ona, mientras que en la escuela agropecuaria que funciona en la misión se elaboran deliciosos quesos de oveja y dulces típicamente australes, como el de ruibarbo.

Apenas a 13 kilómetros de la ciudad se halla otro de los grandes hitos turísticos de Río Grande, la estancia María Behety. Se trata de un impresionante complejo agropecuario establecido en 1899 por el terrateniente José Menéndez, conocido como el “rey de la Patagonia”. La estancia mantiene en perfecto estado su fisonomía original y entre sus edificios se destaca el magnífico galpón de esquila, que en su momento fue considerado como el más amplio del mundo. Además, cuenta con una lujosa villa turística de seis habitaciones y un excelente restaurante.

Leyendas y naufragios
Río Grande presume de ser la Capital Internacional de la Trucha y cada año recibe la visita de varios de los más famosos pescadores del planeta, que practican las modalidades de fly fishing y spinning. Los ríos más codiciados son el Grande, el Menéndez y el Irigoyen, donde abundan los ejemplares de truchas marrones y arcoiris. En los terrenos de la estancia María Behety, sobre el curso del río Grande, se levanta un hermoso lodge destinado exclusivamente para pescadores, rodeado por un paisaje estepario conmovedor, pero que en estos tiempos se halla prácticamente fuera del alcance de los bolsillos argentinos. Dejando la ciudad en dirección a Ushuaia, el Atlántico sur aparece a la izquierda de la ruta con toda su belleza. El paisaje estepario poco a poco se va mezclando con los bosques de lengas y ñires, y la silueta de la cordillera de los Andes aparece de pronto delante del camino. Tomando por la ruta complementaria A, se llega al misterioso y encantador Cabo San Pablo, un paraje ideal para los amantes de la naturaleza, donde el paisaje marítimo se combina con los bosques y un río de caudal correntoso y helado. Desde allí parten excursiones a pie o a caballo que llegan hasta restos de navíos que naufragaron en estas playas. El Desdémona es uno de ellos, y el misterio de su trágico final es uno de los tantos secretos que guardan las salvajes y maravillosas costas de los confines del mundo.