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¡La bolsa o la vida!, ¿por qué las empresas medianas argentinas no cotizan en bolsa?

Hace no mucho tiempo, me encontré con un amigo en el tradicional café de Sarmiento y 25 de Mayo y conversamos sobre las alternativas de las empresas medianas argentinas, que frente al incremento de la demanda, estaban con sus stocks en su nivel mínimo y escasas posibilidades de ampliación productiva.

Tras un largo silencio, mi amigo me dijo “Y… es el problema del financiamiento de la inversión…”

Luego, se levantó. Estaban a punto de comenzar las transacciones en la Bolsa de Comercio, justo cruzando la calle frente a nosotros: “Voy a ganarme unos pesos en la Bolsa y te veo a la salida”, me dijo.

Me quedé con mi café a medio tomar, pensando que esas empresas, que hoy deben abastecer al mercado con mayores y mejores productos necesitan reequiparse después de la derrota sufrida en sus activos fijos a manos de los productores extranjeros que nos ganaron el partido abrumadoramente hacia los finales de los ’90.

¿Cómo recomponer esas maquinarias obsoletas si no tenemos suficiente capital? Pero, ¿no lo tenemos realmente?

En la Argentina, los bancos no han hecho mucho por las empresas que necesitan capital de trabajo.

En este marco, la Bolsa podría ser un importante modelo a considerar.

En el Nasdaq de Estados Unidos cotizan más de 800 empresas. En el Bovespa de San Pablo hay cerca de 600. En la bolsa de Santiago, son casi 300. Sin embargo, en Argentina, no llegamos a 80.

Si existe liquidez que busca oportunidades de inversión en negocios rentables, el lugar indicado es la bolsa.

Y si existen empresas que requieren capital de trabajo (o para inversiones de más largo plazo) el lugar debe ser la bolsa.

Pero, ¿cómo se explica entonces que sólo coticen menos de 80 compañías? ¿Por qué a las empresas argentinas medianas no les cierra la ecuación de ir a la bolsa?

Desde luego, el principal incentivo es la obtención de fondos de bajo costo. Por un préstamo de cinco millones de pesos, un banco le cobra a la empresa un interés que oscila en torno al 20 por ciento anual. En este marco, la bolsa ofrece una fuente de financiamiento a tasa cero.

Los costos, sin embargo, aparecen por otro lado. Ir a la bolsa tiene el costo de la transparencia, de la legitimidad y del pago de impuestos.

Cuando los empresarios eligen las sociedades anónimas como instrumento legal, muchos esperan que el anonimato es porque nadie sabrá de quién es la empresa, cuánto gana ni cuánto retiran los socios.

Ir a la bolsa requiere la transparencia de abrir las puertas de la compañía para que los posibles inversores puedan saber qué pasa. Es invitar a los inversores a compartir un sueño convertido en empresa.

Por lo tanto, ir a la bolsa no es sólo una decisión financiera sino también cultural.

Es necesario poner los papeles en orden y sumarse a la pléyade de emprendedores que piensan que un negocio es bueno, no porque dejan de pagar impuestos, sino porque la filosofía del emprendimiento es saludable, su modelo de negocio es orgánicamente coherente y sus reglas de acción se compadecen de las necesidades del mercado, de sus empleados y de sus proveedores.

Para tener un diagnóstico serio de alguna dolencia es preciso ir al médico y desvestirse. Sin embargo, hay muchos que prefieren quejarse del dolor, pero no sacarse la ropa.

Y otros que prefieren clamar a los gobiernos por subsidios o regalías en vez de intentar generar nuevas fuentes de recursos genuinas a bajo costo.

En nuestra niñez, nos asustábamos cuando el héroe de nuestras novelas se encontraba con un ladrón armado con cuchillo que le decía: “¡la bolsa o la vida!”

Pero las medianas empresas argentinas, si mutan a un sistema de legitimidad y transparencia, podrían cambiar el paradigma del viejo cuento por: LA BOLSA Y LA VIDA.