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La hipertensión arterial durante el embarazo

En el marco del Día Mundial de la Hipertensión Arterial, resulta importante dar a conocer la enfermedad y concientizar sobre su prevención. La presión arterial o sanguínea es la fuerza que se aplica sobre las paredes de las arterias a medida que el corazón bombea la sangre a través del cuerpo. Durante el embarazo, el aumento o disminución de esta tensión puede derivar en consecuencias graves tanto para la madre como para el bebé.

La presión que ejerce la sangre está determinada por la fuerza de la contracción cardíaca y el volumen de sangre bombeada en cada latido. Asimismo, otro factor que influye sobre la tensión arterial es el tamaño y la flexibilidad de las arterias ya que la resistencia periférica deriva de su mayor o menor capacidad de dilatación. Erróneamente, muchas personas creen que las fluctuaciones en la tensión arterial son normales, cuando en realidad no lo son: la presión sanguínea siempre debe ser constante, con pequeños cambios que generalmente dependen de las actividades, horarios del día o la alimentación. Es por ello que durante los meses de gestación la salud general de la madre y del feto juegan un rol principal.

Durante los nueve meses, la tensión arterial máxima (o presión sistólica) no debe sobrepasar los 140 mmHg (milímetros de mercurio) y la mínima (o diastólica) no debe superar los 90 mmHg. En términos coloquiales, esto sería 140/90. Encontrarse por encima de estos valores se considera anormal en cualquier etapa del embarazo.

Si bien son múltiples y conocidos los factores que alteran la tensión normal, aún hay muchos otros que se desconocen. En la mujer embarazada, las células que formarán la placenta en cierta forma “invaden” determinadas arterias del útero que irrigan sangre, modificando sus estructuras. Esto, sumado a los cambios hormonales, la función de los riñones y de otros órganos, provoca una disminución en la presión arterial durante el primer trimestre, que se mantiene y puede acentuarse durante el segundo trimestre y se estabiliza en los valores normales previos al embarazo durante la segunda mitad del tercer trimestre.

Cuando la presión arterial aumenta, se debe generalmente al fracaso de los mecanismos de adaptación del cuerpo y a otros trastornos multifactoriales. Entre ellos cabe mencionar la inflamación interna de capilares y arterias maternas que llevan a la liberación de sustancias que producen menor circulación placentaria, la disminución de la oxigenación fetal y el espasmo en las arterias de la madre, que a su vez afecta el funcionamiento de los riñones, el hígado, los mecanismos de coagulación, la función del corazón y del cerebro.

En una futura mamá que no presenta alteraciones en los controles prenatales habituales, los controles recomendados son uno por mes durante el primer y segundo trimestre, cada 15 días durante el tercero y hasta la semana 37 o 38. Pasado este período, se realiza un control semanal hasta la fecha de parto.

En el caso de que la embarazada presente alguna anormalidad, el obstetra determinará la frecuencia y el tipo de controles a realizar, lo recomendable será volver a controlar la presión luego de entre una y dos horas de reposo. En caso de no observarse un descenso, es imprescindible la consulta al especialista. Ante este suceso, la recomendación general es el descanso sumado a una dieta sin sal, aunque luego se deberán hacer estudios para averiguar qué tipo de hipertensión presenta la mujer y poder diagnosticarla e indicarle el tratamiento adecuado para proteger la salud de la madre y el bebé.

El mito de la retención de líquidos
Equivocadamente, muchas mujeres creen que uno de los factores que propicia la hipertensión es la retención de líquidos. Aunque el volumen de líquidos retenidos aumenta entre un 50% y un 60% a lo largo del embarazo, esto es absolutamente normal y comienza en las primeras semanas de gestación. El aumento en la retención compensa la dilatación fisiológica de los vasos sanguíneos, haciendo que la presión no baje demasiado y contribuyendo al aumento de la circulación en la placenta, lo que propicia el buen desarrollo fetal. Cuando se desencadenan mecanismos que llevan a la hipertensión, la retención de líquidos aumenta por fallas en la función de los riñones y por la excesiva salida desde líquido del interior de las arterias y venas hacia los tejidos.