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“La responsabilidad social debería dar respuesta a la búsqueda de igualdad de oportunidades”

A pesar de la segregación que se les presenta en distintos momentos y niveles ocupacionales, las mujeres desempeñan un rol cada vez más activo tanto en el trabajo productivo como en la sustentación de sus familias, siendo en muchos casos responsables económicas del hogar. Ante la discriminación de la mujer que todavía existe en el ámbito laboral, la responsabilidad social, por definición, debería actuar dando respuesta a la búsqueda de igualdad de oportunidades.

El mejor resultado de una práctica socialmente responsable de igualdad de género es la aceptación de la figura de una mujer líder, que demuestre que las responsabilidades y el rango se consiguen por la vía del conocimiento y no por ser mujer u hombre. Falta mucho camino por recorrer todavía en este marco, pero no todas son de cal.

Dentro de las ocupaciones que concentran mayor cantidad de mujeres se encuentran los servicios sociales y comunales. Y es que la socialización de las mujeres para las actividades reproductivas (educación, crianza de niños y niñas propios y ajenos, cuidado de ancianos y ancianas, cuidado de la salud del grupo familiar) posibilita una mayor predisposición de las mujeres para las profesiones relacionadas con la ayuda a la comunidad.

Para llevar adelante acciones sociales y comunitarias, las mujeres cuentan con una intuición, una inteligencia práctica y una sensibilidad exquisitas. Y es justamente dicha sensibilidad el don que complementa las virtudes del hombre.

Sensibilidad que en este caso significa capacidad de ayudar a otros, capacidad de ser ecuánime y exigente sin perder la dulzura y la calidez. Sensibilidad que lleva a sobreponerse a los propios estados de ánimo para atender al que necesita; a dirigir la enorme capacidad de donación y entrega a quienes están más necesitados.

La mujer, debido a su estructura emocional y especialmente por su herencia ancestral y por su instinto materno, suele tener la capacidad innata de la empatía que puede permitirse desarrollar en algunos ámbitos únicamente, tales como el trabajo social, ya que muchas veces en el mundo corporativo se le exige dejar de lado esa sensibilidad al tratar con sus colegas y equipos de trabajo.

El hombre también está dotado de una gran sensibilidad pero en general la inhibe ante la posibilidad de parecer más débil o frágil, pues existe un mandato social de mostrarse como el sexo fuerte que tampoco es justo para el sexo masculino, debemos decir. Lo masculino se asocia con el predominio del pensamiento frente al sentimiento, y lo femenino viceversa. La balanza se inclina todavía en el ámbito empresario hacia lo masculino, se habla de competencia en lugar de complementariedad, que sería lo ideal, y la mujer, cansada de representar un papel masculino para ser aceptada, siente cada vez más la necesidad de rescatar su sensibilidad, su intuición, su creatividad y su sabiduría. Por eso se vuelca hacia actividades que le permitan desarrollar sus capacidades innatas, conectarse con su esencia, sentirse valorada y necesitada, dar rienda suelta a su amor maternal.

Las acciones sociales, solidarias, asistenciales, constituyen el paraguas perfecto para el equilibrio femenino entre el deber y el ser.