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Las bondades de las calles peatonales

El espacio público es, por definición, un entorno de convivencia social, donde los servicios y actividades se distribuyen de forma eficaz y eficiente para satisfacer las necesidades del conjunto de los ciudadanos.
En ese sentido, los barrios y, por extensión, las ciudades, se han desarrollado tradicionalmente en función de la distancia media que las personas podían recorrer a pie o en sistemas de desplazamiento no motorizados, convirtiéndose así en un gran espacio peatonal.

Los medios de transporte a motor invaden este espacio, alejan usos y funciones urbanas y obligan al peatón a ocupar un ámbito más reducido.
La calidad de vida se ve inmediatamente perjudicada, ya que aumenta el riesgo de accidente vial, la contaminación acústica y las emisiones.

Los procesos de jerarquización vial y peatonalización urbana tienen como objetivo precisamente retornar a un ámbito urbano más tranquilo, en el que los desplazamientos a pie o en bicicleta tengan prioridad frente a otras alternativas de movilidad y faciliten la comunicación social y un uso más humano de la vía pública.

La peatonalización contribuye asimismo a cohesionar los barrios, puesto que convierte la calle en una prolongación de las viviendas y edificios en la que la comunicación humana se prioriza ante la demanda de movilidad a motor.

La actividad comercial también se ve beneficiada y revalorizada al disponer las personas de más espacio y tranquilidad para realizar sus compras. Si bien suele ocurrir que los comerciantes se muestran reacios en un primer momento a los procesos de peatonalización -ya que consideran que verán perjudicadas sus ventas-, a posteriori comprueban cómo ocurre precisamente lo contrario.

En este escenario, muchos vecinos optan por cambiar progresivamente sus hábitos de movilidad, ya que al percibir de forma distinta su entorno habitual, se sienten más seguros y renuncian a desplazarse en vehículo a motor.
Esta renuncia favorece la cohesión social, potencia el comercio de proximidad y reduce los impactos ambientales asociados.

Todo proceso de peatonalización exige, también un esfuerzo de implicación ciudadana y de los principales colectivos del barrio – asociaciones de vecinos, asociaciones de comerciantes, gremios, etc.- para conseguir un frente común que ponga en valor los beneficios a corto, medio y largo plazo.

Los beneficios
Una de las grandes ventajas de la peatonalización es la de otorgar prioridad a los ciudadanos que se desplazan a pie o en sistemas de transporte no motorizados. Aporta importantes beneficios a la convivencia y la tranquilidad del espacio público, así como a la calidad ambiental urbana. En primer lugar, para los residentes, ya que mejora su bienestar al reducirse el ruido y la contaminación atmosférica y aumentarse la superficie destinada a su movilidad. En términos generales, los residentes suelen aceptar de buen grado los procesos de peatonalización.

En segundo lugar, los comerciantes son los otros grandes beneficiados. Los propietarios de los comercios de la zona, como “residentes diurnos”, también ven mejorada su calidad de vida y, en la mayoría de los casos, han visto incrementado su volumen de negocio.

La transformación en zona peatonal, potencia el aumento del número de personas que transitan por una vía, por lo que se produce un incremento potencial del número de clientes. Es importante recordar que en las grandes superficies el valor del comercio depende de su ubicación y del número aproximado de ciudadanos que circulan por delante.

La modificación positiva del entorno: mejora urbanística, aumento del número de peatones, creación de espacios públicos de descanso, relación y restauración, se traduce también en un aumento del valor del establecimiento comercial. En este sentido, la mayoría de los comerciantes manifiestan que su comercio ha ganado valor a raíz del proceso de peatonalización, si bien también son partidarios de incrementar paralelamente la oferta de estacionamiento perimetral.
Finalmente, los beneficios son para el conjunto de los ciudadanos, aunque no habiten o trabajen en el área peatonal, ya que mejoran los itinerarios peatonales y reducen el riesgo de accidente vial.

Problemas potenciales
Además de una correcta planificación de las zonas peatonales es necesaria una correcta gestión, tanto de espacios como de usos, con el fin de evitar la aparición de problemas que pueden invalidar su aplicación.

Una de las situaciones que con mayor frecuencia se observa en las zonas peatonales es la indisciplina de estacionamiento. La reducción del estacionamiento para residentes crea una presión sobre los pocos estacionamientos y espacios disponibles aún siendo ilegales, agravado además por la presión de los visitantes foráneos. Esto requiere un control y una gestión firme (policial también) que evite el estacionamiento incontrolado y la invasión del espacio peatonal, al menos hasta que se observe un cambio de hábitos en el uso de dicho espacio, sobre todo de residentes del municipio.

Para evitar el problema asociado, se plantean tres posibles
soluciones: controlar el acceso de los vehículos, implantar mobiliario urbano o realizar una vigilancia reiterada de la policía local.

La peatonalización comporta, en la mayoría de los casos, la supresión de plazas de estacionamiento en calzada como único sistema para recuperar espacio para el peatón. Para evitar grandes perjuicios sobre residentes, pero también minimizar la traslación de la presión de estacionamiento a los barrios limítrofes, deben preverse alternativas que de otro modo den respuesta a las necesidades eliminadas. Una opción puede ser la creación de aparcamiento próximo a la zona peatonal, en lugares periféricos a ella, a distancias no superiores a 500 m de esta. Debe evitarse la localización de estacionamiento dentro de la zona peatonal estricta aún cuando sea subterráneo, para evitar el tráfico de agitación en su interior así como las complicaciones adicionales de gestión que pueda comportar.

Debe indicarse que desde un punto de vista comercial, la creación de estacionamiento perimetral resulta positiva al potenciar el efecto “pasillo o escaparate”, es decir, obliga a pasear hacia el lugar de destino pasando por delante de otros tipos de establecimientos.

También deben ser garantizados unos mínimos en espacio y tiempo para las acciones de carga y descarga de los comercios. Por otra parte, el paso de motocicletas constituye una cuestión difícil de gestionar en las zonas peatonales. Aunque la mayoría de señalizaciones de este tipo de zonas restringen el acceso a todo tipo de vehículos, en la práctica, al poder burlar los pilones, no sufren las restricciones físicas que sí afectan a coches o furgonetas.

Hasta el momento, la concienciación y la presencia policial han sido los métodos para controlar el acceso de las motocicletas a la zona peatonal. Existen en algunas ciudades del mundo sistemas más sofisticados como la instalación de controles mediante lectores automáticos de matrículas con resultados exitosos.

Otra transformación que se observa con la implantación de zonas peatonales es el cambio en la tipología de comercio. Cuando se implanta una zona peatonal se asiste a una transformación de la estructura del sector terciario.

Tienden a concentrar y atraer negocios de equipamiento personal (ropa, zapatos, joyería) en las plantas bajas y pequeñas oficinas de servicios y profesiones liberales en primeras plantas. Por el contrario, se reduce y expulsa a medio plazo a grandes establecimientos de alimentación, almacenes, concesionarios de vehículos, es decir, negocios donde la escasez de espacio público sobre todo para aparcamiento y las restricciones de horario pueden acarrear problemas logísticos para su normal desarrollo que evita su aparición o acelera su traslado voluntario a zonas más adecuadas.

La calle Florida es el primer ejemplo de calle peatonal en la ciudad de Buenos Aires. Fundamentalmente, la peatonalización de esta calle estuvo basada en tomar todo el ancho que hay de una línea municipal hacia la otra y crear un gran piso (como los pisos de los shopping), donde todo el ancho de la circulación permite una mejor difusión que la que habilitaba la calzada.
Desde el punto de vista del peatón, no cabe la menor duda que es ideal ya que puede desplazarse más tranquilo que cuando circulaban automóviles y deja de padecer la contaminación sonora que éstos generaban.

Ahora bien, como la ciudad no fue pensada con peatonalidad, la situación de abastecimiento a los negocios se ha visto complicada.
También una incorrecta política municipal de tráfico, puede significar el desplazamiento de los conflictos hacia los bordes del área peatonalizada, creando situaciones de desigualdad entre el usuario del vehículo privado que vive en el centro, del que vive en una zona residencial.

La peatonalización debe convertirse en un punto de partida del problema de fondo que son las necesidades de movilidad y accesibilidad y en la compatibilidad entre el automóvil y la ciudad.

No se trata sólo de peatonalizar las calles, hay que hacer de las calles espacios de convivencia donde se compaginen los derechos de todos, regulando el tráfico restringido de los vecinos y de los vehículos de servicio, y por otra parte haciendo cumplir las normas que se impongan. Esto se logra con políticas de planeamiento y gestión adecuadas, ya que no hay duda de que las calles peatonales embellecen notablemente una ciudad y la convierten en un lugar agradable.