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Las claves que ofrece el coaching para sobrevivir al desborde de fin de año

Es un mes con millones de compromisos, corridas entre familiares y amigos, compra y entrega de regalos, exigencias de trabajo, muestras de fin de año, actos de los hijos… El fin de año nos llena de stress. ¿Hay manera de que el último mes del calendario no sea un momento de tanta presión? ¿Hay estrategias para pasarlo un poco mejor?

Ya sabemos que diciembre trae una enorme exigencia interna. Hay que cumplir con todo el mundo, hay que terminar todos los trabajos, hay que ir a todas las reuniones sociales … La exigencia es una emoción, una voz interna que no acepta un “no”. Como toda emoción, se trata de una conducta relacional que vincula a dos partes; en este caso a alguien que exige y a otro que es exigido. Pueden ser dos personas, o alguien con algo que está sucediendo, e incluso – la mayoría de las veces – una persona consigo misma.

Esa exigencia se manifiesta en una conversación interna que demanda el cumplimiento de determinadas metas, que no se alcanzan nunca. Por ejemplo, si alguien desea mantener reuniones con todos los clientes en cierto lapso pero tiene mas clientes que tiempo para reunirse, probablemente se esté fijando una meta imposible de lograr.
De la misma manera, si quiere organizar las fiestas de fin de año de su familia, tiene que obtener un acuerdo con cada familiar; siempre habrá alguien con una opinión diferente, por lo que surgen las quejas, los lamentos, los enojos.

¿Qué pasa cuando las metas no son puestas por uno mismo sino – por ejemplo – por un jefe o una situación laboral? Por ejemplo, hay que hacer un balance y quedarse trabajando mucho tiempo después de hora. El problema surge cuando las cosas no se piden sino que se exigen: esto va generando estados de ánimos de alto deterioro y estrés, con posibles somatizaciones que se muestran en contracturas, problemas digestivos, de piel o incluso cardíacos…

Quien exige considera que las cosas son de una sola manera, y no sólo establece el “qué” sino que también el “cómo”. Pero podemos salir de esta presión desmedida, en primer lugar distinguiendo lo que esa exigencia está produciendo en uno mismo, y luego, frenando. Podemos decir “basta”, “paro”, “stop”, o incluso lo que llamamos “stop and reflect”: paro y reflexiono, lo que pone freno a una circunstancia que no nos está gustando. Y entonces, empezar a preguntarnos “para qué hacemos lo que hacemos”.

Por ejemplo, ante un jefe que exige la finalización de un trabajo en plazos imposibles de cumplir, podemos detenernos a negociar con él las prioridades, y quizá postergar ciertas tareas que no tengan la urgencia de otras. Podemos pedir (palabra maravillosa, muy poco utilizada por los exigentes porque quieren resolver todo por si solos): podemos pedir recursos y ayuda, ofrecer alternativas.

¿Para qué la gente se exige salir a la ruta, casi en una carrera loca contra la muerte? Es decir, ¿para qué esta viajando? Supongamos que es para llegar temprano a la playa y descansar. Pero si el objetivo del viaje es descansar, puede elegir hacerlo desde el momento en que sale, y no cuando llega. Es una elección.

Si hablamos en términos laborales, la pregunta “¿qué queremos que pase?”, empieza a desarmar montones de barreras. Hacer este tipo de trabajo en este momento puede ser una exigencia de casa central. Pero yo puedo ver que faltó hacer para que no se convirtiera en exigencia, de manera de poder planificar para visiones futuras.

El estrés se produce cuando una persona empieza a hacer juicios acerca de que lo que está sucediendo no debería suceder: se resiste a lo que pasa y se enoja.

En el caso del viaje, el objetivo es descansar. Pero si la persona esta resistiendo todo lo que aparece en el camino (un hombre que se cruzó, el tránsito, alguien que va por la banquina, los chicos que lloran dentro del auto), surge el enojo con lo que pasa, y como decía Jung “todo lo que se resiste, persiste”: se hace mas grande. En cambio, cuando se focaliza con lo que quiere que pase, encuentra que el compromiso es descansar. Puede elegir el “me lo voy a tomar con calma”.

Pongamos otro ejemplo: alguien necesita ir a una de las tantas reuniones que hay en el mes de diciembre, pero el tránsito está mas desmadrado que nunca, están arreglando las calles y está todo cortado, no andan los semáforos … Si en ese momento distingue las emociones en las cuales esta, puede elegir salir . Por ejemplo, decir: “Estoy en el medio del tránsito, que es un caos, ¿Qué puedo hacer que no sea perjudicial para mi?”

Lo que puedo hacer es relajarme, escuchar música y avisar que voy a llegar media hora más tarde: llamar por teléfono y re- planificar la reunión.

Esa persona elige una forma diferente de sortear la situación y eso le cambia la vida. En el medio, hace pedidos, ofertas, negocia el compromiso que tenía.

En las fiestas de fin de año, una de las discusiones más repetidas en estos días es “a la casa de quién vamos”, y nadie se pregunta para qué vamos: para pasarla bien, para disfrutar, para despedir el año, para darle la bienvenida al año que viene, para estar en familia. Entonces, como es que tenemos discusiones en el medio?
Podemos conversar para acordar qué quiere cada uno y alinearnos con una situación y no con todas al mismo tiempo, recordando para qué queremos estar juntos.

El coaching sirve para que cada uno pueda reflexionar. ¿Qué esta haciendo? ¿Para qué lo esta haciendo? ¿Qué quiere que suceda? ¿Qué necesita, para que pase lo que quiere que pase? Y, ¿Que está dispuesto a hacer para que eso suceda?
Podemos trabajar sobre el lenguaje para declarar lo que queremos, pedir lo que necesitamos y ofrecer nuestros propios recursos o alternativas, para que con estas declaraciones, estos pedidos y estas ofertas, podamos hacer promesas.

Ese en un espacio de elección.

La presión de la exigencia de diciembre puede reducirse cuando uno elige hacer, y establece el compromiso de hacerlo.