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Los colores del silencio

De cara a los cerros que se esfuman en la noche estrellada, de cara al viento que con un soplo gélido desempolva misterios, todo sonido parece destinado a retumbar por siempre en el universo. De allí, también, el sentido sagrado que en esta aldea de 20 manzanas y cuatro siglos, profunda de tan seca, hipnótica de tan lenta, adquiere la poética del silencio.

En este Pueblo de la tierra virgen (según la lengua aimara), terruño de los indios purumamarcas, a 65 kilómetros de San Salvador de Jujuy, las palabras vacías rechinan en el alma como tizas. Será que, a 2193 metros más cerca del cielo, uno se asume menos inmortal, más ínfimo, como una polilla o un grillo. Será que uno comprende que la palabra es un tesoro y que callarse, morderse la lengua, despacito, es otro modo de decir mucho.

Hablan más con los ojos que con la boca sus pobladores. Crecen comiendo no sólo quinoa (seudocereal de 5000 años), papas de las más diversas (overa, colorada, cuarentona, azul), humitas (pasta de algunas de las 300 variedades de maíz de la región andina, envuelta en chala de choclo), queso de cabra o tamales con carne de llama, sino también devorándose las baratijas verbales para ahorrar saliva en este calor.

Se nutren de la música del Altiplano,a veces chispeante, a veces pálida, siempre tierna; de los ecos remotos de hermosas coplas (Quiero decir y no digo/ y estoy sin decir diciendo;/ quiero y no quiero querer/ y estoy sin querer queriendo); del aire de instrumentos aerófonos como los sikus (o flautas de pan; una o dos hileras de cañas atadas en forma de balsa de náufrago) y los gigantescos erkes (larga superposición de cañas que termina en una trompeta o corno; mide unos seis metros). Y miran con la intensidad con que parece mirarlo a uno en la plaza del pueblo el algarrobo milenario, ese que se encuentra frente a la iglesia de Santa Rosa de Lima, erigida en 1648 y declarada Monumento Histórico Nacional en 1941; ese que estuvo a punto de secarse no hace mucho; ése bajo cuyas ramas, cuentan, fue sacrificado por los españoles el último príncipe humahuaqueño, el cacique Viltipoco.

A su sombra funciona la feria de artesanos, atendida, sobre todo, por mujeres. Ellas, doblemente discriminadas – por mujeres e indígenas – , ayudan a sus maridos a que duelan menos la pobreza y la desocupación, calculada en más de un 30% en Jujuy. Hay ponchos, de lana de vicuña y llama; coloridos bolsos, bufandas, tapices y gorros tejidos; sombreros y vasijas; muñecas de mujeres collas de ojos grandes, cargando ollitas de barro entre las manos o llevando a sus hijos envueltos en la espalda.

Entre las casitas de techos de cardón y paredes de adobe (masa de tierra y paja) color té con leche, hasta los turistas caminan a deshora del mundo, sin apuro por capturar el instante siguiente, pero al compás del verdadero pulso, el del cosmos. Quizá “porque acá – dijo el escritor jujeño Héctor Tizón -, en el borde, en la cornisa del país, en la frontera que es, ante todo, misteriosa, ya nada está lejos de nada y el tiempo es barato”. Lo demás, aunque no alcance para desterrar las penas del alma y el cuerpo, para ellos es un regalo. Qué más podrían pedirle a la Pachamama o Mamapacha, la Madre Tierra (su fiesta es el 1º de agosto), después de haber recibido el Camino de los Colorados y el cerro de los Siete Colores, deslumbrante licuado tonal debido a la oxidación del cobre (verde), el hierro (rojo), el azufre (amarillo), el manganeso (violeta). Eso, según los científicos. Según la tradición oral, fueron los niños, aburridos de monótonos matices, los que pintaron durante siete noches el cerro.

Estos arco iris geológicos, estas placas teutónicas entrelazadas como los dedos de las manos, abundan en toda la maravillosa quebrada de Humahuaca, territorio de los omaguacas, de 160 kilómetros y declarada Patrimonio de la Humanidad en 2003 por la Unesco.

Proliferan cardones solitarios y las cuatro especies de camélidos de la zona: llamas, alpacas, guanacos y vicuñas (según el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, INTA, en Jujuy viven 55.800 de las 133.000 vicuñas del país, de las cuales se extraen unos 200 gramos de lana por animal). No así el agua, salvo de diciembre a marzo, período durante el cual el río Grande, que circunda la Quebrada de pies a cabeza, pasa de un montón de escombros a un torrentoso cauce de agua que arrastra árboles, barro y rocas, es decir, todo aquello que cae por las laderas de los cerros. Muros de gaviones contienen, o al menos lo intentan, la bravura de ese alud chocolatado.

Hojas de coca

Lo primero que se ve en lo alto de la apacible Maimará (estrella que cae), a unos 20 km de Purmamarca rumbo a la Puna, es un cementerio. Los incas creían que de ese modo los muertos estaban más cerca de Tata Inti, el Padre Sol. El 80% de la población de esta villa son agricultores. Está en un valle fértil, húmedo, rodeado por flores silvestres y los cerros que conforman La paleta del pintor. Un poco más arriba, a 2465 metros sobre el nivel del mar, aparece Tilcara, el pueblo más turístico de la Quebrada, “una de las más de 120 comunidades collas”, según la Red Puna y Quebrada del Movimiento Nacional Campesino Indígena, “preocupadas por los emprendimientos mineros metalíferos a cielo abierto que dinamitan cerros enteros, que agotan las fuentes, que usan sustancias químicas tóxicas”.

Son tres, al menos, los gestos de la encantadora Tilcara. Devoción por la Virgen María, expresada en la peregrinación del miércoles santo, en el santuario del Abra de Punta Corral, desde donde los creyentes bajan caminando por las callecitas con la imagen de la Virgen de la Copacabana a cuestas. Entusiasmo por el Carnaval, lleno de coplas, comparsas, fusilamientos (se sienta a los aburridos en el centro y se los castiga con vino, chicha, cerveza),románticos topamientos (hombres y mujeres chocan al azar y así se definen las parejas para todo el Carnaval). Y reverencia por aquellos 4000 fiscaras – gentilicio luego españolizado por tilcaras – que vivían en uno de los pucará (fortaleza, en quechua) más importantes de los 20 descubiertos en la Quebrada.

Justamente, por esto último Tilcara es considerada la Capital Arqueológica de Jujuy. Por esas casi ocho hectáreas situadas estratégicamente en la cima del cerro, entre acantilados que desembocan en el río Grande y ásperas laderas y faldeos, para defenderse de los enemigos. Sólo los corrales de los animales estaban en la parte baja. Agota subir la cuesta, un tanto por el sol atroz del mediodía, otro tanto por el perturbador apunamiento (para contrarrestarlo, $ 2 bastan para comprar una bolsita con hojas de coca y luego masticarlas. Está prohibido traerlas de Bolivia, pero se venden en los quioscos de Jujuy; se necesitan 100 kg de ellas para obtener un gramo de cocaína). Falta el oxígeno al llegar a la cumbre, a esas casas con vigas de cardones (huecos y gelatinosos por dentro, porosos por fuera), techos de barro y paja, paredes de piedra. En sus altares, considerados santos, se sacrificaban animales. En sus patios transcurría la vida de estos collas, monógamos, que junto con los chancas eran los principales enemigos de los incas. Vulnerada su resistencia, perderían lengua, religión, costumbres, y pasarían a formar parte del Collasuyo, una de las cuatro regiones del Imperio Inca (las otras eran Condesuyo, Chinchasuyo y Antisuyo).

Huacalera y Uquía
Desde Ticara hasta Humahuaca hay 40 km. Entre ellas, las aldeas de Huacalera y Uquía. En Huacalera, famosa por sus hortalizas (lechuga, espinaca, acelga), se marca la línea imaginaria del trópico de Capricornio. Uquía es conocida por el cerro de las Señoritas, de rojos intensos, y por los Angeles Arcabuceros (el arcabuz es una escopeta), esa serie de óleos pintados por indígenas cuzqueños que, enmarcados en oro, reposan en la iglesia de la Santa Cruz y de San Francisco de Paula (1691).

“¿Qué son los ángeles?”, preguntaron los indios a los españoles cuando éstos les pidieron que los retrataran cual si fueran dulces querubines. “Son hombres como nosotros, pero con alas, como las de los pájaros, saliendo de la espalda”, explicaron los colonizadores, las manos apoyadas en los hombros. Entonces, los aborígenes se miraron, imaginaron y pintaron. Soldados con alas.

Antes de partir desde Tilcara hacia Humahuaca, un partido de fútbol. La cancha no tiene ni un solo metro cuadrado de césped, es puro polvo. Bajo un sol de mediodía que agrieta la tierra, los muchachos, algunos del barrio Alberdi, otros del barrio La Falda, corren como si jugaran en un refrescante atardecer. Ya en Humahuaca, Mario, el guía salteño que siempre lleva una pelota de coca (acullico) en la mejilla, recuerda la goleada (3 a 0) conseguida por futbolistas locales contra el seleccionado de Diego Maradona que luego saldría campeón mundial en México 86. Los hombres conducidos por Carlos Bilardo habían venido a adaptarse a la altura. Maradona y compañía no se irían sin tomarse revancha. Dicen que aquel triunfo hasta se celebró en la plaza San Martín, “la única del país en la que el prócer está sentado. Dicen – bromean los humahuaqueños – que es porque San Martín está apunado”.

Cardón abuelo

Ninguna gracia, en cambio, causa la miseria que atraviesan los habitantes del norte de Jujuy. “Mucho cacareo, pero el huevo no se pone nunca.” La metáfora pertenece al obispo de Humahuaca, Pedro Olmedo. Fue su manera irónica de defender a “los abanderados de la pobreza”, así los llama. La figura de San Francisco Solano sale cada día del campanario del edificio municipal de Humahuaca para darles la bendición. De cara al Cardón abuelo, que mide unos siete metros. Aseguran que existen 25 variedades de cardones y que crecen sólo entre los 1500 y 3500 msm, de uno a cuatro centímetros por temporada, es decir que tendría más de un siglo y medio. Tan legendario como el muña muña, “el yuyito del amor – aclara el vendedor, parado frente a las puertas de la iglesia de Nuestra Señora de la Candelaria -. El viagra de la Puna, bah”. Tan imponente como el monumento al cacique Viltipoco, brillante, ciclópeo, allá arriba, al final de la interminable escalinata sobre la que los artesanos descansan.

En Purmamarca se debe agradecer a la Pachamama. El ritual consiste en cavar un pozo y depositar en él hojas de coca (antes frotadas con las manos), agua, bebidas alcohólicas, una olla de barro con comida cocida, algunos cigarros, para luego cubrir el hoyo con unas cuantas piedras. Ese challa o tributo, ese dar de comer y de beber a la siempre hambrienta, fiel y, al mismo tiempo, vengativa tierra será una demostración de respeto hacia la diosa. Que, si quiere, bendecirá a los artesanos, hará caminar bien a los bueyes para que no se cansen, espantará las heladas, brotará en las semillas y en el vientre de las mujeres.

De rodillas, el colla le reza para que vuelva al menos lo mismo que ofrenda. Ella, largas trenzas, bebe, masca coca, lo observa de reojo. Envuelta en una amplia pollera roja, verde, amarilla, violeta, piensa si le enviará sus favores desde la cumbre del cerro. Cuando llega la noche fría le susurra al oído una copla. El colla sonríe y respira bien hondo un hálito del más allá. De esta otra, luminosa, insondable realidad. La del sol que abraza. La del silencio que nombra.

Datos útiles

Cómo llegar

  • Desde Buenos Aires son unas dos horas de vuelo. Existen dos posibilidades: volar hasta Jujuy (el pasaje ida y vuelta, desde 1000 pesos) y desde San Salvador recorrer por tierra 65 km hasta Purmamarca, o hacerlo hasta Salta (desde $ 900, ida y vuelta) y partir en auto desde Salta hacia Purmamarca por el Camino de Cornisa, de 90 km.

Donde dormir

  • En Salta, el Papyrus Hotel Boutique dispone de piscina, terraza y jardines, servicio de Wi-Fi y restaurante internacional. Desde el 1° de enero de 2009, una suite doble costará $ 550. Pasaje Luis Linares 237. Informes: (0387) 4227067/4075; www.hotelpapyrus.com.ar
  • En las afueras de Purmamarca, en La Comarca Hotel, que ofrece piscina climatizada, servicio de lavandería y un gimnasio con sauna y ducha escocesa. Una habitación doble, $ 305; una cabaña, $ 420; una casa, $ 450; y una suite, $ 605. Altura Km 3,8 de la ruta nacional 52. Informes: (0388) 490-8001; www.lacomarcahotel.com.ar
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