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Los pesos “queman” y los argentinos buscan sacárselos rápidamente de encima

Los síntomas son inequívocos: otra vez, como en tantas ocasiones históricas, los pesos vuelven a “quemar” en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

Es que después de un semestre atípico marcado por el traspaso de dólares a pesos, todo indica que se está volviendo a una situación más clásica para los ahorristas argentinos: la pérdida de valor de la moneda nacional y la búsqueda del dólar como refugio.

Por lo pronto, los depósitos bancarios en pesos sufrieron un freno (sólo subieron $400 millones en febrero, apenas un 15% de la cifra registrada el mes anterior) lo cual, en una economía con inflación cercana al 20%, significa una fuerte contracción en términos “reales”.

La sensación de que los billetes con la efigie de Julio Argentino Roca perderán valor rápidamente hace que se acelere la velocidad a la que el dinero circula en la economía.

Y cuando la gente busca sacárselos rápidamente de encima, suele tener dos opciones: consumir bienes durables (adelanta compras postergadas, desde equipos tecnológicos, electrodomésticos, hasta automóviles) o intentan preservar su patrimonio en una moneda que perciban como refugio de valor (dólares, sin ir más lejos).
Al respecto, el ex presidente del Banco Central, Javier González Fraga, advirtió: “Si se quiebran las expectativas de una moderada estabilidad, puede quebrarse muy rápidamente esa demanda de dinero, y generarse una huída hacia bienes, consumo o divisas”.

¿Qué impacto tiene que los pesos “quemen” en la mano?

El avance de una gran parte de la sociedad en acelerar la rotación del dinero que recibe, adquiere extrema relevancia porque, tal como explican los analistas, genera una espiral difícil de controlar y que potencia la suba de precios.

La teoría económica señala que la inflación se produce cuando hay disponible una cantidad de dinero mayor a la que el público desea mantener en su poder.

Esa “sobreoferta” de moneda puede ser producto o bien de la cantidad de dinero emitido, o bien de una aceleración en la velocidad a la que éste circula.

En consecuencia, aun con poco aumento en la emisión, un país puede tener un repunte inflacionario mayor al esperado, si la gente siente que “hace negocio” sacándose los pesos de encima.

La velocidad, en cifras

Actualmente, cada peso cambia de manos un promedio de 12 veces en un año, según estima el economista Jorge Avila, que ve un camino ascendente respecto de los últimos cinco, cuando el promedio de circulación de dinero se ubicaba entre 8 y 9 veces.

Son cifras pequeñas, si se las compara con los picos inflacionarios de los años 80.

Sin embargo, el economista de la Ucema resalta que en un corto lapso de tiempo tal rotación, si no se toman las medidas correctivas, puede llegar a desbocarse.

Al respecto, recuerda que en 1986 la velocidad de circulación -en ese entonces del austral- era de 12,5 veces y que en apenas tres años se disparó hasta 100 veces, en pleno estallido de la hiperinflación, a mediados de 1989.

Similitudes y diferencias

El desprenderse rápidamente del dinero fue un mecanismo de defensa muy típico que caracterizó a los inflacionarios años 80.

¿Puede reeditarse hoy ese contexto? El escenario que marcó aquella época, representa un temor que se escucha con frecuencia en los análisis de los economistas, que dan cuenta de “la baja en la demanda de pesos”.

“Hay una memoria histórica que dice que acá los ajustes son con devaluación. Entonces si la gente tiene una expectativa negativa, su reacción es la de dolarizarse. De hecho, el 80% de la riqueza del país está en dólares”, afirma Fernando Marengo, economista jefe del Estudio Arriazu.

En este sentido, Avila dice que el riesgo inminente no es el de una hiperinflación, porque el Banco Central tiene los dólares suficientes como para retirar el excedente de pesos en el mercado.

“En los 80, como había pocas reservas, se devaluaba todo el tiempo. Ahora, la situación es diferente porque, en los hechos, la Argentina no tiene flotación sino un tipo de cambio fijo que se va deslizando”, afirma el economista de la Ucema.

Más cerca en el tiempo, Marengo explica que hoy la actitud del público puede ser diferente a la que hubo, por ejemplo, a fines de 2007. En esos días, había una fuerte inyección de dinero y las tasas de los depósitos en pesos eran bajas. Eso inducía a la sociedad a consumir, ante la falta de incentivos para ahorrar.

Al respecto, Marengo cree que, en este momento, ante un desestímulo para conservar el dinero, la tendencia será la compra de dólares.

“Antes no había expectativa de que la divisa subiera, de forma que la gente sabía que perdía plata tanto si se quedaba en pesos o en dólares. Entonces consumía. Ahora la expectativa es diferente”, explica.

Su visión es compartida por un creciente número de analistas. Desde fines del año pasado, economistas como Ricardo López Murphy y Carlos Melconian vienen advirtiendo que el público dolarizará sus ahorros de una manera más fuerte que la observada hasta ahora, por percibir que la cotización del billete verde, tarde o temprano, deberá ser corregida.

Más aun, consideran que el atraso cambiario tenderá a agravarse, no sólo por el hecho de que ahora se prevé una mayor brecha entre inflación y devaluación (a principios de año era de entre 5 y 8 puntos y ahora se estima superará con creces el 10%) sino porque, además, las tasas de interés para los depósitos en pesos no son precisamente un canto de sirena para los ahorristas.

Con un nivel promedio de 8% para los plazos fijos a 60 días, los inversores no sólo pierden (y por lejos) contra la inflación, sino ahora también contra el dólar.

“Esto sí que es inédito, porque lo que sostuvo el volumen de los plazos fijos desde la devaluación de 2002 hasta hoy es el hecho de que la gente mide su patrimonio en dólares”, señala el directivo de una entidad bancaria.

“Cuando el interés que se pagaba por los depósitos era superior al incremento que se anticipaba para el billete verde, entonces el ahorrista colocaba el dinero a plazo fijo para luego, al vencimiento, recomprar moneda estadounidense. De esta manera, sentía que había incrementado su patrimonio en dólares. Hoy esto ya no ocurre”, explica la fuente consultada que pidió reserva de identidad.

¿Dólares o consumo?

En este momento, la expectativa de los economistas es que la tendencia a cambiar ahorro en pesos por consumo será menor a la registrada, por ejemplo, en 2007, cuando se batieron récords de ventas en varios rubros, como el de automóviles.

En cambio, se espera que ahora predomine una tendencia más defensiva, como lo es la de atesorar billete verde.

Al respecto Lopez Murphy, en una entrevista realizada por este medio, se encargó de resaltar su postura acerca de que “los argentinos se verán seducidos por un dólar cada vez más barato”, producto de una inflación que crecerá muy por encima del alza en la cotización de la moneda. Y, según dio cuenta el ex ministro de Economía, “eso acelerará el proceso dolarizador”.

¿Qué tan grave puede ser la situación?

Si la referencia es la fuga de capitales ocurrida en febrero, de u$s1.000 millones, el escenario parecería no ser tan grave como el registrado en 2008, cuando se fugaron u$s23.000 millones del sistema.

Sin embargo, muchos ven con preocupación que la dolarización de los ahorros haya cobrado nuevos bríos apenas transcurridos los dos primeros meses del año, dado que era un fenómeno que hasta los más pesimistas recién preveían para el segundo semestre.

Las causas que recalentaron la “temperatura de los pesos” como para que empiecen a quemar en las manos de los argentinos es producto de una conjunción de factores.

Para varios economistas, el principal es el ruido político -que ya cumple cerca de tres meses- originado en diciembre pasado en torno a las reservas del Banco Central.

“Ahora hay inflación y bajas tasas de interés. Pero también el país tenía un escenario similar hacia finales de 2010, y no se fugaban capitales. Esto marca a las claras que el problema político está influyendo”, explica Juan Luis Bour, economista jefe de la fundación FIEL.

Y agrega que, en la medida en que el tono del conflicto se agrave, el mercado empezará a mostrar signos de duda sobre la marcha de la economía y sobre la misma estabilidad del sistema financiero.

En tanto, Ramiro Castiñeira, analista de Econométrica, considera que el conflicto en torno a las reservas del Banco Central generó inquietud no sólo en el plano político sino porque, más grave aun, puso una nota de duda sobre el éxito del canje de deuda.

“La fuga de dólares había mermado, desde un promedio de u$s1.800 millones por mes hasta niveles mínimos, con algunos meses de saldo positivo. Y recién ahora vimos este repunte. Creo que esta dolarización está ligada al aumento de la incertidumbre”, afirma.

La conducta de la autoridad monetaria en esta circunstancia reafirmó que el Gobierno no tiene inconveniente en volcar las divisas que sean necesarias para evitar la volatilidad en el tipo de cambio.

Para Pablo Schiaffino, economista jefe de la consultora Chi Square, el Central dominó correctamente la inquietud del público: “Las reservas están para esto, para matar el pánico, y eso fue lo que hizo el BCRA”.

“Creo que en la medida que la situación política se tranquilice, esto se revertirá. Me parece algo transitorio, aunque claro, no se qué puede pasar con una inflación cercana al 30%”, advierte el economista.

Este es un punto clave: una suba de precios de una magnitud tal como la actual potencia la actitud defensiva de los argentinos y esto se ve reflejado en el hecho de querer sacarse rápidamente los pesos de encima.

Apagando un incendio con alcohol

Además del repunte inflacionario, hay quienes consideran que la dolarización de los ahorros no es apenas una situación coyuntural sino que es producto de un desbalance fiscal que corre el riesgo de acentuarse con el pasar del tiempo.

Y, en ese contexto, las señales de que el Gobierno no está dispuesto a moderar el ritmo de crecimiento en el gasto público (que se prevé continuará creciendo por encima del nivel de recaudación impositiva) constituyen la clave del asunto.

Así, en la medida en que la cantidad de dinero que se inyecte en la economía no se corresponda con el nivel de consumo que el público quiera hacer, la dolarización parece ser una consecuencia inevitable.

Para Melconian es erróneo pensar que la conflictividad política llevó a una incertidumbre financiera, sino que fue exactamente al revés.

“El origen de todo esto no es político sino económico, y si uno mira los números globales, queda claro que, de una forma u otra, sea con decreto o con una ley, el gran financiador va a ser el Banco Central”, afirma.

Por otro lado, la financiación del gasto vía emisión, o utilización de reservas, implica inyectar una mayor cantidad de pesos a la economía.

Y ese mayor circulante, justamente en un momento en el que la gente quiere sacarse pesos de encima, es algo que sólo puede tener un resultado: mayor inflación.

Punto límite

La salida de capitales es todavía incipiente. Pero, ¿a partir de cuándo hay que preocuparse?

Hay cierto consenso de los economistas en el sentido de que una fuga que no supere los u$s 1.000 millones al mes es manejable sin que se genere una presión excesiva sobre el tipo de cambio.

¿Por qué esa cifra? Porque coincide aproximadamente con el superávit comercial mensual que se calcula para este año. “Mientras la salida se mantenga en un nivel de u$s1.000M por mes, la dolarización de los ahorros se hace en detrimento del saldo comercial, pero no de los depósitos bancarios. No obstante, la situación puede cambiar si la demanda de dólares se empieza a ubicarse por encima de esa cifra”, advierte Castiñeira.

La situación es bien diferente a la que se verificó entre 2003 y 2007, cuando ingresaban u$s11.600 millones promedio por la vía comercial y se fugaban apenas unos u$s1.800 millones al año.

De manera que una salida de capitales similar al saldo comercial implicaría que el Banco Central no podría incrementar sus reservas y que todo el excedente de dólares lo compraría el sector privado. Para Melconian, este nivel de fuga de capitales puede ser soportada por la economía, pero al costo de sacrificar la cosecha agrícola. “Un despilfarro”, resume.