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Lugares encantados de la Argentina

A un paso de la cumbre del cerro Cuchilla de las Aguilas, a 439 m de altura, el corazón hace oír sus latidos sobre el silencio sordo de Barker. El horizonte sin fin de Tandilia dibuja un vasto plano de desniveles, senderos y depresiones, aquietado hace 2 mil millones de años.
Codo a codo con Cuchilla de las Aguilas, el cerro El Sombrerito exhibe su cuerpo desnudo de rocas arcillosas. El trekking reúne a turistas conmovidos por el paisaje con geólogos, escaladores que entrenan ajenos a las peripecias de los principiantes y biólogos a la espera de águilas, chimangos, zorrinos, chilcas, orquídeas, perdices y plantas medicinales.

En una de las nueve cavernas del cerro, Raúl Carrizo convoca a los expertos en la materia a apreciar un par de triglobios –invertebrados blancos y sin ojos, como microscópicos ciempiés– que se arrastran en la oscuridad, sobre la pared húmeda recubierta por tres variedades de helecho.

El grito del guía se pierde en el vacío, sin devolución. Los especialistas prefieren olvidarse por un rato de plantas y animales y esperan turno, ansiosos por deslizarse en tirolesa y completar la faena con un descenso en rappel. Más arriba, el espectáculo en continuado es decorado lentamente por el anillo rosado que el atardecer suelta sobre los cerros. Fuera de la caverna –donde retumba el goteo de una filtración de agua–, enormes arañas tejen mimetizadas con la piedra gris verdosa. El sol ya no da señales y los grillos inician su repertorio. Después de la travesía, el amable recibimiento de Omar Lescano, dueño del bar y museo El Cacique, contrasta con los tímidos saludos de los parroquianos. Relojean con desconfianza a los desconocidos, mientras mueven las manos intuitivamente para el truco, el mus y los sorbos de caña y ginebra. “Es gente de campo, con el cuchillo a la cintura”, cree tranquilizar el anfitrión.

Lescano se abre paso como puede entre las mesas gastadas por naipes y vasos y señala un fonógrafo de 1904, un tarro lechero, radios de madera a válvula, parte del bigote de un ballena, un balde del acorazado alemán Graf Spee, un sombrero mexicano de 1,49 m de diámetro y un almanaque Alpargatas ilustrado por Molina Campos, infaltable en todo boliche de campo que se precie.

Bello y frágil
Barker parece creado a la medida de las actividades de aventura. Se presta para rappel, tirolesa, trekking, cabalgatas guiadas por baqueanos, safaris fotográficos, avistaje de flora y fauna y mucho más. Se disfruta en familia porque combina descanso, adrenalina, tranquilidad y seguridad. Pero el Municipio debería prestar más atención al atractivo natural y cuidarlo, ya que alcanzó un gran posicionamiento turístico. La reactivación de la planta de cal borró la desocupación, pero sus chimeneas atentan contra la pureza del aire.

Más información en www.barker.gov.ar