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¿Moneda local o extranjera?

Esta es una pregunta en la cual el dólar tiene gran protago­nismo, y en la mayoría de los grandes mercados globales la pulseada suele ganarla la divisa norteamericana.

Porque aunque Estados Unidos se encuentre muy lejos de su esplendor, todos estamos convencidos de que honrará sus pagos y su divisa. Tanto que, durante el año 2008, cuando la crisis estalló con epicentro en el país del Norte, todos los capitales corrieron a refugiarse en los bonos del Tesoro estadounidense. Por eso, si no puede vencerlos en finanzas, únase a la mo­neda verde…

Pero no lo haga de cualquier manera, en todo momento, o a cualquier precio, pues la histeria suele pagarse muy cara en términos de pérdidas económicas. Sobre todo porque, en las distintas latitudes del mundo, agoreros de diverso tipo se han acostumbrado históricamente a pronosticar valores de deva­luación y catástrofe que generalmente resultan lejanos de la realidad. Y en estos casos, la finanzas son un juego de suma cero: si alguien gana…, ¡es porque alguien pierde!

Es conveniente entender que la compra de mo­neda extranjera con fines de ahorro a corto plazo se realiza, generalmente, por temor a una devaluación o a la pérdida de valor de la moneda local, debido a alguna razón crítica. Y esto sucede porque la cotización de una divisa puede fluctuar fuertemente hacia arriba pero, también, en sentido descendente, en un breve intervalo de tiempo, ante un “espas­mo” o “ataque de pánico” del mercado. A largo plazo otro es el cantar; y, en naciones con infla­ción, por si hace falta decirlo, el dólar es rey.

Sin embargo, una cosa es el dólar “crudo”, en billete, y otra buscar opciones “dolarizadas”. Y en ese sentido existen alternativas de títulos públicos en dólares, como los Fondos Comunes de Inversión o diversos bonos de deuda soberana y privada, que siguen la cotización de esa moneda.
Entonces, resulta conveniente invertir en una moneda extranjera sólo si se tiene en vista un horizonte de inversión suficientemente extendido, como para soportar eventuales bajas de valor temporarias frente a la mo­neda local.

Por ejemplo, quien el día 5 de noviembre del 2013 compró una unidad de moneda brasileña, utilizó para ello 2,5955 pesos argentinos y, al dar vuelta dicha operación, 7 días más tarde, recibió 2,5516 pesos argentinos.

1 BRL = 2,5955 ARS para 05-11-2013
1 BRL = 2,5516 ARS para 12-11-2013

Es decir que, a causa de la volatilidad de la moneda en el corto plazo, hubo un quebranto de 0,0439 centavos, que toma otra magnitud si se piensa en términos de los cientos o miles en que podría haber consistido el importe de la inversión.

Sin embargo, para alguien que quiso irse de vacaciones a Brasil, en el corto plazo tal vez le convino adquirir la divisa del país de destino sin importarle demasiado las subas y bajas circunstanciales.

¿Por qué? Debido a que el viaje acarreará gastos concretos en moneda extranjera. Entonces, si esta pierde valor frente a la divisa local, a lo sumo “habrá dejado de ganar”. Con el revalúo del peso, además, podría haber compra­do más reales. Mientras que, si hubiera ocurrido lo contrario (revalúo del real frente al peso), tal vez el potencial turista, si no adquirió la divisa extranjera, carecería de los pesos suficientes para ob­tener los recursos necesarios para disfrutar sus vaca­ciones: es decir, no dispondría de lo necesario en pesos para comprar lo que necesita por la suba del real.

Similar ejemplo sería aplicable a cualquier otra divisa fuerte, como el dólar o el euro.
A corto plazo, nadie puede ase­gurar que la moneda local se revalúe un poco y, cuando se vaya a cambiar la divisa, le den menos pesos por ella. De esa forma, más que una ganancia habrá un quebranto de corto plazo.
Y, si bien es cierto que algunas divisas de países desarro­llados generalmente ganan valor contra las más débiles, ello sucede, por lo común, en períodos más largos de tiempo.