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Olivares, buen vino y aventura

El sol cae a pleno y el verde intenso de la quebrada se abre al cordón de las sierras. En el centro de la provincia de La Rioja, la capital y el confort del hotel van quedando atrás y la ruta 75 descubre un puñado de pueblos sinuosos que, envueltos por olivos y nogales, costean las montañas a 1.500 metros sobre el nivel del mar.

En Anillaco, a 98 km de la partida, un conjunto de casas bajas y prolijas, rodeadas por calles de asfalto y sosiego, impone una parada. Aimogasta está cerca. La delatan miles de olivos que escoltan el paso, doblados por el peso de las aceitunas, que huelen al verde intenso del fruto maduro, en medio de una aridez asombrosa. Es tiempo de cosecha y allí lo palpitan con orgullo.

Aimogasta es reconocida como “Cuna de la olivicultura de Argentina”. En la zona se cultiva la variedad Arauco, única en el mundo, que toma el nombre del departamento y se distingue por ser grande y pulposa y su pequeño carozo se desprende fácilmente.

En Aimogasta se instalaron empresas, cuyas fincas de olivares rodean completamente la ciudad. Entre ellas, Nucete es la más grande del país. Funciona desde 1947 y sus productos se exportan a 14 países. La intensa actividad industrial explica que a 50 metros de la plaza San Martín, en medio de una ciudad de casas bajas con espíritu de pueblo chico y ropa colgada al sol, se alce un hotel 4 estrellas de estilo colonial, con una hilera de balcones orientada hacia la Sierra de Velasco, a 350 km de la frontera con Chile.

Además de las grandes agroaceituneras, en Aimogasta está también Hilal Hermanos, una pequeña fábrica familiar que produce aceite de oliva extravirgen, a través de un método de extracción artesanal. Un gran molino de piedra realiza la molienda y la prensada en frío. En un galpón antiguo y rústico, el perfume frutado que se advierte a la entrada, bien adentro se transforma en explosión. Una copita para probar y todo ese estallido se traslada: la intensidad sutil de la nariz se suaviza en la boca.

Camino a la precordillera
La tarde se empieza a dibujar en el horizonte y la ciudad todavía tiene mucho para contar. Avanzando 40 km por la ruta 9, se llega a la laguna El Barreal, extinguida y convertida en planicie resquebrajada, detrás de las montañas que ocultan Catamarca. El Señor de la Peña -una formación natural similar a un perfil humano que los lugareños asimilan con el rostro de Cristo- se contornea sobre una roca granítica de 10 metros de altura y 20 metros de diámetro. En Semana Santa, miles de peregrinos llegan a cumplir sus promesas a este lugar impactante, donde el viento silba entre huecos de la piedra.

Ya de noche, renueva una zambullida en la pileta del hotel, antes de la lluvia. También gratifican un lomo con salsa de aceitunas (plato típico de la región), preparado por el chef de Olivario, el restobar del hotel. Temprano por la mañana espera la ruta 40 y su empalme con la ruta 11, camino a Pituil, un pueblo de 1.200 habitantes a 158 km de Aimogasta, donde se destila aguardiente o grapa y se elabora vino patero.

Aunque su nombre significa “Madre de los metales” y sus montañas oculten oro, hierro y plata, la riqueza de Famatina decreció. Pero también se produce vino, en especial de uvas de Chañarmuyo, a 230 km de La Rioja capital. Hasta esa tierra cubierta de remolinos de polvo lleva un camino enmarcado por montañas, cactos, caballos salvajes y vestigios de río crecido que tapó el asfalto con arena y piedras.

A 1.720 metros de altura, en Camino al Dique y ruta 30, aparecen los viñedos San Gabriel y la bodega Chañarmuyo. Parece mentira que un lugar a 80 km de Chilecito, inmerso en una pacífica soledad, tenga tanta vida. El emprendimiento, que nació en 1999 y descorchó su primera botella en 2005, incorporó hace 18 meses una posada con siete habitaciones, que mira a las montañas y al verde de las vides y los cactos gigantes y apunta al enoturismo, en particular al extranjero. La posada espera con una degustación de vinos malbec, cabernet sauvignon, syrah, tannat y petit verdot.

El huésped puede elegir un régimen de media pensión o pensión completa, con cabalgatas, pesca, paseos en canoa y baños en el dique. Se pueden hacer actividades por las inmediaciones, como volar en parapente en la Cuesta Vieja o una travesía de 35 km en 4×4 desde Famatina hasta la estación N° 8 del antiguo Cable Carril de la mina La Mejicana, por un camino sinuoso que trepa a más de 4 mil m. La mina fue construida a principios del siglo XX para transportar oro y otros minerales hasta el ferrocarril. Durante cinco horas, las camionetas recorren un camino poco amigable para vehículos de baja potencia y cubiertas pequeñas.

El paisaje muta en colores y formas, acompañado por el amarillo azafranado de un río que baja y toma su color de una mina de ocre, a 2.600 m de altura. El sendero se bifurca y un cartel indica que a 500 metros de allí hay buscadores de oro. Son los pirquineros, productores mineros que trabajan metidos en los ríos de la montaña, para encontrar pepitas preciosas que les permitan el sustento. Lo hacen a mano, con el rigor y la paciencia que requiere filtrar la arena a coladores gigantes. Más allá, el pequeño cerro El pesebre invita a un show multicolor. Arriba, el río amarillo se mezcla con otro, que llega cristalino y caudaloso desde las altas cumbres. Tanta belleza junta avisa, entonces, que llegar a la mina es apenas un pretexto.