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Rosario, la ciudad y el ancho río

Cuna de mitos y personajes emblemáticos de nuestra argentinidad, Rosario hoy luce moderna y generosa. Una generosidad que se manifiesta en su ancho río Paraná, en sus cuidados espacios públicos, en su arquitectura y en su vida cultural. A tan sólo 300 kilómetros de Buenos Aires, la ciudad santafesina mira al río y cuenta con una gran multiplicidad de ofertas turísticas que, sin embargo, no agobian al visitante.

Por la costanera
Atributo fundamental de la personalidad de la ciudad, el paseo por la costanera es ineludible. A su largo se observan, gratamente, espacios verdes que fueron recuperados con espíritu público y son disfrutados por parejas, estudiantes con mate y deportistas que corren con sus joggings.

Comenzamos en la intersección con la Avenida Pellegrini. El primer balcón al río es el Parque Urquiza, donde se encuentran el Planetario, el Museo Experimental de Ciencias y un imponente anfiteatro con capacidad para 3 mil personas, réplica de los clásicos teatros griegos.

Seguimos caminando por la costanera hacia el norte. El sol tibio de la mañana ilumina el río mientras algunos veleros pasean tranquilos. Enfrente, modernos edificios se alzan sin entorpecer la armonía del entorno.

La próxima parada es el Parque España. Aquí resaltan dos imponentes edificaciones: las escalinatas del Centro Cultural Parque de España, construidas sobre la barranca, y la antigua Estación de trenes Rosario Central, que fue recuperada conservando su estilo original.

Estos lugares, además de albergar eventos culturales e infantiles, constituyen una parada ideal para contemplar la isla del Espinillo, que se extiende como una lengua en medio del tranquilo Paraná. Hasta ella se accede desde la estación fluvial y es una opción más que recomendable durante el verano.

Finalmente, y ya en auto o micro, se llega hasta las playas del norte. El trayecto muestra estupendas casas y chalés rodeados de verde. En el balneario La Florida, se encuentra Costa Alta, un lugar de esparcimiento que incluye un sendero peatonal de 600 metros de largo denominado Paseo del Caminante, que cuenta con una inmejorable vista al puente Rosario-Victoria.

A esta altura del mediodía, la caminata nos abrió el apetito. El pescado de río en sus variadas preparaciones es la estrella gastronómica del lugar. Elegimos uno de los tantos restaurantes de la costanera para saborearlo.

Edificios y esculturas
Pero Rosario no brilla sólo por su naturaleza. La ciudad es también reconocida por su gran patrimonio arquitectónico, muy bien conservado. En torno de la plaza 25 de Mayo se encuentra el casco histórico. Esta área se presenta al viajero como un ramillete de edificios, esculturas y monumentos de distintos estilos y épocas, todos magníficos.

Se destacan la Basílica Catedral y el Palacio de los Leones -hoy sede del Ejecutivo Municipal-, ambos construidos a fines del siglo XIX. Desde aquí, el Pasaje Juramento regala una vista fastuosa y elegante a la vez: las esculturas de Lola Mora descansan sobre cascadas de agua con el Monumento Nacional a la Bandera como telón de fondo.

Cuna de la bandera, se dice que fue en estas mismas barrancas donde Belgrano la izó por primera vez. Como homenaje a esta gesta, el 20 de junio de 1957 se inauguró el monumento, obra del arquitecto Angel Guido y hoy emblema de Rosario. Construido en mármol travertino, ocupa una imponente superficie de 10.000 metros cuadrados y se divide en tres sectores: la torre central, cuyo ascensor lleva a un mirador; el Propileo, un altar con reminiscencias griegas que cobija una llama en honor a los caídos por la Patria y el Patio Cívico, que une ambos cuerpos.

A pocos pasos de allí, por la concurrida peatonal Córdoba, resplandecen edificios del siglo XIX y XX, como la Bolsa de Comercio, la tienda La Favorita y, ya en la calle Paraguay, el Palacio Minetti. En este barrio céntrico, vale la pena hacer una pausa en el mítico café El Cairo. Aquel de La mesa de los galanes, el recordado cuento del Negro Fontanarrosa, una personalidad célebre de la ciudad. La recorrida por la arquitectura rosarina continúa en el Bulevar Oroño, enclave de las mansiones de las familias acomodadas de la década del ’20. El elegante boulevard, con palmeras y bancos en forma de esfinge, conduce a la Avenida Rivadavia, donde los domingos se realiza una feria de antigüedades.

Aquí arranca el barrio de moda a la hora de salidas nocturnas: Pichincha. Y si se está interesado en contemplar construcciones inglesas, Rosario ofrece el Barrio Fisherton. Nacido como un típico poblado inglés en 1888, sus casas fueron edificadas para los directivos que trabajaban en el tendido del ferrocarril. Tranquilidad y exclusividad priman en la zona.

Entre todos los parques rosarinos, el Parque Independencia es el más grande y tradicional de todos. Creado en 1902, este pulmón incluye un laguito para pasear en bote, un Rosedal y los museos de la Ciudad y de Bellas Artes.

Rosario es interminable. Lo saben los visitantes que desean conocer cada uno de sus rincones. Pero siempre es bueno tener una excusa para volver; un motivo para una escapada que combine el relax de la naturaleza con la oferta de una gran urbe.