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Bodegas abandonadas, testigos de un pasado vitivinícola

En diferentes rutas y accesos a la ciudad, es común ver carteles de señalización para llegar a bodegas que se ubican en las afueras de los centros urbanos. Sin embargo, hubo una época en que los sitios de elaboración de vino estaban enclavados en el medio de la ciudad. Aunque cuando fueron levantados -con un modelo italiano- se encontraran en parajes poblados de viñedos a los que, quienes vivían en el centro llamaban “el campo”.

Así, aunque las fincas que las rodeaban desaparecieron hace tiempo, las bodegas Arizu, Tomba, Tonelli y Filippini se erigen como símbolo de una época así como de la industria principal de los mendocinos. Las cuatro tienen en común haber sido importantes productoras de vino que dejaron de funcionar entre 1978 y 1987. Las causas de sus cierres estuvieron relacionadas con cuestiones económicas y administrativas.

Entonces, comenzaron las décadas de abandono; con la salvedad de Escorihuela y Navarro Correa (ver aparte). “Se convirtieron en grandes edificios sin producción con entornos degradados”, explica el jefe del departamento de Patrimonio Cultural de la Municipalidad de Godoy Cruz, Marcelo Nardequia. Sin embargo, continúan siendo puntos de referencia que no sólo reconocen los vecinos sino también los ocasionales transeúntes.

Es que, además de haber marcado una época, las bodegas de Godoy Cruz fueron -en los inicios del siglo XX- puntos centrales alrededor de los cuales se comenzaron a generar pequeños poblados al principio y, más tarde, barrios más grandes. Por este motivo, se trata de bienes que -más allá de contar con propietarios privados- pertenecen al conjunto de la sociedad debido a su valor patrimonial. “Se convirtieron en enclaves de identidad y, por este motivo, es importante que vuelvan a tener actividad”, define Nardequia. Los nuevos usos no podrán ser los mismos para los que fueron creadas ya que en la actualidad las fábricas no pueden funcionar cerca de los barrios.

Por su parte, los vecinos ven en ellas un lugar de pertenencia, más allá de que hayan llegado a la zona cuando las moledoras ya se habían apagado. “Funcionó unos ocho años después de que, en el ’78, me mudé al barrio”, relató Olga Salomón quien vive frente a la entrada de Filippini. La mujer asegura haber conocido a los antiguos cuidadores así como a los actuales guardias y comentó que siempre estuvo en condiciones. “Uno la quiere porque hace años que está, por eso no deseamos que le pase nada. Hace tiempo dijeron que iban a hacer un museo y nos encantó la idea de que su usara para algo cultural”, subraya la señora.

Por su parte, Nelly Rodríguez del barrio Covimet, cuenta que cuando la bodega Tonelli funcionaba, los alrededores de su hogar eran más tranquilos y limpios. “Estaba lleno de árboles”, relata la mujer. Por su parte, Ricardo Ríos, es un vecino que conoce a la perfección la historia de ese establecimiento y recuerda cuando la fila de camiones que iban a descargar uva, cubría varios metros del carril Sarmiento. Mucho tiempo antes de que el hombre se instalara allí -a mediados de los ’80- los viñedos de Tonelli abarcaban hasta el actual barrio La Gloria.

Proyectos
En general, los vecinos de las bodegas abandonadas coinciden en dos puntos contrapuestos. Por un lado, muchos se quejan del mal aspecto y la inseguridad que conllevan grandes parajes en desuso. Por el otro, no dudan en afirmar que los establecimientos vitivinícolas son como una especie indisoluble del lugar en que viven. “No me imagino otra cosa en ese lugar”, señala Omar Cuello respecto de la bodega Tomba y espera que se concrete el proyecto del paseo de compras.

Es que hace un tiempo, la comuna y los propietarios anunciaron un proyecto de refuncionalización en el núcleo fundacional -lo único que queda en pie de la bodega. “Para nosotros, las bodegas son patrimonio cultural y arquitectónico de Godoy Cruz. Por eso, queremos recuperar los edificios y que vuelvan a tener actividad”, señaló Nardequia.

Agregó que han trabajado sobre algunos establecimientos con el fin de contar con documentación calificada acerca del estado de los edificios así como para, más tarde, establecer las correspondientes declaratorias patrimoniales. La idea es que, por su estado de abandono, no se sigan deteriorando y que se les dé un nuevo uso. Así, la comuna trabaja junto a los propietarios con el objetivo de realizar gestiones que pongan a funcionar los valiosos establecimientos. “Son gestiones de mediano y lago plazo”, señala el funcionario.

De este modo, están por concretar un acuerdo marco con los dueños de Arizu -la única con declaratoria nacional de patrimonio- para abrir la posibilidad de que la empresa invierta respetando los aspectos patrimoniales. Esta tarea, que se inició en 2004, también tuvo la participación de la Provincia y de la Nación. En tanto, ahora se pusieron en contacto con los dueños de Filippini (la que está en mejores condiciones), quienes tienen intenciones de hacer un barrio privado en el predio pero conservando la bodega. Con Tonelli aún no se ha comenzado a trabajar pero esperan hacerlo pronto.