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¿Cuánto sale darse el exclusivo “gustito” de tener una marca de vinos propia?

Tras el boom que experimentó la industria allá por la década del noventa, la cantidad de emprendimientos vinculados con el mundo del vino no se detuvo en la Argentina.

De hecho, se estima que hoy existen más de 1.200 bodegas en el país que comercializan -en el mercado interno y en el exterior- cerca de 6.000 etiquetas diferentes.

De la mano de esta fuerte expansión del sector, y a medida que esta actividad ganó en sofisticación, también se expandió un interesante nicho de negocios: los vinos personalizados.

En efecto: a partir de que las bodegas argentinas fueron obteniendo reconocimiento internacional, gracias a excelentes puntajes y prestigiosos premios, los consumidores locales se sumaron a la tendencia, ya no sólo demandando vinos cada vez de mejor calidad, sino también experimentando el “exclusivo” placer de tener una marca propia.

Las opciones que existen hoy en el mercado son amplias y apuntan a todos los niveles de bolsillos.

El abanico incluye alternativas muy simples –como el diseño de una etiqueta propia-, y otras super premium, que apuntan a que los interesados vivan una experiencia “100% vitivinícola”, con emprendimientos inmobiliarios en plenas viñas y el diseño de vinos “a medida” ayudados por un grupo de elite.

Más allá de las diferencias de costos que hay entre cada una de las posibilidades, los objetivos siempre son los mismos: tener un vino propio para su posterior comercialización, o contar con una gran bodega hogareña, para consumo personal o para obsequiar.

El punto de partida
Para aquellos que fantasean con la idea de tener una marca exclusiva, sin preocuparse por realizar fuertes inversiones ni por el arduo proceso de elaboración que se requiere, la opción más conveniente es la de los vinos personalizados.

En la Argentina hay numerosas bodegas que brindan este servicio, que consiste básicamente en diseñar y colocar una etiqueta. Esta alternativa, si bien es la que suelen elegir las empresas para realizar regalos corporativos o restaurantes, comenzó a captar la atención de particulares.

Una de las firmas más reconocidas es Vinos Estancia Ovejería, que arrancó en el año 1952 produciendo uvas varietales hasta que hace cinco años comenzaron a elaborar vinos exclusivos en series limitadas destinados únicamente a la personalización.

La bodega está ubicada en el sur de Mendoza, en General Alvear y tiene una capacidad de 100.000 litros, lo que les permite “hacer un seguimiento preciso de cada una de las etapas de elaboración de nuestras series limitadas, logrando de esta forma los estándares de calidad necesaria para nuestros vinos”, según explican desde la compañía.

Desde Estancia Ovejería agregan que son la única bodega que da la posibilidad de que cada cliente elija la partida -actualmente trabajan un Cabernet Sauvignon 2005 y un Malbec 2005, ambos con crianza en barricas de roble-.

El servicio incluye diseño de etiqueta e impresiones láser color de alta definición, similares a los de un vino premium. Además, cada botella es identificada por su número de partida ubicada en un collarín y en la contra etiqueta.

¿Cuánto hay que invertir para tener un vino personalizado? El valor de cada botella de 750 cc es de $15, con flete incluido.

De este modo, una persona interesada en contar con 150 unidades, deberá abonar unos $2.250.

Algo a tener en cuenta es que el tiempo de entrega es de 20 días, contando desde la aprobación de la etiqueta y la acreditación del primer pago.

El placer de diseñar un vino
Sin embargo, esta opción que suelen elegir las empresas, es apenas la punta del iceberg.

Un paso más arriba está el servicio que ofrecen empresas como Cavas de Millán, empresa mendocina que brinda soluciones para la industria vitivinícola.

En diálogo con este medio, Martín Borda, gerente de la compañía, explicó que “en los últimos años creció fuerte el negocio de elaborar vinos para terceros. La primer partida que hicimos fue para Norton y actualmente estamos trabajando con Finca El Origen. La clave nuestra es que solamente hacemos vinos que van del segmento premium al gran reserva”.

Sin embargo, destacó que “los interesados no son solamente las grandes bodegas. Hemos realizado trabajos para particulares, básicamente empresarios que tenían ganas de tener su propia línea”.

Según el directivo, la bodega tiene una capacidad de 12 millones de litros anuales y cuentan con grandes tanques de 45.000 litros, hasta los más pequeños de 1.000, con los que pueden brindar un servicio para los pequeños clientes.

“Se trata de una moda que está pegando en el mundo y en la Argentina también. Los que contratan servicios como los nuestros son personas interesadas en lograr una mayor jerarquía social”, explicó Borda.

¿Cómo funciona el sistema? Como en general se trata de hombres de negocios que nunca tuvieron vinculación con esta industria, el asesoramiento, debe ser total.

Para ello, Cavas de Millán aporta su equipo de enólogos que, durante varias “sesiones” van delineando las características que el interesado quiere que tenga su vino. En este caso, la bodega trabaja únicamente con el varietal Malbec.

Luego, se entra en la fase de elaboración. Una vez logrado el producto, se guarda en cavas personalizadas, exclusivas para cada una de las partidas.

Borda explicó que “nuestros clientes lo toman como una terapia. A medida que vamos elaborando su vino, vienen a visitarnos a nuestra bodega y le damos hospedaje. Aquí lo prueban y están en contacto con todo el proceso”.

La partida mínima exigida para tener un vino “a medida” es de 1.000 botellas, a un costo promedio que ronda los $25 por unidad –un valor que puede variar según el tipo de paquete que contrate-. De este modo, para tener una partida de este producto premium a pedido habrá que invertir, aproximadamente, cerca de $25.000.

“Nuestros clientes son empresarios y quieren tener su marca porque evidentemente esto está vinculado con algo muy glamoroso”, sostuvo Borda.

Vivir la experiencia del vino
Para los que quieran dar un paso más allá de todo y formar parte realmente de la industria vitivinícola argentina, hay una opción super exclusiva: comprar un viñedo “llave en mano” con servicio de bodega incluido.

Tal es el caso de Private Vineyard Estates. Los precursores de este negocio son el bodeguero argentino Pablo Jiménez Rilli y el inversor estadounidense Michael Evans, quienes en 2007 iniciaron un proyecto en Tunuyán, al pie de la cordillera de los Andes.

El emprendimiento se realizó sobre 500 hectáreas de tierra virgen y comenzó a dividirse en parcelas de entre 1,2 y 4 hectáreas cada una. En total hay unos 120 lotes y ya está vendido el 50% del total.

“Hace unos años tuvimos la idea de desarrollar una idea para conjugar el vino con la experiencia turística. El concepto nació desde cero y es realmente super premium, totalmente personalizado, que nos permite hacerle realidad el sueño a una persona de convertirse en productor de uvas y también de vinos. Todo lo que hacemos parte desde cero y es 100% a medida, desde la fase de plantación hasta que se obtiene el producto final”, explicó a este medio Jiménez Rilli.

El empresario aseguró que el proyecto está asentado en “una línea que va de Tupungato hasta San Carlos, entre los 1.000 y los 1.200 metros de altura. Una región que ha acogido al 80% de los grandes proyectos que se instalaron en la Argentina en los últimos años, tales como Salentein y Clos de los siete”.

“Estas bodegas están haciendo productos de altísimo nivel, con vinos de hasta 300 pesos. Y nosotros estamos en el mismo terroir, una verdadera garantía para el que decida invertir”, agregó.

Radiografía del negocio
Básicamente, se trata de un emprendimiento que ofrece la posibilidad de tener un viñedo propio, las instalaciones y el know how para elaborar un vino premium. Además, para completar la experiencia, 25 lotes ofrecen la posibilidad de construir una casa pegada a los viñedos.

¿Cómo funciona el proyecto? Según el bodeguero, “el comprador, como primer paso, se junta con nuestros expertos durante varias oportunidades, para definir qué estilo de vinos le gusta. Así se arranca de cero, eligiendo desde el tipo de uva indicada hasta la distancia que deberá mantenerse entre cada planta”.

El jefe de Asesoría Vitivinícola es Santiago Achaval, propietario de la bodega Achaval-Ferrer, que dio a luz a algunos de los mejores ejemplares a nivel mundial, según Wine Spectator.

Este experto, junto a tres ingenieros agrónomos, son los que asesoran a cada propietario, que pueden producir unas 6.000 botellas por hectárea.

Dado que para hacer vinos de calidad los viñedos tienen que tener, como mínimo, tres años, recién en 2009 se recolectaron las primeras uvas. Y nada queda librado al azar: cuatro meses antes, los impulsores de Private Vineyard Estates realizaron un intenso relevamiento para ver qué deseaba cada uno de ellos.

“Se les preguntó todo tipo de cosas: qué tipo de barricas querían, si deseaban un vino más maderizado, más fuerte o que el roble solamente acompañe. El menú de opciones es enorme”, destacó Jiménez Rilli.

Una vez recolectada la uva, se ingresa en el “período crítico”, según el experto. Es la fase que se extiende durante dos semanas en las cuales comienza a elaborar el vino y “donde nuestro equipo tiene libertad para actuar porque el propietario en general no tiene el conocimiento para hacerlo”.

Luego, se suceden diversas “rondas” de degustaciones, un proceso interactivo donde el inversor da su “veredicto” hasta que llega el embotellado, el diseño de la etiqueta y el despacho hacia el punto donde decida cada cliente.

“Ofrecemos un producto desde la tierra hasta la boca”, sostuvo Jiménez Rilli.

Actualmente, en Private Vineyard Estates existen en fase de producción unos 200.000 litros pero hay viñedos plantados para producir unos 600.000. Cuando todos los lotes estén vendidos y se alcance el rendimiento máximo, se elaborarán entre 1,2 y 1,5 millones de litros.

En lo que respecta al tipo de vino que se elabora, las opciones están muy diversificadas, dado que hay 14 varietales plantados.

El 50% de los propietarios plantó Malbec, pero todos tienen un segundo y hasta cuarto varietal, como Cabernet Franc, Syrah, Tempranillo, Chardonnay o Sauvignon Blanc, entre otros.

La exclusividad de darse un gusto
Este tipo de inversiones no está pensado para todos los bolsillos. Para tener una hectárea hay que destinar unos u$s120.000. De este modo, para comprar una parcela promedio se necesitan u$s240.000.

Estos valores incluyen la plantación y dos años de mantenimiento, de modo que el propietario comienza a pagar por el servicio recién cuando el viñedo produce.

¿Cómo es el perfil de los clientes?

Según Jiménez Rilli, “casi todos son extranjeros, porque empezamos haciendo marketing hacia fuera. Pero en 2009 se incorporaron los primeros cuatro argentinos y esta tendencia puede aumentar en 2010”.

Sobre el destino que le dan al vino que producen, hay tres casos:

* Están los que se dan un gusto personal, para consumo propio o entregar como obsequio.

* Están los profesionales del negocio, en general, pequeños bodegueros de California o dueños de cadenas de restaurantes que buscan vender su propio vino hecho en la Argentina.

* Por último, están los importadores de Estados Unidos o Europa que buscan reemplazar una parte de las compras con botellas propias.

En este contexto, Jiménez Rilli aseguró que, en los próximos años “el 50% de lo producido va a terminar comercializándose en el mundo”.

Para aquellos que esta opción está lejos de sus posibilidades, hay otra chance de vivir la experiencia del vino.

“Dentro del predio reservamos 10 hectáreas para hacer un hotel boutique. Lo comenzaremos a construir en 2010. Va a tener 20 habitaciones y vamos a brindar un servicio de wine spa”, aseguró el bodeguero.

La industria del vino en la Argentina es una meca para los negocios. Y, además, es una fuente de satisfacción personal para ese consumidor que, en una cena, quiere darse el gusto de probar un vino hecho con sus propias manos. O, al menos, de ver en una botella esa etiqueta que siempre estuvo dando vueltas en su cabeza.