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El bolsillo de la clase media encuentra un límite cada vez más difuso para distinguir lo caro de lo barato

“En este mundo no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y de los impuestos”, decía hace más de 200 años Benjamín Franklin, aquél cuya imagen usted sigue viendo en los tan codiciados billetes de 100 dólares.

Posiblemente a esta frase, tan recordada como vigente, los argentinos podrían sumarle un tercer componente, al menos para los tiempos que corren. Y es la constante suba de precios que deben soportar a diario.

Siguiendo con un poco de historia y ejercitando un poco la imaginación, ¿cómo cree usted que será recordado en los futuros libros el actual momento de la economía argentina?

Seguramente los críticos al modelo K, escribirán sus primeros capítulos haciendo foco en “el regreso del país de la alta inflación”.

En tanto, los más adeptos, buscarán dejarlo plasmado como el de “aquellos años en los que la Argentina supo crecer a tasas chinas”.

¿Rebote puro tras la crisis de 2001, o mérito del Gobierno por romper con viejas recetas? Dicen que la historia la escriben los que ganan….

Lo que sí es indudable es que la historia también recordará estos días como una época en que los argentinos han vivido un violento cambio en los precios relativos.

En otras palabras, gozan por tener más al alcance de la mano algunos productos que antes quedaban en manos de un grupo más reducido.

Pero, paradójicamente, se quejan de que aquellos que forman parte de las necesidades cotidianas se alejan cada día más de sus bolsillos.

En buen romance y a modo de ejemplo: una gran mayoría de la clase media no duda en avanzar en la compra del último equipo celular.

En contraposición, ahora debe pensar dos veces antes de invitar a su grupo de amigos a comer un asadito el domingo.

No es para menos: el modelo 1680 de Nokia, que ofrece una gran cantidad de prestaciones y puede adquirirse a la “módica” suma de $240, resulta más barato que invitar a cinco amigos a ese convite, “all inclusive”.

Ni hablar si esa reunión, además, incluye el “tirar unos lomitos a la parrilla” ($85 el kilo) y agasajarlos con un par de buenos vinos.

Los resultados de este fenómeno están a la vista: mientras el consumo de carne cayó abruptamente (desde 69 a 57 kilos por habitante, según las asociaciones de consumidores), la venta de equipos móviles mantiene su crecimiento a tasas chinas (12%, según un reporte de Investigaciones Económicas Sectoriales).

Comprar un buen equipo de audio, una netbook, un LCD o animarse a cambiar algunos electrodomésticos del hogar son parte de esta “dulce realidad”, que contrasta con las caras “amargas” y de sorpresa que exhiben cuando deben afrontar el pago de la cuenta en un buen restaurant.

“Qué cara que está la ropa”, es la frase que resuena en los pasillos de los shopping. Quizá, dicha por muchos de los argentinos que ahora ven al Caribe como una opción más cercana para descansar y que ya proyectan sus vacaciones en algún destino fuera del país.

“En el consumo se está viendo algo muy extraño. Podemos observar a la gente en las góndolas de los súper con caras de gran preocupación, mirando los precios de las carnes y eligiendo el corte más barato, u optando por el producto que ese día está a 2×1. Mientras que, al mismo tiempo, están pensando en comprar un LCD o un iPad”, se asombra Daniel Vardé, especialista en consumo de la consultora Deloitte.

Hacia una clase media “más media”

¿Qué es caro y qué resulta barato en la Argentina de estos días? La elevada inflación (la segunda más alta del mundo) y el dólar anclado hicieron que la respuesta se distorsione.

Y esto ya no depende solamente de la posición en la pirámide socioeconómica de quien busque responder tal interrogante.

Más allá de su condición social, los gastos que revisten cierta cotidianeidad, desde adquirir un jean o ropa de marca hasta comprar en el súper es percibido -por todos- como algo asociado a un alto costo.

Paradójicamente esto no sucede con las compras de bienes de mayor valor. Incluso, hasta los cero kilómetro son vistos como más accesibles que en otras épocas.

Los “clase media” observa con mayor preocupación que la cuota del colegio de los chicos les comerá una mayor parte de su ingreso. A la vez, percibe como baratas las cuotas que se ofrecen para aventurarse en un viajecito fuera de la Argentina.

¿Qué consecuencias trae todo esto? Los analistas consultados por iProfesional.com hacen referencia a un proceso de convergencia de los distintos escalones que han conformado, hasta hace poco, los tres segmentos, de la clase media.

Es decir, una mayor homogeneidad entre los clase media-alta, media-media y media-baja.

Y explican que:

* Los de clase media-alta (catalogados como “C2” en la pirámide socioecómica) han visto decaer sus ingresos reales, al estar la mayoría de ellos fuera de los convenios colectivos. Es decir, no se vieron beneficiados por los acuerdos logrados por los gremios en paritarias. Sin embargo, se trata de un grupo que ya tenía acceso a bienes dolarizados y, en consecuencia, no han experimentado un cambio tan importante en sus hábitos de consumo (vale decir: son los que no han tenido que esperar una mejora salarial para acceder a productos más onerosos).

* Los pertenecientes a la clase media-media, observan que el actual contexto les juega por partida doble. Por un lado, ven decaer su capacidad de compra de productos y servicios básicos (alimentos, colegio, prepagas, alquileres, expensas). Como contrapartida, se benefician por la “noventización”, que abarató los bienes importados y todo aquello vinculado con un dólar planchado, como puede ser el turismo.

* Los pertenecientes a la clase-media baja festejan, al haber sido los más beneficiados por las negociaciones salariales, con ajustes de hasta un 35 por ciento. Este segmento, conformado en buena parte por la llamada clase media trabajadora, ahora puede acceder a otro tipo de bienes y, además, lograron defender mejor sus ingresos de la inflación. No tiene los hábitos de consumo de la clase media clásica. Compran menos dólares y más electrodomésticos dado que, tal como señalara Vardé, su objetivo más inmediato es la posesión de ciertos productos para demostrar su ascenso en la escala social. “En los sectores más bajos la tecnología es un símbolo de pertenencia y aspiracional. Por eso, si pueden, no dudan en avanzar en este tipo de compras”, analiza Daniel Moreira, director de Calidad y Contenidos de CCR Group.

Según el experto, si hubiese que resumir en una frase su filosofía, ésa sería “los gustos me los doy ahora”.

Una cuestión, ¿pasajera?

“No hay inflación porque no hay aumento generalizado de precios”, sentenció, Aníbal Fernández, continuando con la línea argumental esgrimida por el ministro de Economía, Amado Boudou, para quien el país vive solamente un “reacomodamiento de precios relativos”.

Desde aquél entonces, Boudou viene “defendiendo” la idea de que la Argentina no sufre un proceso inflacionario tradicional, caracterizado por el aumento continuo y generalizado de los bienes y servicios.

Más bien, él apuntaba a sostener la idea de que las alzas se han venido registrando en productos muy específicos, que han sufrido bruscos incrementos por cuestiones pasajeras.

Sus dichos fueron pronunciados hace ya varios meses. Sin embargo, el tiempo pasó y quedó claro que la suba de precios continúa, ya no en algunos ítems, sino en una gran mayoría.

Y el fenómeno, que se manifestó este año, se intensificará con fuerza en 2011.

Una clase media que muta con la inflación

¿Subas de precios generalizadas? ¿Sólo de algunos productos? ¿O reacomodamientos temporales?

Más allá del nombre con el que se quiera denominar técnicamente al actual escenario, lo cierto es que el dólar fuera de escena, los plazos fijos que no protegen de la suba real de precios, la mayor estabilidad laboral y los fuertes incrementos salariales dieron lugar a un estilo distinto de sociedad, de tipo “más consumista” y que se encuentra poco propensa al ahorro.

Y es en este contexto en el que aquellos trabajadores bajo convenio, los más beneficiados del modelo “K”, ven en la compra de bienes un doble incentivo:

* Por un lado, sienten que “ahorran” comprando, al utilizar este mecanismo como defensa ante la elevada suba de precios.

* Por otro, encuentran que haciéndose de algunos bienes pueden mostrarse a sí mismos -y a los demás- que están escalando socialmente.

Ambos efectos tienden a retroalimentarse, a la vez que le resulta muy funcional a un Gobierno que busca que la economía crezca a tasas chinas en base al consumo.

Otro punto destacable de este nuevo proceso inflacionario -caracterizado por los fuertes cambios en los precios relativos- es que no es neutro desde el punto de vista social: genera transferencias de riqueza entre “unos y otros”, de manera que emergen sectores ganadores y perdedores.

Como obvios beneficiarios aparecen los nostálgicos de los ’90 que, ahora, por contar con salarios más altos en dólares, experimentan la sensación de una mayor riqueza.

En aquellos días en que un peso era igual a un dólar, millones de argentinos de clase media pudieron acceder al consumo de artículos importados de lujo, productos tecnológicos e incluso vieron más de cerca la posibilidad de vacacionar en el exterior.

Tras la devaluación todo eso quedó prácticamente vedado. Sin embargo, en la medida en que el “tipo de cambio real” comenzó a caer las cosas han ido cambiando (hoy el dólar vale el equivalente a $1,16 de hace una década).

En el extremo opuesto, los trabajadores informales, los cuentapropistas y los que no están sindicalizados sienten que están pagando una fiesta a la que no han sido invitados.

No sólo porque no pueden indexar sus ingresos al ritmo de la inflación, sino porque, además, su canasta familiar está compuesta por bienes de primera necesidad que, justamente, son los que reciben de lleno el empuje de los aumentos.

Para aquellos que se ven perjudicados existe un consuelo: tendrán mayor facilidad para comprar esos billetes de 100 dólares que tanto les gusta a los argentinos y que muestran la carita de Franklin.

Justamente aquél que afirmara -hace más de 200 años- que en la vida no se puede estar seguro de nada, salvo de la muerte y de los impuestos.

Aunque dejó para los argentinos agregarle una tercer palabra: la inflación.