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En una bella aldea sureña

Un luminoso panorama de bosque cordillerano y el sol reflejados en el lago Lácar adornan la periferia de San Martín de los Andes, en Neuquén. En invierno se agregan a la postal inmejorable los picos nevados y las chimeneas humeantes de los chalés y cabañas de madera, entre los que todavía persisten las líneas diseñadas por el arquitecto Alejandro Bustillo a mediados del siglo XX. El contacto con el bosque de ñires y el río que serpentea la montaña son permanentes.

A 25 km de la ciudad todavía con aires de villa alpina, el hotel Río Hermoso fue diseñado en función del paisaje y genera un efecto feng shui desde todos los sentidos. Desde los enormes ventanales de las habitaciones, el living y la sala de estar, los colores de la naturaleza se cuelan en este hotel gourmet de montaña.

Se llega por la Ruta de los Siete Lagos y un desvío hacia el lago Meliquina. Un km separa el camino de asfalto de este refugio donde, durante el desayuno, suelen verse ciervos. Junto al hogar, un telescopio acerca zorzales, pájaros carpinteros y patos, que arman sus nidos en coíhues, maitenes y abedules. La mañana también se presta para recorrer a pie el sendero que bordea el río Hermoso, ideal para pescar con mosca. El camino cruza el arroyo Futaliú y completa 14 km hasta el lago Meliquina, que se disfruta desde un refugio de madera. Martín, su dueño, es guía de pesca.

La calidez de los ambientes del hotel de siete habitaciones se percibe descalzo y en mangas cortas. Piedra y madera dominan adentro y afuera: la decoración armoniza con las texturas del Parque Nacional Lanín. Los rojos, naranjas y amarillos del paisaje se reproducen en telas y tapizados de almohadones, sillas y cortinados y contrastan con los sillones blancos del living. En pisos y techos dominan las piedras verdosas de Zapala y la madera de lenga.

El chef Carlos Banegas es el responsable de que el cordero, la trucha y el consomé de hongos del bosque sean obras supremas. “Una familia vino por segunda vez a reencontrarse acá, ya que viven en distintas partes del mundo. Organizamos travesías, clases de esquí en el Cerro Chapelco y el menú de los chicos”, cuenta Enrique Casagrande, del hotel inaugurado a fines de 2006. Una pecera con truchas, una salamandra encendida y un café invitan a quedarse, para disfrutar del atardecer frente al río.