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La inmensa responsabilidad de ‘líderes honestos’

Un líder con un discurso basado en ética y respeto por las leyes, requiere guiarse por principios tan claros, que den jerarquía a sus valores y lo guíen para conducir un gobierno.

Ser un patrón de comportamiento y un modelo guía de lo que se considera bueno, obliga a no ceder las convicciones por aquello que parece ser lo más expedito en un momento de crisis, en el que las medidas de desesperación aparentan estar justificadas.

Esa es la mayor responsabilidad de quienes ocupan altos cargos y tienen reputación de intachables, pues tienen confianza y autoridad legítima social, frente al popularmente reconocido como corrupto, politiquero, deshonesto o de ideales poco nobles.

Porque del primero se espera mucho y genera interés por imitarlo, mientras del segundo se espera muy poco, o al menos poco que sea valioso. Miremos un ejemplo extremo, aunque poco conocido. Franz Schlegerberger pasó a la historia popular, indirectamente, al ser personificado por Burt Lancaster en el rol de Ernst Janning en la película Judgement at Nuremberg, de 1961.

Janning, como Schlegerberger, fue un prestigioso abogado, juez y ministro de justicia alemán, que estuvo al frente de la aplicación de justicia durante el régimen nazi hasta 1942. Fue condenado en Nuremberg a prisión perpetua, pero cinco años después ya estaba libre como tantos otros.

Fue importante en el ‘juicio de los jueces’, uno de los veinte Juicios de Nuremberg, reconocer que estos funcionarios no estaban al nivel de Goering o Eichman, como principales perpetradores de las atrocidades nazis, pero sí que conscientemente hicieron parte de un régimen criminal y facilitaron que su macabro sistema se hiciera operativo y eficiente a costo de seis millones de víctimas.

Pero hay dos aspectos muy interesantes del proceso y del personaje. El primero es que Schlegerberger renunció tres años antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando su conciencia le impidió continuar con el incremento brutal de condenas a opositores políticos y minorías raciales para ser esterilizados, ejecutados o enviados a campos de concentración.

Su sucesor fue mucho más lejos, si bien las presiones de la guerra seguramente fueron peores entre 1943 y 1945, que en los años anteriores. Pero el eminente jurista ya había hecho demasiado.

No por su temor a que viniera uno peor que ejecutara a miles -como dijo en su defensa-, se justificaba condenar injustamente a muchos cientos. Renunció demasiado tarde, con un bono de Hitler y una buena pensión “en reconocimiento a sus buenos y leales servicios”.

El segundo aspecto para destacar es que Schlegelberger fue una ‘figura trágica’, según dicen los récords del juicio en que fue condenado. Un hombre prestigioso, cuyos libros se habían hecho famosos entre los juristas y motivos de estudio en universidades. “Amaba la vida intelectual que es el trabajo del académico.

Creemos que detestaba la maldad que ejerció, pero vendió ese intelecto y esa sabiduría a Hitler por la vana esperanza de la seguridad personal y por una porción del poder político”. Janning -el personaje ficticio que lo representa en la película- se había dedicado a esta labor queriendo impedir tantas atrocidades, si bien terminó justificándolas por el amor a una patria en crisis.

Y -dice- “lo que esperaban fuera una etapa de transición necesaria, se convirtió en un estilo de vida”. Uno se parece más a lo que hace que a lo que piensa, porque lo primero es lo real. Este hombre, referente de lo que era la defensa de lo justo se corrompió.

Si así actúa él, que es visto como recto ¿qué podemos pensar de lo que es correcto en adelante? Por eso, porque divorció sus inclinaciones y creencias de su conducta, fue considerado responsable de sus crímenes. A sus protestas frente a acciones criminales, lo siguieron sus firmas aceptando que se llevaran a cabo, excusándolas en órdenes superiores.

Es peligroso escudarse siempre en la ley, cuando la ley misma la pueden torcer intereses cuestionables. Schlegerberger actuó con la ley de su lado, la de los principios de Hitler, amañada por los legisladores afines de su partido y ejecutada por los jueces corruptos de su régimen.

Es como depositar el comportamiento ético de los directivos en el código ético o de conducta de la organización. Enron tenía uno muy completo y ya sabemos cómo terminó.

Puede ser una guía importante para el comportamiento profesional, adecuada para la realidad de la competencia en un sector o industria específico o dentro de un mercado concreto, pero no sustituye los principios y motivaciones de quienes los aplican discrecionalmente de acuerdo con el nivel de influencia y de jerarquía de los directivos de la empresa, dando el ejemplo a seguir para quienes están debajo de ellos atendiendo órdenes o atendiendo a las reglas que verdaderamente funcionan al interior de la compañía.

En Colombia, donde estudios muestran al Congreso como la institución con peor reconocimiento social, por corrupción y despilfarro de recursos públicos, asumir el criterio de ‘lo legal’ como valor absoluto para definir lo correcto es un riesgo nada despreciable.

Un líder con un discurso basado en ética, honestidad y respeto por las leyes, requiere guiarse por principios tan claros, que den jerarquía a sus valores y lo guíen para conducir un gobierno y hacer cumplir la ley sin caer en las confusas presiones de las circunstancias o, peor aún, de las encuestas.

Ya decía Burke: “Vuestros representantes os deben no solo su trabajo sino su buen juicio; y si renuncian al mismo por ceder ante vuestra opinión, os estarán traicionando en lugar de serviros”.