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Los grandes mitos de la producción colaborativa

La producción colaborativa es un concepto que ha ganado mucha atención en los últimos años en el mundo empresario, especialmente a partir de los conocidos casos del software open source Linux y Wikipedia, la célebre enciclopedia online.

El fenómeno se encuentra íntimamente relacionado a lo que se entiende como ambientes de trabajo 2.0, y es interpretado como un imprescindible ticket para competir globalmente. Pero, concretamente, ¿qué es la producción colaborativa?

El concepto de producción colaborativa

Empezando por lo básico, conviene recordar que la producción empresaria es, por definición, coordinación de recursos.

Insumos, máquinas, tierras y tecnologías son “mezclados” y convertidos en bienes o servicios, que luego son ofrecidos al público a un precio esperado que se supone cubrirá los costos del proceso de “mezclado”, más el riesgo empresario asociado con la actividad.

Si el cliente convalida el precio esperado, el proceso resulta económicamente sustentable, pues la empresa se hace de los fondos necesarios para sostenerlo.

Ahora bien, una de las particularidades de las empresas del nuevo orden productivo (Google, Amazon, Samsung, Vodafone, Nokia, por mencionar algunas) es que poseen proporcionalmente más capital intelectual que capital físico, es decir, más talento que ladrillos. En Intel se dice que sus dos materias primas son el silicio y la materia gris.

Siendo así, el proceso de fabricación o mezclado depende más de las ideas que de las fábricas. Y esta característica inclina la balanza, metafóricamente, desde las cintas de ensamble hacia plataformas tecnológicas de trabajo al estilo wiki.

En estos ambientes de trabajo, la elaboración del “ofrecido” depende de un proceso capital-intelectual intensivo, donde la creatividad, el pensamiento crítico, la flexibilidad, la tecno-capacitación y el trabajo en equipo se convierten en condimentos esenciales del talento requerido para entregar productos originales de calidad superior.

El mito de la producción colaborativa de bajo costo

Existe una creencia generalizada de que la producción colaborativa es de muy bajo costo, pues las ideas provienen de personas ajenas a la empresa, sin vinculación contractual alguna y que, en la mayoría de los casos, no reciben contraprestación económica.

Sin embargo, esta creencia tiene dos errores.

El mito de la contraprestación: Si bien es cierto que los wikipedistas y quienes apoyan el movimiento de open source encarnado por la Fundación Mozilla no reciben dinero a cambio de sus aportes, existen múltiples casos donde sí hay recompensa “metálica”.

Los diseñadores de estampados para las remeras Threadless reciben 2.500 dólares si sus modelos son seleccionados y 500 dólares adicionales si los modelos son utilizados en una nueva colección.

La empresa Goldcorp ofrecía, ya por el año 2000, una recompensa de 75.000 dólares a quien aportase información fidedigna que condujera a nuevos yacimientos de oro.

InnoCentive, por su parte, ofrece recompensas de entre 5.000 y 100.000 dólares a quienes aporten soluciones a los acertijos tecnológicos publicados en su web.

Incluso P&G, con su estrategia “conectar y desarrollar”, y Nike, a través de su iniciativa Nike.ID, retribuyen con dinero los aportes de los colaboradores externos.

El mito del bajo costo: El segundo error, tal vez más profundo, está referido al supuesto muy bajo costo de este sistema de producción.

No es difícil aceptar que las buenas ideas no caen del cielo ni aparecen mágicamente de la noche a la mañana, sino que se generan invirtiendo ingentes cantidades de tiempo en lectura, estudio, experimentación, reflexión, análisis, discusión, escritura, etc.

Ya sea en forma individual y desde el sótano de una casa con una computadora, o en forma colectiva y desde un departamento corporativo de planeamiento estratégico, siempre demandan un gran esfuerzo, especialmente aquellas ideas distintivas o novedosas.

La diferencia sustancial entre la producción clásica y el nuevo sistema de producción colaborativa no es tanto el costo total de ese esfuerzo, sino la forma en que éste se distribuye y se asigna.

Los wikipedistas absorben el 100% de su esfuerzo y no trasladan nada a la enciclopedia. El ejército de desarrolladores de Linux hace lo propio cada vez que crea una nueva línea de código del software.

No es gracias al bajo esfuerzo que demanda desarrollar estos productos (hay que ver la capacidad técnica que se requiere para hacer mejoras a Linux) que es posible ofrecerlos al público a un bajo (o nulo) precio esperado. En realidad, la clave radica en la forma en que se distribuye el costo.

La teoría económica ya daba cuenta de este fenómeno a principio del siglo XX. En “Human Action, A Treatise of Economics”, el economista austríaco Ludwig von Mises describe con mucha claridad las diferentes formas en que una persona puede verse compensada (y motivada) por realizar un esfuerzo.

Además de la paga en dinero, otras formas de compensación son el reconocimiento social o profesional, la satisfacción por aportar a una causa de carácter global, la paz interior, la tranquilidad de conciencia o la diversión, por mencionar algunos.

También la teoría de Ronald H. Coase sostiene su vigencia. Su citado artículo “The Nature of the Firm”, de 1937, describe con claridad que los costos de transacción (búsqueda de recursos, contratación y coordinación) definen la arquitectura empresaria.

Traído a hoy, el concepto se sostiene cuando las empresas, en vez de crear la transacción dentro de las mismas, contratan o se proveen directamente del output de la transacción ya realizada en el mercado. El clásico departamento de I+D es el mejor ejemplo.

En síntesis, la producción colaborativa no deja de ser un típico caso empresario de coordinación de ideas, tecnologías y recursos, demandante de un gran esfuerzo.

La verdadera diferencia respecto del sistema clásico de contratación es que presenta un terreno novedoso de distribución de costos, abriendo la posibilidad de llegar al público con precios esperados accesibles para la mayoría de la gente.