Inicio Empresas y Negocios Management político: “el jefe nunca se equivoca, sólo está mal informado”

Management político: “el jefe nunca se equivoca, sólo está mal informado”

En un artículo homenaje a Peter Drucker, publicado en MATERIABIZ, surgió la siguiente pregunta: ¿Cuál es el trabajo del manager?

La respuesta fue contundente: “Dirigir los recursos de la empresa hacia el aprovechamiento de las oportunidades con el objetivo de obtener la máxima rentabilidad”. Según esta frase, el manager debe velar por tales objetivos para timonear la empresa y “no morir en el intento”.

Ahora bien, ¿existe el management público? ¿Podría también hablarse de management político? La respuesta es afirmativa en ambos casos.

Claramente, existen sustanciales diferencias entre cada uno de ellos, es decir, entre el management privado, el público y el político. Si bien todos persiguen el mismo fin, son muy diferentes los medios para acceder al éxito.

El management privado queda expuesto en la frase previamente citada. Pero ni el público ni el político tienen los mismos incentivos para alcanzar los mismos objetivos.

La primera diferencia es estratégica y categórica: los recursos que administran los funcionarios públicos y políticos no son propios. Por ello, la discrecionalidad del gasto es muy permisiva y flexible. Es decir, no existen penalidades inmediatas para las decisiones erróneas.

Un empresario que malgasta sus escasos recursos sufrirá pérdidas o quebrantos. El funcionario público y el político, por su parte, podrán recibir una sanción moral, perder el cargo o bien ser derrotados en las próximas elecciones, sin que esto afecte, en lo inmediato, la suerte de “su” empresa.

Asimismo, la empresa privada se somete a un plebiscito diario de los consumidores y se encuentra bajo el control del poder del Estado, que tiene un amplio recetario de propuestas para escudriñar las utilidades de ésta y poder espolearla llegado el caso.

Por su parte, los políticos (y, en menor medida, los funcionarios) se someten a las decisiones de la población únicamente cada cuatro años, y los controles institucionales que se erigen son de escasa utilidad para que el aprovechamiento de los recursos sea lo más eficiente y eficaz posible.

Sin embargo, más allá de estas significativas diferencias, entre los tres casos hay estilos que se cruzan, se mezclan y se copian. Todos los managements cultivan las relaciones públicas y políticas de manera incesante porque saben que su estabilidad en el “poder” depende de la forma en que labran sus contactos.

El objetivo del management del funcionariado público es cumplir con la agenda propuesta por los políticos.

Los funcionarios se mantienen en sus cargos de acuerdo a las pretensiones de los políticos: estar muy cerca quema, lejos congela.

Por eso, se ufanan por demostrar acción según la línea política que rija en ese preciso momento, así como según la personalidad del líder al que responden. Son conscientes de su función fusible y fungible.

El objetivo del management político es conformar al electorado. Por ello, el político constantemente “mide” su popularidad según las decisiones que, de acuerdo a su apreciación, contiene a la mayor cantidad de demandas sociales.

Los políticos son, en pocas palabras, filosóficamente “utilitaristas”, esto es: la mayor felicidad para el mayor número.

No es una tarea fácil, tampoco existe un método preciso, y ni siquiera las encuestas pueden tomar el pulso social de manera fehaciente. Aquí es necesario el timing personal, el olfato y la intuición.

La consigna y el secreto del político es mantenerse, y no quedar expuesto, sino hacer uso de sus fusibles para seguir “midiendo” en el imaginario colectivo. Sintéticamente, “el jefe nunca se equivoca, sólo está mal informado”.