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Pájaros, siesta y manjares criollos

Las más bellas instantáneas del campo y excelente gastronomía pueden encontrarse en la casa de campo Girasoles de San Gará, en Capilla del Señor. Allí es posible palpar la tierra, oler su aroma y escuchar los sonidos de la naturaleza. Vacas, caballos y arboledas completan la postal. El visitante es recibido por Juan Pablo, dueño de esta inmensa casona de dos plantas, muy moderna y glamorosa, pero con reminiscencias coloniales, que abre al público los domingos.

En la galería amplia se sirve un refresco de bienvenida. A menos de cien metros, en un páramo verde intenso, la piscina -bordeada por un deck de madera- y una hilera de camas de campaña aguardan a que el primer chapuzón rompa el silencio. Frente a la galería, donde se mezclan objetos antiguos con modernos sillones, pasa el camino que alcanza un monte de paraísos, acacias blancas, ombúes y robles. Las mesas para almorzar están guarecidas bajo su sombra. El sonido de aves y ramas movidas por el viento, además de la frescura que emanan los árboles, invitan a dormir, leer un libro o descansar sobre una hamaca paraguaya.

Tres hornos de barro de 1917, reconstruidos ladrillo por ladrillo, despiden aroma a carne y verduras asadas. Ante semejante estímulo, el estómago cruje. Es el momento de la fiesta gourmet. Desfilan brusquetas de pan de campo, empanadas de carne (o de cebolla y queso para los vegetarianos), más tarde las brochetes de pollo y verduras y, por último, una parrillada completa. Todo cocido en horno de barro. Como broche de oro, frutillas con helado de crema.

Tras la sobremesa, abundan las opciones. Muchos eligen dormir la siesta a la sombra de los árboles. Otros prefieren tomar sol, nadar en la piscina, pasear en bicicleta y a caballo, practicar futbol, vóley o basquet o divertirse al ping pong, metegol y sapo en la sala de juegos. Para los más intrépidos, el campo vecino organiza vuelos en globo. Para esta actividad o para montar a caballo, hay que avisar con antelación, al efectuar la reserva.

El día transcurre sin prisa hasta la puesta de sol -jugo de fruta en mano-, el momento ideal para extasiarse con los colores del campo. “El objetivo es homenajear al visitante, ofreciéndole privacidad y la posibilidad de que se sienta parte del lugar. Por eso, no apuntamos a masificarlo y no ofrecemos la típica fiesta gaucha. Me interesa que disfrute del canto de los pájaros, duerma una siesta bajo un árbol o disfrute de la pileta”, revela el anfitrión.