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¿Puede el dinero comprar la felicidad?

“El dinero compra la felicidad”, afirma una investigación de la escuela de negocios de Harvard. Sin embargo, para ser feliz, no importa tanto cuánto dinero usted tenga sino cómo lo gaste…

El magnate estadounidense de los medios William Randolph Hearst tenía todo lo que el dinero podía comprar.

Incluso, se había construido una espectacular mansión en Beverly Hills con 29 habitaciones y tres piletas de natación.

Y, sin embargo, Hearst no era un hombre feliz. En su obra maestra, El Ciudadano Kane, Orson Welles lo describe muriendo solo y triste en su monumental palacio.

Pero, ¿por qué un hombre tan rico sufría un final tan miserable? ¿Acaso la felicidad no es un commodity que pueda ser adquirido en el mercado?

Este es el interrogante planteado en una investigación de la escuela de negocios de Harvard. Y, para sorpresa de muchos, la conclusión fue: “efectivamente, el dinero puede comprar la felicidad”.

Sin embargo, la variable clave no es la cantidad de cifras de su cuenta bancaria sino la manera en que usted gasta su dinero.

En tres experimentos separados, los investigadores alcanzaron los mismos resultados: los más felices no eran los más ricos sino aquellos que gastaban una mayor proporción de su riqueza en el bienestar de otros (ya sea en regalos o donaciones de caridad).

Incluso, el factor crucial que afecta a la felicidad no es la cantidad absoluta de dinero sino la proporción del ingreso que se gasta en otros.

Desde esta perspectiva, una persona modesta que done buena parte de su ingreso (unos pocos dólares) puede obtener un mayor retorno de su inversión en felicidad que un magnate que gaste en otros una ínfima porción de su fortuna (aunque esta pequeña parte represente cientos de miles de dólares).

De esta forma, la investigación parece introducir una democratización del dinero como factor generador de felicidad.

Para ser feliz, no es necesario donar millones a instituciones de caridad ni ser un reconocido filántropo que figure en las tapas de revistas. Una donación de apenas cinco dólares es suficiente.

En definitiva, señalan los investigadores de Harvard, tenemos buenas razones para creer que el dinero puede comprar la felicidad.

Sin embargo, ésta no llega a través de un automóvil último modelo, una PlayStation ni un televisor de plasma.

La felicidad propia, al menos en estos experimentos, se encuentra vinculada con una actitud tendiente a favorecer el bienestar del prójimo.