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¿Se puede ser feliz en el trabajo?

Los griegos la llamaban “eudaimonia”, término que empleaban para expresar bienestar. Era más una emoción que un hecho, la sensación de “ser observado por un ángel guardián”. En aquella cultura, se pensaba que la gran meta de la vida era ser feliz.

En la línea del temprano hedonismo griego, Abraham Maslow sugiere que, junto con la “alegría” y las “experiencias límite”, la felicidad acompaña al crecimiento hacia la propia actualización. Desde esta perspectiva, es tanto un resultado como un acelerador del desarrollo.

Según el psiquiatra Viktor Frankl: “Lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz. Si tenemos ese fundamento, la felicidad vendrá por sí misma, y cuando menos nos preocupemos de ella, más seguros podemos estar.”

En el Preámbulo de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de América se lee: “Sostenemos estas verdades como autoevidentes, todos los hombres son creados iguales, son dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables y que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

En efecto, desde tiempos arcaicos el ser humano se ha interrogado sobre la felicidad y ha plasmado estos conceptos en su filosofía, su literatura y sus instituciones políticas.

Todos estos desarrollos sobre la felicidad contrastan, en la cultura occidental, con un concepto que pareciera antagónico: el trabajo.

Como reza el Génesis 3:19: “Con el sudor de tu rostro ganarás el pan que comas hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”.

En la tradición judía, el trabajo es una maldición enviada por Dios para castigar la desobediencia y la ingratitud de Adán y Eva. El Antiguo Testamento alaba el trabajo no porque se halle ninguna alegría en él, sino porque es necesario para combatir la pobreza.

En griego clásico, la palabra que designa al trabajo es “ponos”, que significa “pena”. En la antigua polis, el trabajo manual estaba reservado para los esclavos. Los hombres libres, por su parte, dedicaban sus horas a la filosofía, las artes y la política.

En el siglo XVII, el filósofo inglés, Thomas Hobbes, escribió: “el trabajo es un infierno y tenemos que soportarlo porque somos unos pecadores, pero no os preocupéis, ¡tendremos nuestra recompensa cuando estemos muertos!”.

Y en la primera mitad del siglo pasado, se decía que el magnate Henry Ford protestaba: “¿Por qué los trabajadores vienen a trabajar con cerebro? ¡Todo lo que necesito son sus manos!”

A través de este breve recorrido histórico, observamos que el trabajo y la felicidad han transitado por senderos antagónicos en la cultura occidental.

Sin embargo, en los últimos tiempos ha comenzado a registrarse un acercamiento entre estos conceptos, encarnado en una nueva disciplina que algunos han denominado “hedonomics”.

Hace ya varios años, el Reino de Bután incluye a la felicidad de sus ciudadanos en lo que se denomina GNH (Gross National Happiness o Felicidad Interna Bruta).

El gobierno de Francia, por su parte, conformó una comisión de prestigiosos economistas para determinar la mejor forma de medir el PBI. Así, ha surgido la posibilidad de incorporar a la felicidad como un indicador económico adicional.

A esta altura, los beneficios de la felicidad en el trabajo ya son claros, tanto para la persona que disfruta de una vida más plena, como para la organización, que se beneficia de una mayor productividad.

Pero, ¿cómo podemos construir una empresa que concilie el trabajo y la felicidad? ¿Cómo podemos lograr que la gente disfrute de lo que hace, encuentre sentido y se sienta plena en la oficina?

En un próximo artículo en MATERIABIZ, profundizaremos en estos conceptos y presentaremos algunos casos de empresas que han convertido a la felicidad en parte de su estrategia de capital humano.