Inicio Empresas y Negocios Soplando en el viento: ¿por qué pocos vieron venir la crisis financiera?

Soplando en el viento: ¿por qué pocos vieron venir la crisis financiera?

En una de sus más conocidas canciones, el poeta y músico Bob Dylan se pregunta cuántas veces puede un hombre voltear su cabeza pretendiendo no ver lo que es evidente.

La respuesta a esa pregunta suele estar ante nuestros ojos, aunque en un principio nos neguemos a verla. En un tono más poético, Dylan diría que “la respuesta está flotando en el viento”.

Durante las últimas semanas, el mundo se enfrentó a una crisis financiera de proporciones impensadas.

Pero, ¿cómo es posible que nadie la haya visto venir? ¿Cuántas cabezas se voltearon, pretendiendo no ver lo que se estaba gestando, mientras se acumulaban ganancias contables de fantasía, galopando sobre el lomo de valuaciones sin fundamento?

De hecho, esta no es la primera burbuja que explota y deja mal parados a muchísimos inversores de todo tipo y tamaño. ¿No fue eso lo que ocurrió con las puntocom? ¿Y la crisis de la deuda externa de los países emergentes?

Cambia el tamaño de la burbuja, y también cambia el lugar o el mercado donde explota. Sin embargo, el proceso es siempre el mismo. Y se pudo haber evitado.

Dinámica de un proceso de crecimiento y colapso

¿Qué tienen en común el colapso de las bolsas, el tonelaje de peces capturados en Nueva Escocia y el tránsito en una autopista?

Si analizamos atentamente estos procesos aparentemente disímiles, veremos que todos siguen un patrón de conducta similar.

En una primera etapa, todo sucede en una escala muy pequeña. Lentamente, se va gestando un proceso de crecimiento que, al principio, parece lineal.

Unos pocos barcos pesqueros, con poco esfuerzo, extraen abundantes peces de las aguas de Nueva Escocia. Los automovilistas transitan cómodamente por la autopista semi vacía.

Al poco tiempo, se manifiesta en un patrón de crecimiento exponencial muy difícil de controlar.

Más y más barcos se suman al negocio pesquero. Más y más automovilistas comienzan a desplazarse por la autopista.

Así, lo que parecía un ecosistema en equilibrio, empieza a descontrolarse. Rápidamente, se superan los límites del punto de “no retorno”, a partir del cual la sustentabilidad no se puede garantizar.

En los saturados bancos de pesca de Nueva Escocia, las redes capturan cada vez menos peces (y cada vez más pequeños). En la autopista, los automovilistas se frustran ante los tremendos embotellamientos.

El caso de la burbuja financiera

Las burbujas financieras se caracterizan por un proceso evolutivo de características similares a los bancos de pesca y las autopistas.

Al principio, el crecimiento es lento y los volúmenes transados son tan bajos que nadie parece notarlos.

Se pasa luego a la etapa optimista. Las tasas de crecimiento se aceleran.

Todo parece marchar bien en el mejor de los mundos: volúmenes y ganancias aumentan, y como todos están entusiasmados contabilizando ganancias y haciendo más y más negocios, nadie se preocupa por averiguar cuál es la verdadera capacidad del sistema para sostener tan elevado nivel de actividad en el largo plazo.

Una vez atravesada esta barrera, el final es inevitable, aun cuando nadie esté en condiciones de anticiparlo en forma tan temprana.

Todo sistema tiene una capacidad límite, más allá de la cual se compromete, en forma irreversible, su sostenibilidad en el largo plazo. Los mercados financieros son, en estos días, una prueba evidente e irrefutable de lo que ocurre cuando tales límites no se respetan.

Al igual que en el caso de las estafas basadas en sistemas piramidales, todo empieza a desmoronarse sin que nadie alcance a entender cómo puede estar sucediendo.

Lo que ocurre es que el éxito del esquema requiere que sigan ingresando nuevos participantes. Pero sabemos (o deberíamos saber) que todo sistema real tiene límites bien concretos.

Existen límites al número de carriles que pueden añadirse a una autopista. Existen límites a la tasa de reproducción de los peces en los bancos de pesca de Nueva Escocia. Y también existen límites para la capacidad de pago de los tomadores de hipotecas y para la evolución de los precios de las propiedades que les sirven de garantía.

Como en la canción de Dylan, muchos hombres voltearon la cabeza y no vieron nada.

Sólo que, en este caso, no fingieron no ver sino que realmente no pudieron ver lo que se estaba gestando. El proceso dinámico que estaba afectando a todas las variables del sistema sucedía más allá del campo visual de quienes estaban operando.

Las lecciones, ¿podemos evitar que esto vuelva a suceder?

El aprendizaje que dejan estos incidentes no es completo si, al mismo tiempo que se gana en experiencia para superar futuras crisis, no se aprende también a detectar su origen para impedir su reiteración.

Afortunadamente hay una forma de evitar que estas cosas vuelvan a suceder.

Basta con realizar un análisis de la dinámica de cada una de las variables que intervienen en el sistema, y de cómo éstas se encuentran relacionadas entre sí.

Identificando cuáles de todas estas relaciones son capaces de desatar un proceso de crecimiento exponencial, es posible diseñar políticas destinadas a controlar su evolución para evitar que lleguen a alcanzar una magnitud tal que las ponga al borde de la explosión.

Claro que esto también implica reconocer una verdad que no siempre se quiere aceptar: el crecimiento tiene un límite.

No se puede crecer hasta el infinito, porque mucho antes la realidad nos explotará en la cara.

Este es el mensaje que harían bien en comprender y aceptar los analistas financieros, antes de presionar a los ejecutivos a superar trimestre a trimestre sus estimados de ganancias, como si se tratara de una competencia olímpica.

Si Dylan reescribiera “Blowin’ in the wind”, tal vez podría agregar un par de líneas: “Cuantas veces más, volveremos a invertir, fingiendo que esta vez ninguna burbuja explotará”.

No sé cómo continuaría el viejo Bobby esta canción, pero yo la terminaría así: “La respuesta, mi amigo, está en analizar la realidad sistémicamente”.

Tal vez la rima no sea tan buena como las del poeta. Pero la frase sigue siendo cierta.