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Un rincón de placer con vista al Delta

Personalidad, estilo y gastronomía gourmet. La combinación convierte a la casona de Villa Julia en un hotel de lujo entre la oferta de Tigre.

Desde los balcones de las cinco habitaciones se puede adivinar el intenso tránsito de lanchas, catamaranes y botes de todos los tamaños por el río Luján. Construida en 1913 por el ingeniero Maschwitz como casa familiar de fin de semana, fue restaurada conservando sus encantos originales: vitrales, murales de mayólica inglesa en los baños, pisos de mosaico pompeyano y carpintería de madera en puertas y ventanales.

Como un complemento de tantos objetos patrimoniales, las habitaciones están provistas de equipo de música, caja de seguridad y frigobar y en las áreas públicas hay computadoras con wi-fi para los huéspedes. Un aire aristocrático, de la belle epoque, sobrevuela el lugar, en contraste con el paseo popular que eligen miles de familias porteñas para pasar el fin de semana. La elegante finca se levanta a un costado del tradicional Paseo Victorica de la ribera de los ríos Tigre y Luján, a una cuadra del Museo de Arte (creado en el antiguo Casino de Tigre, un edificio de estilo francés declarado Monumento Histórico Nacional), cerca del Puerto de Frutos y a un par de cuadras de la Estación Fluvial, desde donde parten embarcaciones hacia el Delta.

La antesala del picnic
Villa Julia también es la base donde se organizan picnics en las islas y se provee a los turistas (en su gran mayoría son europeos) canastos con viandas de escones, sandwiches de rúcula y pollo y champán. “La casa pasó por varias manos, hasta que el dueño holandés de la cadena de hoteles New Age la descubrió y la restauró”, cuenta la gerenta Dolores Iricibar. Cees Houweling, directivo de la empresa, destaca que eligió el lugar por “los canales de agua, el entorno de islas, la historia a través de las edificaciones del siglo XIX, la nostalgia y los recuerdos, ya que por sus vías de agua recuerdo mi tierra natal”.

En la sala de lectura y el restaurante rotan las muestras de arte de Dolores Rosner, la esposa del dueño. En el altillo, la artista montó su taller, con una inmejorable vista al río. La cadena detecta sitios con valor patrimonial y los convierte en hoteles con estilo y atención personalizada. La decoración y el diseño son tan importantes como el servicio cálido y amable, los toallones y las batas de primera calidad.

Para disfrutar del plácido entorno, el jardín y la pérgola de la piscina, no es necesario hospedarse. Se puede reservar una mesa en la galería, para almorzar o tomar el té en el restaurante Acacia. La carta del chef mexicano Jesús es variada. Entre otras exquisiteces, el cóctel de camarón con mango (cuesta $ 21), las cintas de mariscos en salsa de eneldo (a $ 34) y el creme brulée de lavanda ($ 15) son las creaciones más logradas de un menú que ronda los $ 65 por persona. El té de la tarde, a $ 35, incluye torta, medialunas, escones, tostadas y jugo. Y se pueden saborear disfrutando la brisa del río. Un privilegio.