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Coaches: cuando lo personal impregna lo profesional

Ser coach implica utilizar los recursos de la propia personalidad sumados a competencias profesionales o capacidades técnicas, dentro de determinados contextos y circunstancias.

Vivimos en mundos interpretativos, y en un mundo de relaciones y redes de relaciones. El coach es parte de ese sistema donde se produce una multiplicación de vínculos e interpretaciones. Con ellos, cada uno de nosotros construye un muro y por ello es tan importante conocerse a sí mismo.

Para acompañar al otro en una búsqueda de su capacidad de aprender y generar nuevas respuestas, asumiendo el poder que está en sus manos para producir aprendizaje y transformación, el coach deberá primero entrenarse en la práctica de una adecuada “disociación instrumental”. Esta le permitirà discriminar lo expresado por el coacheado de las vivencias de su propio mundo interior, lo que evitará intervenciones contaminadas o tóxicas que de otra manera pueden hacerse presentes.

El coach es un ser humano con sus imperfecciones, sus deseos, sus ansiedades, sus conflictos, sus dudas, su libertad. Y coachear no es manipular. El coaching empieza con uno mismo, con la necesidad del coach de ser un observador de sí mismo, de aprender a gestionar su propia singularidad en lo profesional, familiar, laboral, social. Se trata de aplicar en nosotros mismos aquello que transmitimos a los coacheados.

Uno de los principales objetivos de la supervisión es profundizar y expandir el conocimiento de sí mismo del coach. En ese aprendizaje no solo se trabaja sobre el material producido por el coacheado sino que incluimos una tarea de profundización en la figura y el rol del propio coach. Es por ello que en las sesiones de supervisión de un caso enfocamos no solo en el discurso del coacheado sino también en el propio coach y lo que pasó con él o ella durante la sesión.

En este camino del autoconocimiento, la supervisión cumple muchas veces el papel de un proceso de ayuda personal para el coach que está supervisando. Este proceso debe distinguirse claramente de la psicoterapia personal, que requiere otra definición, otra finalidad y otro contrato.

Entre coach y coacheados (sean individuos o un grupo) operan aspectos visibles y otros que no lo son tanto. Lo invisible muchas veces está formado por elementos comprensibles, no escondidos, a los que podríamos acceder fácilmente y conocerlos, pero que no vemos porque nos negamos o porque evitamos hacerlo. Atrevernos a observarlos implica cuestionarnos, y eso nos forzaría a actuar. Como respuesta defensiva fingimos que nada sucede. Es preciso indagar, razonar y reflexionar no solo acerca de lo manifiesto, de lo obvio, sino acerca de los datos latentes y los significados faltantes.

Ese coach deberá desarrollar competencias de ser observador de aquellos aspectos no visibles no solo en la dinámica interaccional (entre él y el coacheado; él y el grupo, integrantes del grupo/equipo entre sí), sino también en sí mismo.

Supervisar es una acción de doble mano o doble sentido. No solo supervisamos la narrativa del coacheado sino que ese es también un espacio para reflexionar e investigar la narrativa y la conversación del propio coach, porque esta podría estar viciada, condicionada o limitada por su propia historia y –por qué no- por supuestas verdades formadas teóricamente.

La propia experiencia de vida siempre está y, en algunas circunstancias hasta es válido compartirla con el coacheado, pero –a pesar de lo arduo que a veces sea mantener la neutralidad-, sin duda es requisito para el coach aprender a reconocer este aspecto para no perjudicar al coacheado en su singularidad y en su identidad.