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Fichar a “superestrellas” o dar la patada a empleados tóxicos: ¿qué es más importante?

empleados tóxicos

Para una empresa rodearse de “superestrellas” es casi misión imposible. Lo que no es, en cambio, misión imposible es desembarazarse de los empleados tóxicos que, convenientemente erradicados, insuflan oxígeno a las compañías.


Los empleados que se ufanan (con todo merecimiento) de ser refulgentes “superestrellas” son extraordinariamente valiosos. Hay, de hecho, quien asegura que un trabajador talentoso nunca está pagado de más (si acaso quienes tienen salarios que no se merecen son los malos empleados).

Un buen empleado hace más por la empresa que le tiene en nómina que un trabajador del montón. Y los empleados verdaderamente excepcionales (esos a los que se les puede endilgar la etiqueta de “superestrellas”) hacen infinitamente más por las compañías que los trabajadores que están simplemente en la media (y no la rebasan ni siquiera mínimamente).

De acuerdo con un estudio llevado a cabo en 2015 por Harvard Business School, fichar a una “superestrella” ahorra a las empresas una media de 5.303 dólares.

Sin embargo, zafarse de un empleado tóxico (aquel como comportamiento es pernicioso para una organización) se traduce en un ahorro mucho mayor de 12.489 dólares de media. Y esta cifra ni siquiera incluye el abrupto descenso en la moral del trabajador tóxico y de todos cuantos están a su alrededor.

Con esta cifra inapelable sobre la mesa, ¿por qué algunas empresas ponen tanto bajo los focos a las “superestrellas” y obvian en que sus dominios hay a menudo pululando impunemente trabajadores tóxicos? Quizás porque las “superestrellas” son quienes por méritos propios más destacan. Y las empresas ponen mayoritariamente el acento en aquellos trabajadores que más rendimiento le procuran, pero hacen oídos sordos al impacto en su organización de los trabajadores tóxicos, cuyos comportamientos son terriblemente infecciosos (y a veces también silentes).

Los empleados tóxicos acaban siendo a menudo el detonante de que otros trabajadores valiosos abandonen la empresa con más rapidez y con mayor frecuencia. Y su influencia se deja notar también en la productividad (inevitablemente mermada) de quienes les rodean.

Un trabajador tóxico puede, de hecho, llegar al extremo de convertir a un buen empleado en uno malo.

Conviene, por otra parte, tener en cuenta que los equipos con buenos jugadores y entrenadores meramente decentes casi siempre hacen morder el polvo a los equipos provistos de jugadores decentes y un gran entrenador.

En los equipos el ratio de impacto en cuanto rendimiento es de entre el 70% y el 80% para los empleados y de entre el 20% y el 30% para los líderes, de acuerdo con Inc. Y cuanto mayor es la organización, mayor es la diferencia en el ratio de impacto de los empleados y los líderes. Es obvio que en un equipo de cuatro personas es más fácil impactar en la moral y en la productividad de los empleados que en un equipo conformado por 400 trabajadores.

¿El problema con los trabajadores tóxicos? Que a menudo inoculan su veneno de manera extraordinariamente sibilina en quienes están a su alrededor y no siempre es fácil identificarlos como empleados tóxicos.

Aún así, hay algunas señales de alarma. Un trabajador tóxico tiende a ser narcisista, peca de excesiva confianza en sí mismo e insiste en que las reglas están para cumplirlas (para a continuación quebrantarlas de manera sistemática).

Para una empresa rodearse de “superestrellas” es casi misión imposible. Lo que no es, en cambio, misión imposible es desembarazarse de empleados tóxicos que, convenientemente erradicados, insuflan oxígeno a las empresas.

Fuente: Marketing Directo