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Indexación, esa palabra tan temida que vuelve a estar en boca de los argentinos

Los argentinos que tienen menos de 35 años quizás nunca hayan oído mencionar la palabra “indexación”.

Sin embargo, supo formar parte del vocabulario cotidiano durante varias décadas. Hasta podría decirse que traspasó ampliamente el ámbito de la jerga económica para incorporarse a la cultura nacional.

No es, justamente, de aquellas palabras que traen nostalgia y gratos recuerdos. Por el contrario, viene cargada de un sinfin de connotaciones negativas y cuando irrumpe en escena, significa que – desde el punto de vista económico – el escenario que se transita no es el más apropiado.

Los analistas no le guardan ningún cariño. Es por ello que ya comienzan a mostrarse preocupados por la alta probabilidad de que la palabra “indexación” se incorpore al vocablo de estos días.

No es para menos. En un país en el que ya se hace hasta normal proyectar aumentos de precios de entre 20% y 25% anual -y está entre los que ostenta uno de los mayor índices inflacionarios a nivel mundial- sería hasta llamativo que esto no ocurra.

¿Qué significa una economía indexada?
El concepto hace referencia al mecanismo por el cual tanto los precios como los salarios comienzan a ser ajustados periódicamente, tomando como referencia algún tipo de índice.

Durante los años ‘70 y ’80, se utilizaba preferentemente el de precios al consumidor. Aunque pueden usarse otros, como la evolución del dólar, según de qué mercado se trate.

Argentina tiene experiencia en materia de indexación y en el uso de indicadores de referencia.

A modo de ejemplo cabe recordar cuando en el pasado se elaboraban contratos atados a la evolución de índices mayoristas de determinados rubros, como el de “productos agrícolas”. O bien en construcción, sector en el que se indexaba según variaciones en el ítem “mano de obra” o “gastos generales”.

Incluso, los bancos otorgaban créditos ligados al precio del producto al que se destinaban los fondos, como trigo, maíz o kilo vivo de ternero.

Si bien la indexación quedó “formalmente” prohibida en la Argentina -dado que sigue vigente el artículo de la ley de Convertibilidad que impide los mecanismos de ajuste en los contratos – los argentinos han sabido encontrar formas para indexar recurriendo a nuevas vías que no violentan la norma legal.

La confección de contratos atados a subas escalonadas, es uno de los mecanismos al que se echa mano. Por ejemplo, en el caso de alquileres, se estipula el monto total a pagar por el inquilino, distribuido en cuotas, que van creciendo en forma escalonada.

Circulo vicioso
En general, una economía “indexada” (en la práctica), se caracteriza porque los períodos, en los que se van produciendo los ajustes, comienzan a ser cada vez más cortos, a medida que la inflación se hace más alta.

Es por ello que este camino se torna peligroso y trata de evitarse.

Justamente, porque termina retroalimentando la suba de precios de toda la economía.

“Se trata de un mecanismo de defensa, que aparece en forma espontánea cuando la inflación empieza a estar por encima del 20% anual, y que es visto por la gente como la única forma de preservar los contratos”, afirma Víctor Beker, autor de los manuales más leídos por los estudiantes de Ciencias Económicas.

La ausencia de un sistema que actualice los precios implica, para este experto, una mayor dificultad a la hora de pactar acuerdos, “porque al término del período, quien otorgó el producto o servicio recibe un dinero que está devaluado”.

Otra consecuencia que hace que a los analistas no les guste la indexación es porque consideran que le pone un “piso” a la inflación, que luego es muy difícil de bajar.

Jorge Avila, economista del CEMA, recuerda que hubo momentos en los que los ajustes llegaron a ser mensuales. “Es lógico” que la indexación se reedite en la Argentina “porque es algo que surge cuando la gente percibe que el nivel de los aumentos entra en un camino creciente”, agrega.

Contratos más cortos y cláusulas gatillo
“En la medida en que la tasa de inflación siga creciendo, la indexación es una consecuencia semi automática. Lo que pasa es que se hace de una forma diferente a la que conocimos en los ’80. Ahora lo que estamos viendo es que se acortan los plazos de los contratos”, explica el economista Enrique Szewach.

El analista agrega que también en las paritarias se está volviendo a aplicar el mecanismo conocido como “cláusula gatillo” por el cual, cuando la inflación supera determinado nivel, se reabre la negociación para acordar un nuevo ajuste.

“Aunque en sentido estricto está prohibido, siempre se puede encontrar una forma de redactarlo como para que se pueda aplicar”, dice Szewach.

¿Por qué está volviendo la indexación en este momento? El consenso entre los economistas es que el fenómeno ocurre cuando se consolida una inflación por encima del 20%. Y, por otra parte, cuando la carestía afecta de manera generalizada a la economía y no se trata de aumentos sectoriales aislados.

“Ya llevamos tres años de inflación alta, y lo que uno observa es que no se limita a productos como los alimentos, sino que los servicios aumentan de manera sistemática y a veces hasta lideran los incrementos”, afirma Juan Luis Bour, economista jefe de la fundación FIEL.

Para este experto, la indexación resulta clara “en rubros como salud, tarifas o educación, que ajustan periódicamente en cifras que toman la inflación del período pasado, más un plus vinculado con la proyección de la futura”.

Bour explica que el requisito para que la indexación realmente tenga un efecto decisivo sobre la inflación es que el mecanismo se aplique a los ingresos.

“Con las jubilaciones semi indexadas desde el año pasado, ya hablamos de seis millones de personas que ajustan sus ingresos por inflación. Y si este año, las negociaciones salariales apuntan a un aumento del 25%, entramos en un terreno peligroso”, advierte.

El entorno económico favorece una inflación creciente, agrega Bour, porque al producirse una recuperación de la economía, los empresarios tienden a trasladar inmediatamente los aumentos salariales a precios.

La gran expectativa, entonces, está puesta en si el Gobierno homologará los aumentos que, en estos días, están pidiendo los sindicatos más fuertes, que ya se ubican claramente por encima de 25% y, en algunos casos, bordean el 30%.

Inmuebles ajustados
Mientras las paritarias siguen su curso, hay otros mercados en los que la indexación goza de buena salud. El más notorio es el de los alquileres, que en los contratos ya incorporan un precio para el primer año y otro para el segundo.

Claro que en este mercado específico no sólo se toma en cuenta la inflación sino que también hay un ojo atento a la variación del tipo de cambio y al precio de la propiedad, medido en dólares.

“En los primeros años de la década, los aumentos de los alquileres estuvieron más vinculados al cambio de precios del metro cuadrado. Pero en los dos últimos años han coincidido bastante con la inflación”, afirma Germán Gómez Picasso, director de la consultora Reporte Inmobiliario.

Gómez Picasso explica por qué los ajustes de alquileres no pueden ser considerados una indexación desde el punto de vista legal y, en consecuencia, no violan las normas vigentes.

“Los precios para cada año de contrato son explícitamente pactados al inicio del alquiler y no quedan sujetos a una variable ni existen cláusulas gatillo que puedan reabrir una negociación”, afirma.

El peligro de la espiral
Hay otra palabra que tiene grandes posibilidades de ponerse otra vez de moda, y que viene inmediatamente después de “indexación”.

Se trata de “espiralización”. Y también provoca sudores fríos, entre economistas y empresarios.

Consiste en un proceso por el cual todos los aumentos se retroalimentan entre sí, generando un movimiento alcista como respuesta a otro incremento.

Es decir, un alza en los costos, ya sea por insumos o por salarios, hace que una empresa traslade ese incremento a los precios de sus productos.

Esto, a su vez, impacta sobre otras empresas de las cuales es proveedora. Y también encarece su producto o servicio para el consumidor final, generando la necesidad de nuevos aumentos.

“La espiralización dependerá de en qué medida los empresarios trasladen los aumentos salariales a sus precios. Aquí no hay una situación uniforme, porque en algunos rubros la demanda estará en condiciones de soportar un alza más fuerte. Pero en otros, por más que el empresario quiera ajustar 25%, si el mercado no lo acepta, no le quedará más remedio que absorber una parte”, explica Szewach.

El analista agrega que, más allá de qué tan grande sea el traslado a los precios, no hay dudas de que algún impacto sobre la inflación será inevitable, en la medida que el Gobierno convalide una negociación salarial con ajustes del 25%.

Para Bour, si el público quiere tener menos efectivo en su poder y lo canaliza hacia el consumo o a la compra de dólares, se crea el escenario ideal para la espiralización. “En ese contexto, los contratos se indexan con comodidad”.

¿Inflación pasada o futura?
Existe, además, otro detalle de importancia en este mecanismo de aumentos. Y tiene que ver con si el dato que se toma como referente para aplicar los ajustes es la inflación pasada o la futura.

En un momento de expectativas de suba de precios creciente como el actual, ajustar según la inflación pasada es una forma de restar presión a la espiral.

Y, por el contrario, si se está aplicando un plan en el cual la expectativa es de una caída en el índice inflacionario, lo que contribuye a calmar la situación es ajustar por la inflación proyectada.

Este momento en particular es de expectativas crecientes, y lo que preocupa a muchos analistas, empresarios e incluso a funcionarios del Gobierno es que los planteos sindicales en las paritarias están mirando más hacia la inflación proyectada (25%) que hacia la efectivamente ocurrida el año pasado (15%).

Para el profesor Beker, aun si el Gobierno estuviese determinado a forzar aumentos salariales que tomasen como referencia el índice pasado, esa política sólo sería efectiva en el corto plazo.

“Cuando uno ve que la inflación pasada es siempre inferior a la presente, en algún momento ya no va a querer indexar con ese mecanismo, y va a pedir un plus como protección. En la Argentina, donde todos tienen experiencia en materia inflacionaria, se sabe cómo funciona esto”, indica.

Y Bour, por su parte, opina que ajustar por la inflación proyectada es factible en la negociación salarial, pero no en las tarifas de los servicios. “Igual, el problema de fondo no es si alguien indexa al 18% o al 22%, sino que se está generando un mecanismo que lleva a propagar los aumentos de precios”, afirma.

Lo cierto es que, desde que comenzó el año con la polémica en torno a las reservas del Banco Central, no han dejado de producirse las revisiones al alza en las proyecciones privadas de inflación.

“No solo vale descontar que una suba de precios cercana al 30% se encuentra muy por afuera de los valores internacionales y se considera como algo indeseable, sino que además supera los pronósticos más negativos en materia inflacionaria”, señala un informe de la consultora especializada Chi Square.

Y, en este sentido, agrega que el objetivo de expansión del Producto Bruto Interno puede conllevar un alto costo: “La señal política es clara: la sensación de ‘felicidad económica’ que implica un crecimiento del 6%, por ejemplo, puede verse claramente contrarrestada por una inflación del 25%”.

Según Bour, hay tres precios clave de la economía que tienen el poder de propagación: los salarios, el tipo de cambio y las tasas de interés. “Los dos últimos elementos en este momento están jugando a planchar, pero eso no es algo que pueda ser sostenible por un lapso demasiado largo, de manera que el futuro luce complicado”, indica.

Inflación, indexación, espiralización… La sucesión, según los expertos, sigue con otra palabra que, por ahora, no está en actividad. Pero puede entrar en escena ni bien la situación se complique.

La misma describe a la reacción de la gente cuando en un entorno de suba de precios alta y creciente empieza a buscar el refugio en una moneda sólida. Y esa palabra es dolarización.