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Jubilarse, ¿un problema económico?

Una de las principales dificultades que tiene que afrontar una persona al jubilarse es su nueva situación económica. Esto naturalmente viene relacionado con las dificultades políticas y económicas del país que dejan en una posición de vulnerabilidad económica al jubilado.

Sin embargo, este factor objetivo y explícito que se plantea, está colocado en un lugar prácticamente inaccesible a las posibilidades o recursos de la persona, en términos de su capacidad para lograr modificar esta situación (modificar el haber jubilatorio). Es por eso que, sin negar u obviar esta fuerte realidad, debemos contemplar y analizar el resto de las variables (que hacen este proceso de transición entre la vida “activa” y la “pasiva” un periodo difícil de atravesar) sobre las cuales podamos llegar a tener cierta capacidad de acción o intervención.

Entre las características más salientes que encontramos en el nuevo tipo de vida de la persona que se jubila podemos mencionar por lo menos dos:

* el factor económico (considerablemente inferior al de sus momentos de actividad laboral)
* la disponibilidad horaria

Si hablamos de pensar en otras variables por fuera de lo económico, he aquí una pregunta que enlaza estas dos características recién mencionadas:

¿Qué hacer con el tiempo libre?
Esta pregunta, por más simple y amena que pueda resultar a primera vista trae condensadas múltiples problemáticas. La vida de actividad laboral, a pesar de nuestras quejas acerca de las limitaciones y restricciones que nos impone constantemente (si pudiera elegir tendría un trabajo donde mi jefe sea de tal forma, donde cobre tanta mas plata, donde el horario fuera otro, donde mis compañeros fueran de tal forma, etc.) nos aporta un punto de amarre: es decir, un lugar que nos limita, pero a su vez nos sirve de referencia desde donde proyectarnos y orientarnos.

Aquellos son aspectos de los que nos podemos sentir disconformes pero que, paradójicamente con un cierto matiz de resignación, nos aportan un marco de tranquilidad: “es lo que hay; es lo que permite mantenerme económicamente; otra cosa no tengo”. Estas afirmaciones pueden ser ciertas o no, pero lo importante es que en la mayoría de los casos colocan a la persona en un estado que podemos llamar de “inevitabilidad”, es decir, “estoy porque no me queda otra”. Justamente esto es lo que da tranquilidad: la tranquilidad de no elegir y en consecuencia, de no perder (si no hay elección no hay perdida, al menos en la fantasía de la persona).

“Trabajo porque necesito subsistir, sino obvio que no trabajaría”, solemos escuchar.

¿Pero qué pasa cuando nos quitan esa obligación? ¿Qué pasa cuando no tengo que estar “obligatoriamente” con ese jefe, con esos horarios, en fin, con esas condiciones innegociables? ¿Representa acaso esto un alivio?

Aquí es donde aparece la elección, la decisión. Elemento más peligroso y temido que la mismísima carencia económica. Si realizo una actividad “por la plata”, en mi fantasía estoy excusado por no sentir placer, por aburrirme o hasta por sufrir. No debo castigarme ni reprocharme por lo que suceda en mi vida, porque al fin y al cabo no depende de mí, me excede.

Todo pasaje que implique un mayor nivel de concientización por parte del sujeto en su propia vida, en la responsabilidad del uso de su tiempo y sus actos, genera una sensación de libertad y a su vez de angustia. Estamos acostumbrados a vivir desde la niñez bajo un régimen de obligaciones que nos ayuda a ocultar nuestro poder de elección y decisión, que está siempre presente mas allá de nuestra percepción. Pero solo cuando estas obligaciones ceden abiertamente (como es en el caso de la jubilación) quedamos expuestos a ver explícitamente esta realidad.

Antes estaba el “Trabajo porque necesito subsistir, sino obvio…”, ahora el “Si tuviera plata haría un montón de actividades, pero no me alcanza la plata”. Aquí vemos como esta segunda instancia da continuidad a la primera. Mas allá de la variación del texto, la limitación se mantiene, siguiendo con su rol: delimitar (valga la redundancia) y marcar un camino “inevitable”.

Es por eso que es importante cuidar que aquel punto de amarre, dado por las obligaciones, que nos orientó y guió a lo largo de toda una vida y ahora quedó vacante, pueda ser reemplazado por el desarrollo de una actividad o algo producto de nuestra decisión, sin la necesidad que la limitación económica pase a ser la nueva referencia.

Es totalmente cierta y válida la dificultad y la angustia que puede generar en una persona la carencia económica (y más todavía si ésta es repentina). Pero no por ello podemos dejar de pensar otros aspectos de esta situación, como es la necesidad imperiosa por buscar nuevas limitaciones, que me devuelvan a esa vida en donde mi recorrido era “inevitable” y no producto de mis elecciones.