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Mar del Plata, siempre de temporada

No dejarán de ser frescas las nochecitas en Mar del Plata, pero también aquí el clima ha cambiado. El frío se demora -cada año un poco más- a incorporarse al humor ciudadano y el otoño se muestra benévolo; este año ha sido particularmente cálido: cualquier mediodía pueden aparecer diseminados sobre la línea de la costa cientos de pescadores y, en las salidas hacia el norte o el sur, los fines de semana, donde haya un fogón disponible se encontrán comensales. Locales o no, en la postal nunca faltarán surfistas. El turista recala en la ciudad con la certeza de que encontrará la contracara de los ajetreados días de verano y la redescubre llana, hasta parecería más dispuesta. Los chicos que lavan vidrios en las esquinas con semáforo mutaron en artistas callejeros, aparecen desde parejas de payasos hasta lanzallamas. El tráfico avanza manso, difícilmente se produzca un embotellamiento.

“No sólo se la disfruta, también se la puede saborear”, dice el vendedor de un puesto de conservas de la banquina del puerto, mientras ofrece “por quince pesitos”, baratos, dos frascos de boquerones. A metros, la escena es musicalizada por un auténtico lugareño, que con un acordeón a piano ejecuta tarantelas y melodías típicas del sur de Italia; en el estuche del instrumento abierto en el piso van acumulándose algunas monedas; hay quienes se fotografían con el hombre, que no deja de tocar.

La frase trillada que indica que hay para todos los gustos y bolsillos es cierta. Hay autoservice, como uno de los dos locales de Chichilo, y referencias de alta cocina, como Piedrabuena, cuyo interior simula al de una lujosa embarcación. Cuando refresca, la picada marina incluye hasta centolla.

Las calles y los parques
El otoño admite un abordaje menos vertiginoso y más atento de la ciudad que en verano palpita bajo el sol. Se puede disfrutar de las tranquilas playas del centro, de las arboledas del bosque Peralta Ramos y de sus plazas acariciadas por constante brisa marina. Si en verano todo es piel y glamour, en estos meses es posible descifrar el embrujo de una ciudad enamorada del mar y orgullosa de su refinada arquitectura. Todo esto basta para que el visitante sepa que no se equivocará si elige dejarse llevar. Y los lugares emblemáticos proponen caminatas interesantes.

San Martín y San Luis es el corazón del microcentro de la ciudad. Hay algunas viejas galerías con negocios del rubro que se pretenda y abundan en el centro los locales de comidas rápidas y minutas, también los cafés, algunos ineludibles como La Fonte D’or, en las esquinas de Córdoba o Yrigoyen con la peatonal. El café es un clásico y la pastelería es excelente. Quien se descuide y no alce la vista no percibirá el Palacio Arabe, un prolijo edificio que integra el circuito de arquitectura, en un primer piso; y puede perderse también el Palacio de los Billares, ideal para dar unas “tacadas”.

La plaza San Martín está enriquecida por obras escultóricas en homenaje a Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral. En su profusa arboleda se destaca un retoño del Arbol de Guernica, roble que simboliza las libertades del pueblo vasco. Enfrente está la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia, construida entre 1892 y 1905, de estilo neogótico, que luce en su interior una magnífica araña central de cristal de Baccarat y bronce que presidió el salón comedor del Bristol Hotel, con vitraux traídos desde Francia.

También en el centro, en “La diagonal de los tilos”, artesanos y artistas montan cada noche sus stands con diversas producciones. Esta feria la conforman verdaderos artesanos. No hay entre ellos vendedores de cd truchos o pulseritas chinas. En cambio, hay unas señoras tirando las cartas del tarot, estatuas vivientes, caricaturistas. Hay que saber algo: a veces, el precio lo pone el interesado.

A metros está el Teatro Colón, con su típica fachada neocolonial y su interior ornamentado con motivos moriscos. Por la calle Córdoba, al 1300 está la Capilla Santa Cecilia, declarada Monumento Histórico Nacional. Fue emplazada sobre una loma y la punta de su torre se divisa desde muy lejos e indicaba, otrora, la cercanía del muelle del primitivo puerto de la laguna de los Padres. De allí surge la denominación de Punta Iglesia. En esas manzanas se erigen algunas de las más fastuosas residencias que reflejan el apogeo de la arquitectura marplatense.

Desde los espigones de Punta Iglesia y del Club de Pescadores se puede caminar hasta la bahía que conforman las playas Popular y Bristol y el Torreón del Monje. La Bristol lleva el nombre del primer hotel turístico que, frente a ella, transformó el pueblo de Mar del Plata en balneario, en 1888. La Rambla es el paseo más tradicional. Sus extensos veredones recorren el Complejo Casino-Hotel Provincial. El hotel está cerrado desde 1997 y actualmente le están lavando la cara para licitarlo; en los años 60 fue uno de los más lujosos de América. Se lo puede visitar. Pronto funcionará allí por primera vez -ya no en una carpa- la Feria del Libro. La entrada es igual, pero no es lo mismo. Al lado se levanta el bloque muy similar del Casino Central: volvieron algunas viejas mesas francesas (las grandes, las del rastrillo), hay mesas de poker y sala de máquinas tragamonedas; la entrada es gratuita.

La Plaza de las Américas, en Punta Iglesia, ofrece una espectacular vista panorámica. Enfrente, La Perla es la playa preferida por los marplatenses. En Plaza España, donde está el conjunto escultórico de Cervantes con Don Quijote y Sancho Panza, se encuentra el Museo Municipal de Ciencias Naturales, que exhibe material paleontológico, zoológico y entomológico (tiene más de 10 mil insectos). También guarda restos fósiles de dos dinosaurios patagónicos de más de 70 millones de años de antigüedad. El Acuario y el Planetario son dos imperdibles en el mismo museo.

Un picnic en Camet
Bordeando el Boulevard Marítimo está ubicado el antiguo edificio del Instituto Saturnino Unzué, con su cúpula recuperada, y, más adelante surge el Monumento a las Alas de la Patria. Por la avenida Camet se accede al Parque del mismo nombre, con áreas profusamente arboladas, ideal para un día al aire libre a pocos metros del mar. Cuenta con una confitería, juegos para niños, fogones, alquiler de bicicletas y carritos.

Volviendo al puerto, hay un museo que ofrece fotografías, documentos y expresiones artísticas relacionados con el lugar y su gente. En el acceso al Puerto se erige el Monumento al Hombre de Mar. En la Banquina de Pescadores sorprende un espectáculo gratuito: el colorido de las lanchas costeras y de media altura, los barcos de altura y los poteros, destinados a la captura de calamar. Los lobos marinos hacen la siesta sobre las cubiertas, se suman gaviotas y cormoranes y la curiosa escenografía de las redes. Es aconsejable recorrer la Escollera Sur, que penetra casi 3 km en el mar: uno se encuentra allí ante la inmensidad del océano y con una vista panorámica de Playa Grande. La Reserva Faunística de Lobos Marinos alberga una colonia de lobos de un pelo. Habitada exclusivamente por machos, en época de reproducción migran hacia colonias mixtas. La Reserva Natural Puerto Mar del Plata, al sur de la Banquina, es el último reducto de un sistema de lagunas y bañados costeros que se extendía paralelo a las playas de Punta Mogotes. Este típico ecosistema de laguna pampeana, con peces y animales terrestres está inmerso en el corazón de la ciudad y a escasos metros del mar.

De regreso al centro por la costa, se otean las arenas de Playa Grande, uno de los balnearios más exclusivos, con servicios de primera y olas que convocan a surfistas durante todo el año. Ahora, en un viejo edificio recuperado del Instituto de Investigación Pesquera funciona La Normandina, donde son usuales las muestras de artistas plásticos y funcionan restaurantes de primera, con una vista al mar privilegiada.

Muy cerca, una gran lengua de piedras penetra en el mar. El Cabo Corrientes es un sitio inmejorable para los pescadores deportivos. Donde termina el Boulevard Marítimo, en la rotonda del Golf Club, el visitante puede gozar de una panorámica sobrecogedora.

Si bien es mucho lo que se puede hacer en el día, hay que reservar una cuota energética para la noche. Abundan sobre la costa los restaurantes “cinco tenedores”, según una curiosa calificación del Ente Municipal de Turismo. También los hay modernos sobre Bernardo de Irigoyen y Güemes (el centro comercial a cielo abierto, donde cada marca está representada) y lo que algunos comerciantes llaman Altos de Córdoba, casi Alvarado, donde se suman propuestas distintivas. Se destacan la clásica cervecería artesanal Antares, Julia’z y Chavala. En cada uno de estos puntos, luego de la sobremesa se puede optar: espacios lounge, cerveza tirada en algún pub de Alem y, en otoño, sólo los fines de semana, las discos de la avenida Constitución, que ya no hace tanto ruido como antes, pero desde sus complejos, como Sobremonte, igual se hace sentir con mucha fuerza.

Como pueden encontrar los turistas en otras zonas de la provincia, también la ciudad balnearia tiene su propia ventana al campo. La estancia La Trinidad, construida en 1826 en la zona de Camet, ofrece los sábados entre las 4 y las 6 de la tarde un té campestre; los domingos, almuerzo criollo y té desde las 12. Además de su añosa arboleda, cuenta con un área de esparcimiento, construcciones de época, paseos en carruaje y un antiguo oratorio.

Hacia la serranía
Camino a Balcarce -donde es imperdible una visita al muy completo Museo del Automóvil Juan Manuel Fangio- por la ruta 226, en el km 9,8 -frente al Almacén Paraje Santa Paula- está la estancia Ituzaingó. Sus dos casas de estilo criollo y un jagüel en el centro mantienen las características originales de 1862, año de su construcción. Los visitantes disponen de canchas de tenis, bochas y fútbol, pool, ping pong, paseos en carro y cabalgatas. Alojamiento opcional con servicio de gastronomía que brinda un menú de platos típicos y de elaboración casera. Se visita sólo con reserva telefónica previa.

Más adelante, en el km 36,5 de la ruta 226, la estancia Antiguo Casco La Brava se despliega en medio de un encantador marco natural. Fundada en 1877, ofrece alojamiento, día de campo, comida casera y artesanal, asado y todo tipo de actividades de campo.