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Placeres y paisajes criollos

La hostería de Campo Santa María es el único lugar donde hospedarse en Altamira, muy cerca de Mercedes. Allí, una estación de tren abandonada se convirtió en la actual casa de Romano, un personaje singular y conversador, mientras que la pulpería, inaugurada en 1930 y conocida como “Lo de Mario”, es el punto de encuentro de los parroquianos. Estos tres sitios conforman el corazón de este pequeño pueblo rural, donde la vida corre ajena al estrés de las urbes. Su trazado se compone de una calle principal de algo más de cuatro cuadras y otra que la cruza, de sólo una cuadra, entre una frondosa arboleda.

La hostería es atendida por sus propios dueños, Eduardo y Silvina. Al ingresar, llama la atención el enorme hogar a leña del salón comedor, donde se sirven todas las comidas caseras que, mayoritariamente, se preparan en dos hornos de barro. Para los que quieren contemplar el campo vecino, sembrado de soja, con caballos pastando y una rueda del molino que gira sin parar, es preferible almorzar a la sombra de los árboles o en el quincho. Hay una piscina y juegos infantiles. Más interesante, quizás, resulta visitar una granja, con una chiva, conejos, patos, gallinas, pollitos y pavos reales, que pueden ser alimentados por los visitantes.

La hostería cuenta con cuatro cuartos con baño privado, sencillos y muy confortables. Para recorrer la estación de tren (a 2 km por un camino arbolado) y, de paso, visitar a Romano, la casa provee caballo o bicicleta. El interior de la estación está repleto de antigüedades y una pequeña colección de mapas. Cruzando la antigua sala de espera, Romano creó un pequeño museo al aire libre, donde expone diversos tipos de arados y trilladoras de principios del siglo XX. Historia y política parecen ser los temas preferidos en las charlas del locuaz anfitrión.

Al caer el sol, es imperdible cabalgar hasta la pulpería “Lo de Mario”. Allí llegan todas las noches casi todos los pobladores para reunirse, comer una picada, tomar unas copas y jugar un truco o al dominó. La experiencia es única, sobre todo porque de noche el cielo brinda un hermoso espectáculo de estrellas, sobre un concierto de grillos y ranas. Para eso, conviene sentarse en una mesa afuera del boliche. Luego, al trotecito, los caballos saben volver a casa solos.