Inicio Empresas y Negocios Reflexiones de management desde la popular de River

Reflexiones de management desde la popular de River

Dos veces por año, cuando se acerca el River-Boca, en los medios renace aquel ya viejo artículo del periódico británico The Observer que ubica al superclásico del fútbol argentino entre los “50 eventos deportivos que usted tiene que ver antes de morir”.

Y con esto no se refiere al nivel futbolístico de los partidos (que ha sido bastante pobre últimamente) sino al despliegue de color en las tribunas.

He tenido la suerte de asistir a muchos River-Boca, siempre desde la comodidad de la platea millonaria. Pero esta vez quise experimentarlo desde la popular. Una ex compañera de estudios, que forma parte de una agrupación de simpatizantes riverplatenses, me invitó a vivirlo desde la Sívori Alta.

El ingreso a la tribuna fue lento y tedioso. Casi una hora de cola.

Le dije a un policía: “¡Esto es una vergüenza! ¿Cuándo van a implementar conceptos de la teoría de las colas para optimizar el flujo de gente?”.

Él contestó: “Deberías saber que una hora antes del partido siempre se produce un cuello de botella. La próxima, vení más temprano. Y dejá el fernet acá, que no está permitido el ingreso con bebidas alcohólicas”.

Finalmente, pude ingresar. Y descubrí que mis años de trabajo en el mundo del management parecen haber afectado mi cerebro. Una vez adentro, en lugar de disfrutar de la experiencia inigualable de un superclásico desde la popular, mi atención estaba puesta en entender el funcionamiento de ese peculiar tipo de organización que es una hinchada de fútbol.

La estructura organizacional de la hinchada

Para el espectador que observa desde la platea, la hinchada parece una masa homogénea. Pero, desde adentro, es un conglomerado de agrupaciones, como si fueran unidades geográficas de una corporación.

Cada una tiene un espacio asignado dentro de la tribuna y un lugar para colocar su bandera (que se define habitualmente por su antigüedad).

Cada uno de estos grupos es responsable de garantizar la calidad del producto dentro de su área.

Esto implica asegurarse de que haya suficiente papel picado para la salida del equipo y también de motivar a los individuos de su zona para que el aliento no decaiga en ningún momento del partido.

El sistema de toma de decisiones

En los últimos años, la academia del management advierte una creciente horizontalidad en las organizaciones, con una progresiva transferencia del poder de decisión desde la alta dirección hacia los equipos de trabajo.

Las agrupaciones funcionan con un alto grado de descentralización. Gestionan sus propios recursos y manejan su propia logística (por ejemplo, contratan su propio transporte para los partidos de visitante).

La cadena de mando sí se hace patente en las decisiones de los cantitos. Todos los cánticos se originan en el sector central de la hinchada. Luego, se transmiten hacia las agrupaciones más cercanas al centro, y se van difundiendo hacia los costados de la popular. Finalmente, se contagian a las plateas hasta que todo el estadio se une en la misma voz.

Me pareció un gran ejemplo de ejecución estratégica, donde el plan de la alta dirección “cascadea” hacia abajo con una alineación perfecta (es probable que utilicen alguna herramienta como el Balanced Scorecard, pero no la he visto).

Por momentos, algunos grupos de hinchas comenzaban un canto esperando que el resto los siguiera. Pero estas iniciativas no prosperaron en ningún caso. Sólo eran ejecutadas aquellas provenientes de la cima. En esto, había una verticalidad absoluta.

El sistema de incentivos

Los incentivos que operan sobre los barra brava, los hooligans y los ultras no presentan mayores misterios. Es una motivación extrínseca que puede explicarse en términos de racionalidad instrumental.

Los violentos tal vez sean los seres más racionales que pueblan las tribunas. Su elección de carrera se realiza a través de un cálculo de retorno esperado descontado por los riesgos propios de la actividad. A medida que ascienden en la organización, acceden a más poder e ingresos.

Su gestión puede entenderse a través de los modelos que explican el funcionamiento del crimen organizado (aquí hay uno que explica el caso de la mafia).

Lo que es un misterio es el esquema de incentivos que opera en la gente de las agrupaciones, que no tiene al fútbol como un medio de vida. Estas personas dedican muchísimas horas (y dinero de su bolsillo) a producir un espectáculo único en el mundo.

Enrique Santos Discépolo lo expresaba de la siguiente manera en la película “El Hincha” de 1951:

“¿Y para qué trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones a las tribunas hinchando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?”.

Se me ocurrió comentarle a mi compañera, que además de miembro de la agrupación es investigadora en filosofía, que esto merecía una investigación académica con un equipo multidisciplinario.

¿Cómo se explica la correlación negativa entre los resultados de River y la cantidad de público en las tribunas?

¿Puede algún psicólogo interpretar el masoquismo del hincha que va todos los domingos a ver perder a su equipo?

¿Puede la neurociencia ofrecer algunas pistas basadas en la química cerebral?

Ella contestó: “Alguna vez se me ocurrió investigar el tema. Pero no me animé. Tengo miedo que, si empiezo a intelectualizar el fenómeno, se me pierda la pasión”.

Me pareció que sus palabras tenían mucho sentido. Así que será mejor que detenga aquí estas reflexiones.