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Tomás de Aquino, padre de la teoría subjetiva del valor

Los historiadores del pensamiento económico suelen clasificar a los autores escolásticos entre los defensores de una teoría del precio justo y objetivo.

Pero esta afirmación sólo es parcialmente verdadera.

Por un lado, es cierto que todos los escolásticos consideraron que las mercancías tenían un precio que los comerciantes debían respetar para no obrar con injusticia contra los compradores (es decir, para no actuar como meros especuladores).

Sin embargo, no es cierto que todos los escolásticos creyeran que este precio pudiera determinarse objetivamente.

Precisamente, en Tomás de Aquino y los pensadores escolásticos que lo sucedieron podemos encontrar el germen de la moderna teoría subjetiva del valor.

¿De dónde proviene el valor de las mercancías?

Los defensores de la teoría del valor objetivo sostienen que el valor de una mercancía proviene de alguna cualidad objetiva como la cantidad de trabajo invertida en ella o los gastos incurridos en su fabricación.

Sin embargo, dice Tomás en su comentario a la Ética Nicomaquea de Aristóteles: las cosas derivan su valor de la “necesidad que tienen los hombres de las mismas”. En términos modernos, de su valor de uso.

Y aquí debemos prestar especial atención al concepto de “necesidad”.

La necesidad es, desde luego, relativa al sujeto. Cada cual, dadas sus características particulares, tendrá necesidades diferentes.

Así, Tomás reconoce que el sujeto es el más indicado para apreciar qué productos satisfacen mejor sus necesidades. De esta forma, en principio, podríamos afirmar que el precio justo de una mercancía es aquel que el consumidor esté dispuesto a pagar.

Sin embargo, esta afirmación debe ser matizada. El hecho de que la necesidad sea relativa no significa que deba ser relativista. El valor de una mercancía no puede fijarse según cualquier gusto o deseo caprichoso.

Según Tomás, la fijación del valor (y aquí está el punto clave) debe realizarse de acuerdo a un sentido de justicia, que reconozca cierto patrón objetivo dentro de la subjetividad propia de las preferencias humanas.

Hay un elemento objetivo en las necesidades humanas que debe servir como guía ética para las formaciones de precios, más allá de los factores puramente subjetivos.

De esta forma, en Tomás encontramos una especie de criterio de objetividad subjetiva (o subjetividad objetiva) para determinar el precio justo de un bien.

Ahora bien, ¿cuál ha sido la influencia de la teoría del valor de Tomás de Aquino?

Si revisamos la historia moderna del pensamiento económico, descubrimos que esta posición ha ejercido notable influencia por más de 600 años.

Aún en la primera mitad del siglo XX, los teóricos marginalistas (que sentaron las bases de la moderna ciencia económica) aceptaban muchos de los principios tomistas.

Carl Menger, fundador de la escuela austríaca, distinguía entre necesidades reales e imaginarias.

El italiano Wilfredo Pareto distinguía entre la utilidad (referida a una característica objetiva de los bienes) y la “ofelimidad” (la valoración o aspecto subjetivo). Así, en el enfoque de Pareto, la existencia de cosas necesarias y superfluas brindaba un criterio económico de valoración.

Sin embargo, la larga tradición que unía la economía y la ética se quiebra con el economista inglés Lionel Robbins, creador de la célebre definición: la economía es la ciencia que estudia la asignación óptima de medios escasos a fines múltiples y subjetivos dados.

En su “Ensayo sobre la Naturaleza y Significación de la Ciencia Económica” (1932), Robbins redefine la economía: de ser la ciencia de la riqueza pasa a ser la ciencia de la escasez.

En este enfoque, los fines de los individuos son radicalmente subjetivos y están dados. Así, quedan fuera del campo de estudio de la economía.

Desde el aporte de Robbins, los economistas se han desligado de la incómoda tarea de determinar qué es realmente necesario y qué es pura necesidad imaginaria.

Así, podríamos decir que Robbins establece un punto de inflexión en la historia de la teoría subjetiva del valor.

Antes, era una teoría subjetiva. Después, se convirtió en una teoría subjetivista. Lo subjetivo se ajusta a la realidad humana. Lo subjetivista, por el contrario, se deja guiar por la imaginación (la “loca de la casa”, según Santa Teresa).

Y esta “loca de la casa”, nos marea y nos conduce a las burbujas y errores de valuación de los que nos arrepentimos a la hora de la crisis.