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Tradiciones bien criollas

En San Antonio de Areco, un típico pueblo de la pampa húmeda, se levanta la estancia La Cinacina. Donde terminan las calles adoquinadas, angostas veredas y casonas coloniales, comienza el campo, delimitado por caminos de tierra. Allí, el pasado gauchesco revive con usos, costumbres y tradición criolla.

Las tranqueras se abren a las 11, cuando empiezan a llegar los primeros contingentes de turistas y familias dispuestas a pasar un día de fiesta al ritmo de la música y las mejores danzas de la “Cuna de la tradición gaucha”.

En el patio principal de la estancia, donde las mozas reciben a la gente con empanadas de carne y bocaditos de matambre y los gauchos contagian de alegría con sus guitarras, armónicas y bandoneones suenan las primeras melodías de chacareras, zambas, jotas cordobesas y chamamés.

En las 60 ha del predio siguen en pie construcciones que sirvieron como vivienda o espacios ideados para realizar distintas actividades campestres. El casco es hoy un museo de artesanías, elementos y utensilios que remiten al pasado cultural de las pampas, mientras que antiguas máquinas, vehículos y herramientas de trabajo son exhibidos en el Parque de las Maquinarias, al lado de los establos. El rancho de adobe y techo de paja de los caseros, la capilla y el mangrullo se conservan casi intactos. Mantienen la esencia rústica de antaño, al igual que la pulpería, donde se sirven bebidas durante toda la jornada.

Los primeros verdes que irrumpen en el paisaje y la aparición de un puñado de flores le otorgan un valor agregado al parque, que invita a recostarse en el solario que bordea la piscina, caminar entre las lagunas (donde habitan teros, patos, gansos y cigüeñas), pasear en carruaje y cabalgar con guía.

Las campanadas de las 13 indican que la mesa está servida, lista para saborear el asado, acompañado por variadas ensaladas. La sobremesa se anima con un espectáculo de música y danzas folclóricas. Muchos se animan a improvisar unos pasos en la pista de baile. Los más tímidos, en cambio, prefieren mirar la escena desde lejos y entrarle al postre.

A media tarde, corridas de sortijas, carreras cuadreras y tropillas seducen y entretienen a grandes y chicos. Tras las destrezas ecuestres, algunos organizan un picado de fútbol, mientras otros prefieren adentrarse en el corazón del pueblo, para no irse sin conocer el Museo Gauchesco Ricardo Güiraldes, la iglesia San Antonio ni el Puente Viejo.

La vuelta a La Cinacina espera con pastelitos de membrillo y mate cocido, para disfrutar a la sombra de olmos, talas, eucaliptos, fresnos, acacias y ceibos. El marco relajado interrumpe la vorágine semanal. Se disfruta del silencio y se hece sentir la naturaleza.