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Tradiciones del campo en la ciudad

En los 22 años que lleva como coordinadora de la Feria de Artesanías y Tradiciones Populares Argentinas, Sara Vinocur aprendió a abrirse paso entre los puestos sin tropezarse con la multitud que oculta la fachada del Mercado de Hacienda, en Mataderos. Ni siquiera la detienen los saludos, que rigurosamente le dispensa cada artesano, sus familiares y los habitués de la pista de baile, improvisada sobre el pavimento de Lisandro de la Torre y av. De los Corrales.

Cuando por fin pisa la vereda de la recova -donde 40 creativos presentan la muestra “Artistas plásticos en movimiento”-, la mujer de sombrero de cuero y poncho de alpaca hace una pausa y repasa su infancia: “La convivencia de tantas propuestas en la Feria me remite al almacén de ramos generales de mi padre, en San Germán, cerca de Bahía Blanca. Era el surtidor de nafta, boliche de tragos, venta de dulces, galletas, arroz y harina. Y esto tiene lo suyo, como Macondo: 500 artesanos, carreras de sortija, destreza gaucha, talleres culturales gratuitos, puestos de comida, conjuntos en vivo, baile popular”.

La fiesta colectiva que sugiere Vinocur se cuela por las paredes endebles del edificio centenario donde resiste su oficina. Convoca a los gritos el locutor Julio Rodríguez, que arenga al público con acento santiagueño, pidiendo “más palmitas si quieren que siga cantando Yamila Cafrune”. También llama el olor a fritanga de las empanadas tucumanas, una exquisitez insoslayable si se acompaña con tamal, locro y humita, rebajados con vino patero.

El repertorio musical arrecia con gatos, escondidos, zambas y chacareras, como para que La Cordobesa -una bailarina infaltable todos los domingos con su argentinísimo buzo celeste y blanco y cinta al tono sobre el sombrero- muestre sus habilidades con Humberto, su mejor partenaire. El entusiasmo de la pareja que supera los 50 catapulta al porteño Nicolás Houcle, de 21 años, que se larga con un zapateo digno de un discípulo de El Chúcaro.

Frente a la escena impactante, el luthier y reparador de bombos Rubén “El huinca” López ni se mosquea. Es que él mismo es un reconocido bailarín de danzas nativas y tango y, en los ocho años que lleva en la Feria, cuenta ignotos virtuosos de a centenares. Para Gustavo Barranco, en cambio, la música es una pieza fundamental para atraer clientes. Graba nombres sobre mates de algarrobo, álamo o palo santo cubiertos con una placa de aluminio, golpeando su martillo al ritmo que suene en el momento.

Desde las 11 hasta el anochecer se mantiene una comunión que artistas, artesanos, vecinos y turistas animan desde el escenario hasta 200 m hacia el norte, el sur y el oeste. El efecto contagioso se ramifica puertas adentro. A media cuadra del Monumento al Resero, mientras el maestro de ceremonias promete chamamés (siempre y cuando la multitud le retribuya con algunos sapucay), 30 parejas agitan pañuelos en el patio de la Federación Gaucha Porteña. Por los parlantes se escucha a Los Hermanos Abalos y ellos honran las chacareras con pasos magistrales. Un deleite para diez curiosos asomados en la entrada. Así, paralizados por el asombro, también diez europeos, cinco brasileños y dos japoneses clavan los ojos en los ventanales del salón del Centro Social Nueva Chicago, donde dictan cátedra eximios bailarines de tango.

La tarde avanza sin sol y el frío castiga a los remisos al baile, más seducidos por el festival de leyendas: “Salta la linda”, “Visite Jujuy”, “El rey del chori” y “Cigarros salteños” funcionan como lazos soltados por gente de pago chico, amable y campechana. Un carro de pony fileteado es el imán para darse una vuelta por el almacén de ramos generales y pilchas La Riña, que suele proveer cueros y artículos de talabartería a los hombres rudos que frecuentan el Mercado de Hacienda.

Museo Criollo de los Corrales
El mejor referente para enfrascarse en la historia de la producción cárnica en el país, los saladeros y mataderos de Buenos Aires (diseñados según el modelo de Chicago, EE.UU.) y los vaivenes del frigorífico Lisandro de la Torre hasta su cierre en 1979 es Orlando Falco, director del Museo Criollo de los Corrales. Su relato despega en las primeras vacas que Pedro de Mendoza dejó a la buena de Dios en 1536 y avanza hasta la actualidad.

Fusco alternó fechas, nombres, tratados y crisis varias durante una hora, el tiempo suficiente para que en la Feria estén a punto los pastelitos y tortas fritas y los mates pasen de mano en mano. Un matiz al pie del escenario, cuyo espectáculo no decae. Ahora suenan pasodobles, intercalados con el vozarrón del locutor, que redobla la apuesta para el 24 de agosto con el Changuito Volador y un homenaje al Exodo Jujeño. La fiesta se interrumpirá una semana, pero por un rato las brasas siguen encendidas.

Chacra de los Tapiales
En el partido de La Matanza, 2 km al oeste de la avenida General Paz, una joya de paredes de adobe y ladrillos sobrevive desde los tiempos de la colonia y emerge en el corazón del Mercado Central. Desde la torre de la Chacra de los Tapiales, en el siglo XIX el comisario real y juez oficial real Martín de Altolaguirre ordenaba movilizarse a sus hombres ante algún malón de indios pampas.

A la finca levantada en 1670 le llegó la hora de las refacciones y pronto será reabierta al público, para ofrecer visitas guiadas gratuitas, que transcurren entre el trino de los pájaros y un collar verde de árboles portentosos.