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Un abrazo salvador

Dicen los montañistas que antes de escalar una montaña, la hacen crecer dentro de su propio corazón. “He vuelto por segunda vez al Aconcagua – contaba uno de ellos -. La primera vez fracasé, pero lo volveré a intentar. Sólo quiero saber si puedo juntar mi fantasía con mi realidad. Lograr manejar mi pequeña porción del mundo. Sé que la cumbre no es la meta. Yo mismo lo soy y por eso me desafío”.

Las metas pueden ser más o menos lejanas. No hay metas grandes o chicas. No debemos clasificarlas. Porque su importancia y su valor dependen exclusivamente de nuestra propia subjetividad. No implican un triunfo sobre el otro. Sino sobre nosotros mismos. Pueden no “salvar” a nadie, pero nos pueden salvar de la tristeza, el pesimismo, la inacción.

Cada uno de nosotros tiene un propósito de Vida y las metas que anhelamos conquistar deben estar alineadas con él. En el accionar de muchas personas es posible observar una meta unificadora, que justifica las cosas que hacen día a día; que atrae como un campo magnético su energía psíquica. Es una meta mayor de la que dependen todas las demás metas.

META-OBSTÁCULO-ELECCIÓN= ¿SIGO O ABANDONO?

Las metas dan dirección a nuestros esfuerzos, pero no nos hacen la vida más fácil. Nos enfrentan a permanentes desafíos. Pueden conducirnos a nuevos problemas, y tal vez hacernos sentir tentados de abandonarla, y encontrar algún otro guión menos exigente para ordenar sus acciones.

Si nuestras metas están bien elegidas, y asumimos el coraje de continuar en el camino hacia ellas a pesar de los obstáculos, estaremos tan focalizados en las acciones y en los acontecimientos que nos rodean, que no tendremos tiempo de ponernos tristes.

Claro que la complejidad de la vida actual dificulta las elecciones. A veces ponemos la escalera para ascender a la pared equivocada. Nadie nos dice: “aquí tienes una meta a la cual vale la pena dedicarle tu vida”. Hay que encontrarla, descubrirla mediante el ensayo-error, escuchando y cultivando intensamente los propios intereses y necesidades.

No existe la certeza absoluta, cada uno de nosotros debe descubrir sus metas. Trabajar por ellas y, aún cuando a veces la realidad nos demuestre que debemos cambiarla, seguramente habremos aprendido y desarrollado un sin fin de nuevas capacidades.

Cuentan que un hombre subía todas las noches al techo de su casa con una honda, para tirarle piedras a la luna. Nunca logró pegarle, pero…¡se convirtió en el mejor hondero en toda la comarca!.

A veces creemos que las metas sólo están referidas a lo material. Sin embargo alcanzan a todas la áreas de nuestra vida: laboral, afectiva y espiritual. Cada una se relaciona con las demás. Y en conjunto constituyen una red, que da identidad y sostén a nuestros esfuerzos.