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Un libro, un buen regalo para Reyes

Pasó Navidad y los chicos recibieron toneladas de juguetes. ¿Por qué regalar un libro aparece como la mejor opción? Los regalos –sobre todo aquellos que ofrecen los adultos a los niños– evidencian, entre otras cosas, las valoraciones, las prácticas culturales de una sociedad. De hecho, el famoso filósofo alemán, Walter Benjamin, señaló una advertencia interesante sobre el mundo de los juguetes: que estos no son creados a partir de las inclinaciones, gustos o preferencias de los niños, sino por motivaciones propias de los adultos, por sus propias elecciones. En este sentido, debemos prestar mayor atención a las mediaciones que hacemos cuando regalamos, ya sean juguetes, películas o libros. Porque en estas elecciones enseñamos a nuestros niños dónde está lo valioso, lo interesante, o a lo que vale la pena dedicar el ocio.

¿Y por qué son valiosos los libros? Los libros, mejor, la literatura, mucho mejor, la buena literatura atesora una característica central:
la polisemia, es decir, la convivencia de diferentes sentidos, la posibilidad de libres interpretaciones. Muchos de los productos culturales que consumen los niños proponen interacciones quizá más guiadas, más conducidas, incluso, impuestas. La lectura de ficción, en cambio, invita al lector a jugar libremente con su interpretación, a proyectar espontáneamente los escenarios, los personajes y los conflictos que se narran o detallan, a disparar otras lecturas, a inventar otras posibles narraciones, a establecer relaciones… etcétera.

Muchas veces preferimos varias opciones antes de un libro. Quizá sea interesante aportar al debate por qué es importante regalar (o leer) libros a los niños, incluso a los muy niños. En primer lugar, según los especialistas, ofrecer oportunidades de lectura por placer desde que los niños son bebés proyecta experiencias positivas con los libros. A su vez, permite revertir ciertos acercamientos inadecuados que conducen a los niños a admitir, en su etapa escolar, que “odian los libros”. La conclusión sería: los odiarán si no hacemos nada para que no lo hagan. Incluso, Elsa Bornemann señaló alguna vez que si los niños tienen la posibilidad de descubrir el placer de leer desde pequeños, generan un hábito improbable de perder a lo largo de la vida.

¿Cómo elijo el libro ideal? En realidad, hay tantos criterios de selección de textos como sujetos. Por ejemplo, debemos considerar los intereses de los niños, aunque advirtiendo que muchas veces estos actúan como barreras frente a fronteras desconocidas: los niños deben ser conducidos por los adultos a nuevos textos, nuevos gustos.

En el caso de los autores, hay algunos que funcionan como garantías de calidad. Sin embargo, no todo lo que escribe un buen autor es bueno o no todo lo que escribe un buen autor debe gustarnos. La clave está en esos cómodos espacios de las librerías modernas o en el silencio respetuoso de los antiguos libreros: antes de llevar el libro a la caja, ¡leámoslo!

¿Qué le regalo a un chico que no lee? Si a un chico no le gusta la lectura –que en realidad señala más bien no una elección del niño, sino pobres experiencias con los libros proyectadas por los adultos–, no compremos libros por él; no se trata de el libro para atraparlo.

Los adultos debemos asumir la elección del libro como un espacio de mediación, una oportunidad para intercambiar opiniones, para dialogar, para acercarlo a la lectura a través de la única herramienta: la palabra.