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Un liderazgo integral

Cuando brindo una capacitación sobre Liderazgo, habitualmente comienzo invitando a los participantes a ser líderes integrales. A liderar desde las tres dimensiones: la física, la mental y la espiritual. Así como los seres humanos estamos conformados por estos tres planos o dimensiones, entiendo que el estilo de liderazgo propio también deber ser integral y sistémico.

El plano físico

Es el tangible, el que es posible palpar. Está conformado por la rentabilidad, por el cuidado del medio ambiente y por la ayuda a los sectores más necesitados de la comunidad. Quien tenga nociones de Responsabilidad Social Empresaria habrá advertido que estos tres pilares son justamente aquellos sobre los que se apoya la RSE.

Así es: quien lidera desde el plano físico es un líder socialmente responsable. Es decir, no sólo busca la rentabilidad de la compañía, sino que también demuestra respeto por el medio ambiente y compromiso con las comunidades necesitadas cercanas.

Hace no muchos años la búsqueda de la rentabilidad consistía en el único motor de las empresas. Con el tiempo, el cuidado del planeta y las acciones de bien común se sumaron a aquella búsqueda de progreso económico.

La dimensión mental

Quien lidera desde este plano es una persona emocionalmente inteligente. Tiene la habilidad de poder controlar sus emociones y no estallar ante la euforia ni frustrarse ante el fracaso.

Algunas décadas atrás las empresas incorporaban y retenían a los empleados que demostraban un mayor coeficiente intelectual. En la actualidad, la inteligencia emocional es mucho más valorada.

Daniel Goleman en su libro “La inteligencia emocional” nos explica de modo bastante sencillo cómo funciona el cerebro ante estímulos externos. Los estímulos ingresan a la mente emocional y recorren dos caminos. Uno corto hacia la mente instintiva (cerebro reptílico) y uno largo hacia la mente analítica (el cerebro humano). Como llegan primero a la mente instintiva, solemos reaccionar de modo instintivo en situaciones que requieren análisis y reflexión. Es en estos casos en los que causamos dolor y destruimos relaciones, simplemente por no haber “contado hasta diez” y esperado a que el estímulo llegue a la mente analítica.

Entonces, ¿para qué tenemos un cerebro de reptil? Ocurre que en innumerables casos lo necesitamos: para respirar, para sacar rápidamente la mano cuando nos estamos quemando con algo, para frenar cuando se nos cruza alguien en la calle, etc. La clave está justamente en utilizar la mente analítica (el cerebro humano) en nuestras relaciones interpersonales.

Liderar desde lo espiritual

Tenemos una dimensión espiritual y debemos también liderar desde este lugar. Hace unos años James Hunter escribió un pequeño libro llamado “La Paradoja”, donde dice que el verdadero fundamento del liderazgo no es el poder, sino la autoridad, que se construye sobre la base de buenas relaciones, amor, servicio y sacrificio.

En este sencillo relato, John Daily, un hombre de negocios que ha fallado en su liderazgo como jefe, esposo y padre, aprende ciertos principios para el liderazgo eficiente que no son nuevos, no son complejos, ni requieren talento especial.

Dirigir consiste, paradójicamente, en servir a los demás. Un buen líder está pendiente de sus subordinados: atiende sus legítimas necesidades, les ayuda a lograr sus metas y aprovecha sus capacidades al máximo.